Ultrajes, traiciones, castigos inhumanos… La familia Delorme tiene muchas cosas que ocultar en relación a su fortuna, amasada, no gracias a la dedicación y el esfuerzo, sino al pillaje y la racanería. El patriarca de los Delorme, un astuto campesino llamado Prosper, logró vender sus tierras a precio de oro cuando la Canadian Northern pretendía extender por todo el país su monstruoso proyecto ferroviario. A partir de ese momento, el dinero se transformó en la religión de los Delorme, cuyos miembros, consagrados ahora a la particular liturgia de conservar sus riquezas, serán capaces de cometer auténticas atrocidades en nombre de la Santa Economía.
Louis-Dollard, primogénito del fallecido Prosper, fantasea con la idea de apostar a los caballos. Sin embargo, su esposa Estelle, para quien «malgastar» constituye un verbo execrable, se lo impide a base de reprimendas inapelables. La de Estelle es una política de austeridad suprema que deja en bragas el ascetismo de los monjes tibetanos. Controladora, obsesiva y totalitaria en el ejercicio de sus funciones, Estelle es una mujer sin escrúpulos que ha olvidado por completo el significado de la compasión y la caridad. Con mano de hierro dirige las vidas de quienes la rodean, convirtiendo a sus tres cuñadas, Mórula, Gástrula y Blástula, en meras subordinadas y a su hijo Vincent en una pieza de tablero cuyo valor está supeditado al de una buena dote matrimonial. Por eso, cuando Estelle descubre que la joven Penny Sterling se ha lucrado de manera descomunal gracias a las ventas de un popular juego de mesa, tratará por todos los medios de conseguir que sea su nuera.
Plagada de sátira y de un perturbador humor negro, La cámara verde es una fábula aleccionadora sobre las consecuencias de la avaricia llevada al extremo, un relato mordaz, cáustico y dotado de cierta impasibilidad que resta dramatismo a las brutalidades que se llevan a cabo en sus páginas. A medio camino entre el thriller gótico y la tragedia shakesperiana, La cámara verde apoya un pie en los terrenos del género fantástico al seleccionar la mansión de los Delorme como voz narradora omnisciente que va desentrañando los peculiares vínculos afectivos de los personajes —así como sus escabrosos antecedentes— mientras lamenta el avance de su deterioro físico. Empleando un lenguaje rico y señorial, más cercano al de la novela victoriana que al de la narrativa contemporánea, Martine Desjardins nos deleita con una intrigante historia de celos, odios y ambición desmedida donde la naturaleza humana se revela en su más absoluta miseria y mezquindad. Otra rara avis de Impedimenta para lectores que disfruten navegando a contracorriente.
«Pero una casa no tiene más alma que la de sus ocupantes, y apenas me reconocerán. Me habré convertido en una extraña para ellos. Les parecerá incluso que nunca han vivido aquí.
¿Puedo desearles algo mejor?»