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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

¡Que inventen ellos!

Este libro es un magnífico ejemplo de que razón e ilusión, método y locura se maridan.

Unamuno era así de imprevisible y lanzó el exabrupto como tenía por costumbre.

Por desgracia ya no es fácil sorprenderme y sin embargo siempre me queda la esperanza. Muy de cuando en cuando esta expectativa se cumple. Así ha sucedido con Inventario de inventos, un libro singular y lleno de maravillas como aquellos antiguos gabinetes del Barroco donde se encontraban cosas muy diversas y fascinantes para los que tenían el privilegio de penetrar en esas haoitaciones prohibidas.

Hablando de habitaciones, en el prólogo se cita a «un gran escritor ruso» que afinnaba que hasta en la casa más perfecta siempre falta una. Cita por cita. En el Gatopardo, el príncipe afirma que un noble de verdad es el que no sabe cuántas habitaciones tiene su palacio; bien sea por defecto o por exceso, el caso es nuestro mundo está inacabado, incompleto. ¡Menos mal!, sería espantoso que viviéramos el Mundo feliz. Lo incompleto es una categoría y no un accidente; solo desde la carencia se puede llegar a la creación. El hartazgo produce somnolencia e inacción. La tensión es un estado permanente que facilita la llegada de la inspiración. Aquello de Picasso de que cuando llegue que te pille trabajando.

Inventar es consustancial con el ser humano pero vayamos por partes sin ser el Destripador. Existen inventos imprescindibles para necesidades primarias; suelen venir de los dioses, caso del fuego. Cuando la sociedad se fue sofisticando las necesidades aumentaron y aparecieron cosas, creo que es una buena palabra, para satisfacer esas demandas. Se hacen afirmaciones con valor axiomático; una de ellas es que el territorio de la invención es tierra de la ciencia, de lo exacto, de lo previsto; nada más falso, que se lo pregunten a Fleming y cómo descubrió la penicilina. En el otro extremo está la ficción, la imaginación, lo que se consideraban locuras de escritor, caso de Veme. Ambas corrientes se unen en un río heterogéneo y de gran riqueza.

Este libro es un magnífico ejemplo de que razón e ilusión, método y locura se maridan. Eduardo Berti y Monobloque nos hacen un regalo maravilloso donde los escritores inventan, donde se anticipan y, claro está, no pueden faltar creaciones de la mano del argentino. ¿Todos los autores citados lo son? No me importa; prefiero que algunos sean pura ficción.

El libro es un ejemplo extraordinario de ingenio; es decir, de esa capacidad de encontrar lo inesperado y excepcional en cada página. Otro rasgo es que el texto es de palabras y de imágenes con lo que la capacidad de sugerencia se incrementa de manera notable. Insisto, las ilustraciones son texto y solo se puede considerar el valor del libro en su totalidad.

Veamos algunos ejemplos. «Pulseras anticólera». Marcelo Cohen es un escritor argentino, autor de El oído absoluto. La historia discurre en Lorelei, un espacio donde todo el mundo es feliz, en la extensa linea de lugares tópicos y perfectos. Sus habitantes son previamente seleccionados y la armonía es la regla
pero por si acaso la cólera embarga el ánimo existen unas pulseras, representadas como unas manchas de ira en la imagen 31, que devuelven el sentido al díscolo.

Recomiendo al lector la lectura lineal del texto porque de este modo el placer es mayor pero si quiere, al final hay una útil ordenación alfabética de los inventos. «Máquina de no hacer nada». La estructura de este texto se repite en otros. Se aprecia una pasmosa erudición, se citan nombres y fechas para hablar de una máquina de cientos de piezas que no sirve para nada, ¡admirable! El inventor promete añadirle cincuenta piezas anuales, ya tenía setecientas u ochocientas, sin que se afectara su funcionamiento. Puestos a buscarle una utilidad esta se refería a los extraterrestres y al final quizás pueda izar la bandera americana.

A finales de 1979 un inventor japonés desarrolló una máquina para enseñar a hacer reverencias con propiedad. Una buena reverencia es un elemento útil, especialmente en la cultura nipona.

Vaya este último invento en homenaje a mi querido Rafael Pérez Estrada, el gran creador, el mago prodigioso. Se juntan dos animales que se han mantenido en cautividad, cosa lamentable, y cuando están en el momento más alto del ardor sexual se les clava un puñal en el corazón y con su sangre se prepara una vacuna de amor. ¡A disfrutar!

ANTONIO GARRIDO