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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Afán teatral, de máscaras, o de identidades falsas

Segunda entrega de los casos del abogado Horace Rumpole, un letrado londinense que tiene muy claro cual es su papel como abogado defensor: luchar con todo tipo de subterfugios legales y paralegales para librar a sus clientes de ser condenados. Aunque a lo largo de la narración veremos como su relación con la justicia le lleva a afirmar...

Además de la fascinación por la ley, la maldición del abogado consiste en llegar a saber sobre sus semejantes más de lo que le conviene

Y durante los juicios echará mano de todo su encanto histriónico para encandilar a los miembros de los jurados. Este afán teatral, de máscaras, o de identidades falsas aparecerá en más de una de las seis historias que forman este volumen.

Una muestra de la catadura de este encarnizado luchador en pos de la defensa de sus clientes le lleva a afirmar…

—Lo que se necesita en un asesinato es un cadáver que caiga mal… Si además podemos conseguir que la defendida caiga bien… ¡ya está el plan en marcha! ¿Quién sabe? Quizá podamos reducir el crimen hasta conseguir un veredicto de inocencia.

Como en la anterior entrega los temas que se tratan son de lo más variado, y van desde los complejos roles que se pueden dar entre hermanos a los aspectos teatrales en las vistas judiciales, o desde el triste esperpento de algunos ilusos políticos a la presencia de gangs organizados en Londres. Pero un matiz que se da en casi todas sus historias es que las cosas no son lo que parecen, y que los seres humanos podemos mantener paradojas aparentemente insostenibles, lo que complicará y enriquecerá el trabajo de aquellos, que como Rumpole, pretenden salvar a sus defendidos de la muy a menudo ciega justicia.

Pues a lo largo de las páginas de este libro se nos regalará con una visión tremendamente humana de las motivaciones más variopintas que movilizan a los seres humanos, lejos de las situaciones ideales y las concepciones apolíneas, pero eso sí, sin dejar de usar la retranca y una cierta dosis de cinismo, que no le impide a nuestro héroe tener un punto quijotesco, envuelto en un sanchopancismo muy apegado a la tierra. y por supuesto con un humor irónico y negro que en muchas ocasiones esconde un corazón bastante tierno y que sufre y se rebela ante el dolor y la injusticia.

El hábitat de Rumpole sigue siendo el mismo: jueces esperpénticos, abogados relamidos y pomposos, unos compañeros de bufete que le admiran pero no le entienden, y unos clientes que normalmente le resultan una desesperante caja de sorpresas. Y por supuesto la presencia de Hilda, su esposa, que para Rumpole sigue siendo Ella, la que Ha de Ser Obedecida. Para sobrevivir a este singular escenario vital, se sigue aferrando a sus pequeños y poco fragantes puros y a las libaciones de vino peleón del bar Pommeroy, situado en pleno Fleet Street.

Para ilustrar la idea que tiene nuestro protagonista del matrimonio vayan estas contundentes palabras…

casarse es como declararse culpable para que te caiga cadena perpetua. Y lo que es peor, sin posibilidad de libertad condicional

Como temas nuevos en esta entrega nos encontraremos con las indicaciones que recibe Rumpole para pasarse a una tranquila jubilación, que para él es sinónimo de morirse en vida. O bien desembarcar en la judicatura, algo que le produce angustiosos sarpullidos, y para defender a los abogados llega a decir…

Es bien sabido entre los juristas que los mejores abogados no suelen ser los mejores jueces. La gloria del abogado defensor reside en ser testarudo, descarado, intrépido, tendencioso, intimidante, grosero, ingenioso e injusto

Como ya vimos en la anterior entrega de este aguerrido abogado nos encontramos con uno de los mejores personajes que han aparecido en la literatura de intriga en los últimos años, que nos provee de magníficas historias, con un talante muy, pero que muy especial.

JOSÉ MARÍA SÁNCHEZ PARDO