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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Fantasmas centroeuropeos

El lector tiene la impresión de que Velikic es el mejor heredero de la literatura europea

“La vida sólo tiene sentido –se afirma en Bonavia– cuando todo lo vivido se relaciona finalmente y se llena de significados ocultos”. Detalles insignificantes, decisiones inesperadas de unos y otros, frases cazadas aquí y allá. La vida acaba siendo una novela que, al final de todo, carece de incoherencias. Todo estaba relacionado sin saberse. Autor de otra excelente obra traducida a nuestro idioma, Plaza Dante, Dragan Velikic es el escritor serbio más importante, y también el más traducido a otras lenguas, junto al igualmente magnífico Goran Petrovic. Nacido en Belgrado en 1953, antiguo embajador de Serbia en Austria cuando llegó la democracia, colaborador de numerosas publicaciones en su país, Velikic creció en la ciudad de Pola, en la península de Istria, junto a Trieste, un cosmopolita cruce de caminos, una “Siberia marítima”, como la definió Joyce en el tiempo que estuvo allí. El lector que se acerque a este espléndido patchwork centroeuropeo, donde se entretejen viajes e incursiones de varios protagonistas por una u otra ciudad europea, perciben una especie de aire de familia, un incesante diálogo secreto, de pasado a presente, con fantasmas o con seres reales, que se inicia en cada lugar “como una burbuja de tiempo secreta”.

La ironía como arma
Desde la primera página el lector tiene la impresión de que Velikic es el mejor y más cualificado heredero de aquella literatura –Musil, Broch, Mann, Roth, Zweig-que durante años, desde el mismo corazón de Europa, dominó lo mejor del pensamiento y la escritura de su época. Una literatura que, con el arma de la ironía y de una progresión narrativa a ratos ensayística, conjugaba reflexión filosófica, malestar de una época, agudísima penetración psicológica o frecuentes rastros culturales. Unos rastros que engloban tanto vaivenes históricos como la angustia y búsquedas de sus protagonistas.
Bonavia bien podría ser el retrato melancólico, lleno de pesar en ocasiones, pero también de impulsos vitales que les obligan a unos y otros a reinventarse y retomar sin cesar las riendas de su destino, de una generación de exyugoslavos. Para hablar de personajes nómadas, muchas veces huéspedes de hoteles a lo largo de la narración, la novela Bonavia toma el nombre simbólico de un mítico hotel de Rijeka, del mismo nombre, en la costa de Croacia. Un hotel donde, como aclara el autor en un capítulo de corte autobiográfico, sus jóvenes padres acostumbraban a citarse y donde, como dice él, “nació todo”. Nació su propia historia. Una más de las que se narran de forma alterna y por fragmentos en la novela a través sobre todo de dos mujeres y del novio escritor de una de ellas. En el centro de esos diversos caminos y encrucijadas vitales emprendidas están dos amigas, Kristina y Marija, que, tras haber estudiado en la Universidad de Zemun, en Belgrado, se separaron bruscamente. Kristina se fue a trabajar como investigadora a Estados Unidos. Cerebral, no dudará en “romper con las hipotecas del pasado”.
Paso a paso, bifurcación tras bifurcación, de forma apasionante, Bonavia representa un brillante, multitentacular y laberíntico viaje, heredero de la gran literatura danubiana. Un viaje, con centro simbólico en Viena, que los acabará englobando a todos y que recuerda, una vez más, que aunque se emprenda la huida, aunque se intenten borrar las huellas de lo que fue un pasado compartido, la huida siempre conduce, misteriosamente, al lugar de que se partió.

MERCEDES MONMANY