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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Papá se ha ido de caza», de Penelope Mortimer

La vida de Ruth, vista a través de una ventana, podría parecer idílica. Reside en un barrio tranquilo de viviendas unifamiliares. Tiene un montón de hijos a los que adora. Los mayores han sido enviados a internados para que el bullicio en casa sea menor. Su marido trabaja en Londres y vuelve a casa solo los fines de semana, por lo que durante la semana puede estar tranquila y a su aire. Puede tomar el té con las vecinas, jugar al bridge. Una existencia libre de preocupaciones. Pero Ruth se siente encarcelada. Cuando apenas era una adolescente se quedó embarazada, y lo que tocaba era casarse para arreglar el entuerto. Los hijos se fueron sucediendo uno detrás de otro, y entre ser madre y ser esposa apenas le ha quedado tiempo para nada más durante años.

Pero sí, en el fondo ha habido tiempo para observar el paso de los días, el deterioro de su vida. Es diferente a quienes la rodean, no encaja dentro de esa vida prefabricada donde le ha tocado vivir, y todo ello termina desembocando en una crisis nerviosa que hace que lo que llevaba dentro salga por fin a la superficie. Su marido quiere enviarla al Sur de Francia, para que cambie de aires, para no tener que ver cómo su esposa se está volviendo loca.

«La desesperación que le producía la idea de ceder, de dejarse arrastrar al vacío, era casi excesiva. Quiso apoyar la cabeza sobre la mesa y echarse a llorar, pero el sonido de los sollozos casi la asustaba más que el sonido de las palabras. Por muy tontas o terribles que fueran las palabras, constituían una forma de comunicación, eran humanas. Quizá fuera menos peligroso si se imaginaba que había alguien más con ella. Al principio le costó porque no sabía a quién imaginarse; el interlocutor trepidaba, no era ni un hombre ni una mujer, se desvanecía por completo y terminaba por no ser más que una silla vacía cuya pintura blanca brillaba bajo una luz inclemente. Si no miraba la silla era más fácil.»

Pero sucede algo que hace que Ruth decida no irse: su hija mayor Angela le comunica que está embarazada. De repente Ruth se encuentra con una situación que debe resolver y que no sabe bien cómo hacerlo. Angela recurre a su madre movida sobre todo por el hecho de no tener a nadie más a quien acudir, que por el hecho de creer sinceramente que Ruth pueda ayudarla. En cualquier caso, esta confidencia removerá el pasado de Ruth y analizará las decisiones que tomó y que tomaron por ella en el pasado. No puede consentir que su hija cometa sus mismos errores, pero tampoco puede ser ella quien tome las decisiones por Angela; si es lo suficientemente adulta para concebir un hijo debe serlo para asumir las consecuencias.

Papá se ha ido de caza aborda con este trasfondo un tema escabroso para el momento en que la novela fue escrita: la identidad femenina. Durante siglos, las mujeres tan solo hemos sido un ente en referencia a los demás: hija de alguien, hermana de alguien, esposa de alguien, madre de alguien. Toda esta sumisión a ser en función de aquellos que nos han rodeado ha dejado muy poco espacio a poder analizar la propia personalidad. Y cuando el día a día nos da un respiro y nos permite un momento de soledad y de reflexión descubrimos que no sabemos bien quién somos. La vida se compone de semanas identificadas por días de color rojo en el calendario, por sucesiones de nombres de meses, por comer, por dormir, por esperar, por planear.

«Amarle supondría sostener, mes tras mes, año tras año, un pesado espejo en el que él pudiese ver reflejada su propia hombría; suponía envejecer tras ese espejo, y debilitarse, y cómo no, al final, ceder.»

El tono del libro es devastador. Creo que ahí reside la clave para que resulte tan impactante lo que cuenta. La protagonista sueña con ser libre, con cambiar de rumbo, pero se halla en un estado tal que no es capaz de cambiar las cosas, de actuar por su cuenta. El miedo lo envuelve todo, y echando la vista atrás no recuerda el momento en que asumió ser sumisa hasta el fin de sus días. En este particular se incide a lo largo del libro y resulta crucial para entender la forma de ser de estas mujeres: la libre aceptación, la obediencia que te lleva a tener una existencia dictada por otros.

Raquel Casas de elmomentoderaquel.blogspot.com es tiene parte de culpa de que haya leído este libro (pasaros por su blog, porque es uno de mis lugares de referencia). Pese a que en su día sí que vi algo más El devorador de calabazas por webs y revistas especializadas, apenas sabía de la existencia de esta escritora. La gota que colmó el vaso y que me hizo ponerme a leerlo en cuanto ha salido es la peculiar biografía de la autora, vida que se ve reflejada en muchos de los elementos que componen Papá se ha ido de caza. A pesar del gancho publicitario que pueda resultar la autoficción que es esta obra (palabra tan de moda estos días), os aseguro que la clave está en su forma de contarlo. Aunque la historia pueda parecer trivial — cómo poner fin a un embarazo no deseado — los temas incómodos que toca esta novela son los que hacen de ella una obra imprescindible y necesaria.

Tan solo tres apuntes más y no me enrollo más: el primero, mi agradecimiento a la traductora Alicia Frieyro por conseguir un texto tan fluido que te hace sentir que lo estás leyendo en la lengua en que fue escrito. En segundo lugar, agradecimiento también para la editorial Impedimenta por haber rescatado a esta autora para nosotros y por no emplear el gancho promocional de con quién estuvo casada — lo cual me parece digno de admirar teniendo en cuenta que han sacado casi a la vez obra de ella y de él (cada uno debe tener su espacio independiente y me parece un signo de respeto para el trabajo de cada uno de los dos). Y en tercer lugar solo deciros que según terminé este libro salí corriendo a por El devorador de calabazas para leerla en las 24 horas siguientes. No os digo más.

Marta Marne