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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Buenas noches, dulces sueños de Jiří Kratochvil (Una lectura de Javier Divisa)

Reseña de Javier Divisa en la revista Eñe.

Buenas noches, dulces sueños engloba (in mea sententia) varias corrientes literarias, el delirio, el absurdo y el existencialismo de Kafka, el humor, la mordacidad y la hilaridad de las miserias de Kingsley Amis, y el avance aventurero, bohemio y trotamundos de escritores como Stevenson y Twain. Por tanto, no podemos estar ante un libro atrofiado y anquilosado en una inapropiada parálisis, y por mucho que exista una gata que habla, no veremos rastro de Murakami. No, el libro corre como Jesse Owens, gracias a su matiz indomable, súbito. Una clase de yo qué sé por qué derroteros va a tirar ahora este señor que más que perturbar, recluta mi atención.

Brno. Moravia.

Berlín. 1945. Hitler ya ha mordido una cápsula de cianuro y se ha disparado en la cabeza, en su último reducto, el búnker del Führer.

Liberación de Brno. Moravia.

Si bien la novela está fundamentada y justificada en mitad del horror, busca el escritor checo la posibilidad de una atmósfera más agradable, otra clase de género humano que parece escasear en el escenario de la batalla, menos angustiado y hambriento, más sorprendente, culto, alegremente indolente y jovial en el sobrevuelo de los fatídicos hechos, una entelequia, una ficción ácida en mitad de tanto dolor y tanta necesidad de hogaza de pan y té, vestigios, ruinas, enfermedad, pintores colaboracionistas, acogida de indigentes en la casa de un judío, enanos circenses, ovejas, ponis, muelas de oro de muertos, enterramientos en parques públicos y cabezas de cerdo a cambio de objetos de arte.

…porque estamos limitados por el tiempo, por la escasa duración de ese momento en el que tenemos la capacidad de actuar. Y dicho momento es precisamente este, al final del horror de la guerra, en el tiempo y espacio cero. Algo, dentro de su propia esencia, está rompiéndose, quebrándose durante estos días. Justo ahora nos encontramos en ese único e irrepetible instante que decidirá sobre el futuro de todas y cada una de las cosas. Y justo ahora se da también la oportunidad de participar en ello. Pero ese instante está limitado a unas pocas horas del día de hoy.

Y sobre todo el tiempo cero, y su indeterminación, mucho más oscura que brillante, desde el punto de vista histórico y de fondo, aunque en la narrativa de Kratochvil pueda resultar cómica la escena (y afortunadamente cínica). Una macabra historia de amor entre un nazi y de rango y la bellísima Tereza. Un detective privado que indaga y averigua a través de sus clientes cornudos.

Tereza era una dama de estudios, así que tras echar un vistazo por la vivienda dedujo que un hombre que tenía cuadros de Marek Slavik, Rudolf Kremlicka, Jan Trampota o Václav Špála y, en la biblioteca, una edición de bibliófilo de El cuervo, de Poe, en idioma original, no podía ser una fanática bestia nazi.

Y como, por desgracia, los cornudos abundan en este mundo, creé con ellos una red de informantes bastante amplia. Mis servicios de información se componen de rebaños enteros de cornudos, cuyos cuernos se arquean apretándose sobre Brno, hasta incluso tocarse, creando unas líneas de astas por las que circula con gran fluidez la información. Yo, como si estuviera en una central telefónica, me limito a conectar las clavijas. Sí, los cornudos han resultado de lo más útiles…

No teman, continuó…, si Mr. Penicilin anda por aquí, no habrá problemas para localizarlo. O bien mis cornudos ya saben dónde está, o bien lo encontrarán a no mucho tardar.

Otra vez la literatura y su dicotomía: qué bello es vivir, y qué jodido, lo cual viene a ser una manera de expresar que la novela empieza inhalando su displicencia como una calma consoladora, reconfortante. Incluso con hilaridad.

Ocurrente también en la forma narrativa, empírica, si bien en las primeras páginas puede resultar confuso, no tarda demasiado en llegar el desenredo: el libro va en primera y tercera persona según a Jiří Kratochvil le venga en gana, y tendrás, querido lector, la oportunidad de leer diálogos sin guiones ni indicaciones de interlocución, algo que termina siendo tan experimental como natural y ligero: funciona, retomando la capacidad atlética de la novela; va rápido, del tirón, principalmente por dos factores: la originalidad y cierto rasgo fortuito e imprevisible en el avance de lectura en esa divertida y funesta cámara de ecos que viene a ser la posguerra europea. Jiří Kratochvil confía a las subtramas (el libro tiene muchas confabulaciones, no sólo buscar a Mr. Penicilin como salvador de la epidemia, esa especie de ángel redentor) de la novela la capacidad para hilvanar unos episodios que derivan en un texto con bastante ritmo y libertad (y tanto), tal vez levemente anárquica (se pierde el hilo pero se retoma con facilidad). Desde una perspectiva histórica, la lectura se propone de manera cáustica y mordaz, desmitificadora de la tan doliente literatura de campos de concentración, nazis y liberados, convirtiendo la historia en un sustrato, una médula mucho más heroica y divertida que la pura tragedia, la real atrocidad.

Llegados a este punto, conviene resaltar que tiene algo de libro clásico esta obra, Buenas noches, felices sueños, en cuanto novela generadora de multiplicidad, heterogeneidad de lecturas. La mía ha sido la expuesta y mi crítica no tanto una suerte de entendimiento como una suerte de demanda interrogante, es decir, si presupongo un diálogo con Jiří Kratochvil, excluyo del punto de partida la adoración y la transigencia, y admito la exploración, la búsqueda en este tipo de lecturas de generosas historias y tiempos mezquinos.

Hasta ahora era la funámbula ciega, pero ya no lo soy. He recobrado la vista, porque quiero ver con ustedes, quiero compartir con ustedes, este mundo libre tan hermoso que nos espera.