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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La rebelión de las amas de casa desesperadas

La publicación de «Papá se ha ido de caza» sella el rescate para el público español de la escritora Penelope Mortimer.

Si hubo una pionera de la llamada Ficción del caos doméstico, género en boga en los años cincuenta del siglo pasado, en el que también militó la maestra de Stephen King, Shirley Jackson, esa era Penelope Mortimer, maestra de literatura de mujeres desesperadas, de, en realidad, amas de casa decididas a acabar de una vez por todas con un estilo de vida que les estaba matando. Las protagonistas de sus novelas son mujeres atrapadas en casas y vidas aparentemente perfectas, insoportablemente (y para siempre) solas, aburridas de aburrirse. Mortimer jaleó a toda una generación de mujeres —la generación de treintañeras de los cincuenta— advirtiéndoles, con un sentido del humor exquisito, de que seguir soportando aquel aislamiento pretendidamente ideal, las mataría.

Consideradas hoy clásicos del feminismo inglés, y publicadas después de un intento de suicidio (1956) y una infinidad de hijos (seis, en realidad, de cuatro padres distintos), sus novelas, como El devorador de calabazas —puramente autobiográfica, por más que su lectura nos resulte inconcebiblemente delirante— y la recién llegada a librerías Papá se ha ido de caza (Impedimenta), diseccionan la vida insoportablemente vacía de mujeres que hicieron lo que debían. O cuanto menos, lo que se esperaba de ellas: que encontraran un buen marido, que le dieran un buen puñado de hijos y que se quedaran en casa. Mujeres que, como ella, aspiraban a más, a mucho más, tuvieron que soportar que se las tildase de chifladas.

Nacida en 1918 en Rhyl, un pequeño pueblo del condado galés de Flintshire, hija de un clérigo que había perdido la fe —se cuenta que utilizaba el boletín de la parroquia para celebrar la persecución de la Iglesia rusa por parte de los bolcheviques— y que abusó de ella cuando aún era una niña —cosa que la escritora relata en el primer volumen de sus memorias, en el que incluye la carta, dolorosamente cínica, que le escribió—, Mortimer —futura biógrafa de la Reina madre— se casó a los 19 con un corresponsal de Reuters al que había conocido apenas seis semanas antes. Tuvieron dos hijas. Y Mortimer, entonces, Dimont, consiguió ingeniárselas para publicar su primera novela, Johanna. Corría el año 1947. Acababa de cumplir los 29. Y ya había tenido otra hija, resultado de una relación extramatrimonial, y dos años más tarde, cuando se divorció de Charles, el corresponsal de Reuters, y se casó con el famoso escritor y letrado John Mortimer —autor de Los casos de Horace Rumpole, abogado (Impedimenta) que acabó representando ante la ley a nada menos que los Sex Pistols—, lo hizo embarazada de su cuarta hija, cuyo padre era su amante de la época.

No es casualidad, dice Enrique Redel, su editor en español, que estos días coincidan en librerías las novelas de uno y otro. «Todo es muy autobiográfico en los Mortimer y está de extraordinaria vigencia porque visibiliza un cierto statu quo femenino en una pretendida época de liberación que no era tal, y desvela los mecanismos ocultos del matrimonio burgués, con el marido mujeriego, la casa que se convierte en prisión y la eterna sensación de querer huir. E hicimos a propósito lo de rescatar la obra del marido, para hacerles convivir en las mesas de novedades», dice Redel.

«Las novelas de Penelope Mortimer están a medio camino entre la intelectualidad de la época y la autobiografía, y creo que eso las hace únicas», añade Pilar Adón, descubridora de Mortimer para Impedimenta. «Mortimer habla del amor materno y, por tanto, se lanza a describir lo que no se puede describir. Los niños no son rollizos ni son dulces ni achuchables. Al contrario, suelen ser pesados y cargantes. Pero da lo mismo, porque lo que les ocurre a sus personajes es que no soportan la separación».

En cuanto a su marido, John Mortimer, es el Jake Armitge de la genial El devorador de calabazas, el tipo culto que no quiere más hijos y que, a su vez, tiene sus propias aventuras con todo tipo de chicas. Les unió en la vida real una tormentosa relación que acabó en un intento de suicidio y las sesiones de psicoanálisis de las que habla en El devorador de calabazas, que inspiró el clásico de Jack Clayton de 1964 Siempre estoy sola, con Anne Bancroft.

«Todas y cada una de las mujeres que conozco deberían leer a Penelope Mortimer al menos una vez en la vida», dijo Edna O’Brien, y no se equivocaba. Su poderosa sinceridad, la sinceridad de alguien que se sabe, a la vez, campo de batalla, víctima y verdugo, es una lección de vida, de un nihilismo existencial apabullante y dolorosamente divertido.

«VIVIR ES UN PERPETUO PREPARARSE PARA NADA»

«Pensar. Planear. Preparar. Vivir es un perpetuo prepararse para nada. Pinchar banderitas en las medianoches, comprobar el armario de la despensa, vaciar los ceniceros, tenerlo todo en orden. Cuando te mueves se produce un susurro de listas anticuadas de la compra, como hojas muertas; cuando paras, te aborda la terrible sensación del tiempo que pasa. Debes continuar. Corres de un lado para otro en el interior de los altos muros. Preparas para preparar para preparar…», se dice Ruth Whiting en Papá se ha ido de caza, la historia, en realidad, de una mujer que no puede soportar la soledad de la vida doméstica.

Ruth es madre de tres niños, dos aún en edad escolar, que pasan la mayor parte del tiempo fuera, y de una dieciochoañera que da al traste con su crisis nerviosa cuando le cuenta que está embarazada.

LAURA FERNÁNDEZ