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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Michael Frayn, un corrosivo humor

Una novela que hace reír y pensar

Permítaseme comenzar con una perogrullada: no es necesario haber leído a Henri Bergson o a Sigmund Freud para reírse, y para conocer los muchos beneficios de la risa, basta con acercarse a Al final de la mañana de Michael Frayn, recién editada por Impedimenta, para sentir además de la satisfacción de la lectura, la risa automática que brota en no pocas de las páginas de la obra, y las ocasiones ocurrentes no faltan sino que al contrario abundan.

Michael Frayn ( Londres, 1933), es un autor celebrado, ya para cuando publicó esta su tercera novela, el éxito le acompañaba, como le siguió acompañando posteriormente, en el mundo del teatro, y sus obras siempre van teñidas de afilado humor que en algunas ocasiones rozan los bordes del sarcasmo. Añádase a lo dicho, para evitar posibles equívocos, que la risa , la sonrisa o hasta la carcajada que su lectura provoca no se basan en el vacío, en la gracia fácil e insustancial, sino que sus golpes tienen miga, hacen masa con la realidad que cuenta, en una continuidad narrativa que no da descanso a quien se acerque a sus obras, más en concreto a la que comento.

La ocupación profesional del escritor como redactor en The Observer y en The Guardian hace que el terreno del periodismo le sea conocido, y en tal terreno pise fuerte; muestra de ella es la situación en que nos coloca la lectura: estamos en un periódico londinense de los años cincuenta y/o sesenta, cuando los adelantos técnicos no habían llegado a los niveles reales y virtuales de la actualidad. El aburrimientos entre los miembros de la redacción, bañada en una insufribles oscuridad, es de antología y la actividad se reduce a la pasividad o a facetas ajenas a la producción : frecuentes visitas a un pub vecino y unas siestas de las que duran toda la tarde, tamaño XXL. El protagonista es un tal John Dyson que es jefe de sección, cuya materia prima son noticias del campo, cavilaciones religiosas, además del relleno de crucigramas, que resultan la ocupación que más gasto de neuronas pueden suponer para quienes tratasen de dar solución a los cuadriculados, ya que el resto es la insustancialidad llevada a los límites de lo insustancial. El personaje es un ser singular que está casado con una sumisa ama de casa, Jannie, y que tiene dos hijos que destacan por su rareza; la vivienda en la que habitan está ubicada en las afueras de la city, y las muestras de insatisfacción con la roma vida que lleva, o por la que es llevado él, son cada vez más llamativas. En esta situación de impasse en la que parece que no hay salida, sus sueños – y los sueños sueños son, como sabido es al menos desde que el otro lo afirmase- son los de un futuro más brillante y acomodado.; estas rumias las comparte con su subordinado Bob Bell , que juega simplemente el papel de escucha ya que si alguien esperase alguna orientación a él debida, sería en vano ya que el joven no sabe qué hacer con su propia existencia; Dyson está agobiado y no da a basto con sus llamadas pendientes, y con el intento baldío de que sus subordinados dejasen de deambular como almas en pena y cumpliesen con sus encargos. Si las relaciones señaladas son las fundamentales en la historia que nos es presentada, tampoco carece de sustancia el retrato del responsable de la sección de imágenes, Mounce, con su comportamiento autoritario, y que tiende a hacer recaer sobre otros el malestar de sus insatisfacciones. Más por lo que parece no hay mal que dure cien años, es un decir, y así un día parece irrumpir la oportunidad al ser invitado a participar, nada menos que en la BBC en un debate sobre el conflicto racial.

Esta última incursión hace que la novela que hasta entonces ya venía funcionado como un artefacto de relojería se vea contagiada con una clara vena social en la que la lucha de clases se deja ver con potencia y en acto. Así si el tono de irónico humor y sarcasmo dominaban la marcha de la historia ( de las historias), con ese giro apuntado la cosa cobra mayor profundidad y el retrato de la mediocridad, precisamente, de las llamadas clases medidas queda pintada sin concesiones, haciendo masa con unos personajes que son paradigma del hueco vacío insinuado.

Iñaki Urdanibia