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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Lucky Jim vuelve a las aulas

Es bastante probable que al lector español actual le suene el nombre de Kingsley Amis (1922-1995) más por ser el padre de Martin Amis que por su propia obra. Sin em-bargo, su alargada sombra se sustenta sobre obras canónicas como Lucky Jim, o Stanley y…

Es bastante probable que al lector español actual le suene el nombre de Kingsley Amis (1922-1995) más por ser el padre de Martin Amis que por su propia obra. Sin em-bargo, su alargada sombra se sustenta sobre obras canónicas como Lucky Jim, o Stanley y las mujeres (en esta misma editorial, como los Cuentos completos). Obras humorísticas caracterizadas por su cortante ironía y una marcada propensión a la sátira. Mención especial merece Sobrebeber (Malpaso), ese canto a la ebriedad que pasa por ser algo así como la Biblia del santo be-bedor, el estudio definitivo so-bre la dipsomanía. Una docu-mentadísima monografía sobre el alcohol, causa y a la vez solución de los problemas de sir Kingsley, cuyos gustos oscilaban entre el gin tonic, la ale y el bloody mary.

“Escribía sobre beber para aprovechar alguna de las muchas horas que le dedicaba”, sentenció Martin Amis tras la muerte de su padre. Es verdad que publicó tres libros sobre la bebida, pero también veinte novelas, entre ellas una secuela de James Bond, docenas de cuentos, varias colecciones de poesía, un libro de memorias y varios sobre crítica literaria. Fue uno de los máximos exponentes de los Angry Young Men, una generación de escritores de extracción obrera entre los que encontramos a Philip Larkin, John Osborne o Harold Pinter. Un movimiento anti-establishment que se ajustó al realismo y que buscaba una literatura más suelta, fresca y asequible. Es cierto que no todos ellos evolucionaron de la misma manera, sobre todo en lo que a pensamiento político se refiere, pero Amis mantuvo siempre un estilo ágil, cáustico y ligero. Considerado por el Times como uno de los diez mejores escritores ingleses posteriores a la segunda Guerra Mundial, sigue siendo eso que llamaríamos un clásico contemporáneo.

Lucky Jim –galardonada con el Premio Somerset Maugham de 1955– fue su primera novela, y le valió fama y reconocimiento inmediatos. Amis hijo lo explicó muy bien en esa espe-cie de autobiografía familiar que es Experiencia: “Un amigo me preguntó cuál de los libros de mi padre le recomendaba. Lucky Jim, respondí yo. Lo compró sin dilación, y una noche entré en su cuarto y lo encontré vomitando en el lavabo, con lágrimas en las mejillas, recuperándose de un acceso de risa. Bien por mi padre”. No sé, quizá no sea para tanto, aunque sí hay varios pasajes desternillantes. Estamos ante el que los ingleses consideran uno de los libros más divertidos del siglo. Ácida, caricaturesca, es a la vez una novela de campus y una comedia de enredo, una sátira despiadada sobre el endogámico esnobismo de una comunidad de intelectuales imbéciles. Y contiene la mejor descripción de una resaca de toda la historia de la literatura. James Dixon, el Jim del título, es un profesor debutan-te en una universidad de provincias. No es especialmente brillante ni parece sentir una gran vocación por la docencia, así que se dedica a mantener un perfil bajo y escurrir el bulto todo lo que puede, tanto en lo que se refiere a la vida académica como en sus relaciones personales. En realidad, Jim aborrece su trabajo, a sus compañeros, alumnos y, sobre todo, a sus superiores, a quienes pelotea fingiendo una engañosa cordialidad con la intención de acomodarse entre ellos, integrarse, convertirse en otro amargado y rutinario profesional de la enseñanza.

Al comienzo de la novela, Jim se encuentra en una situación delicada. Para conservar su puesto de trabajo necesita publicar un artículo que le permita congraciarse con el jefe de su departamento, el catedrático Welch, célebre por sus incorregibles escaqueos. Además, Jim mantiene con su compañera Margaret una ambivalente relación que salta por los aires cuando entra en escena Christine, a la sazón novia de Bertrand, el hijo de Welch, un insoportable pedante que se las da de artista. Su amor se divide entre estas dos mujeres, Margaret, manipuladora, estrecha, pasivo agresiva (y basada en una novia de Philip Larkin, trasunto a su vez del protagonista), y Christine, una tentadora rubia menos inocente de lo que parece.

La novela avanza a partir de las sucesivas y divertidas meteduras de pata de Jim. Para empezar, provoca un pequeño incendio en casa de sus anfitriones; intercambia correspondencia con resultados desastrosos; se emborracha con mayor frecuencia de la conveniente; gasta bromas pesadas que desembocan en peleas a puñetazo limpio…

‘Merry England’

Torpe, borrachín, mentiroso, egoísta e inmaduro en cuanto al sexo y las relaciones humanas se refiere, Jim va dando bandazos sin atreverse a tomar partido. Los difíciles equilibrios que se ve obligado a mantener, propios de un funambulista, terminarán por deshacerse cuando Welch le encarga impartir una lección magistral que deberá llevar como título Merry England, literalmente la Alegre Inglaterra, esa idealizada y bucólica imagen que los ingleses tienen de su país en los tiempos previos a la revolución industrial.

Jim sube al atril con “una voz confusa y entrecortada que delataba su más que evidente melopea”. Antes de desmayarse le da tiempo a decir: “La gran paradoja de la Alegre Inglaterra es que fue en realidad el periodo menos alegre de nuestra historia. Tan solo los amantes de la cerámica artesanal, los adeptos a la agricultura orgánica, los aficionados a la flauta dulce, al esperanto…”. Y el lector se desploma con él, muerto de risa y de algún modo contagiado de su euforia.

Para terminar, un par de consideraciones subjetivas: Como objetos físicos, los libros de Impedimenta son irresistibles. La atención al detalle, el diseño de cada elemento, desde la sobrecubierta a la tipografía… También es de justicia resaltar el excelente trabajo del traductor, Eder Pérez Garay. No existen tantas versiones en castellano de Lucky Jim y algunas eran manifiestamente mejorables. Aunque no está exenta de alguna errata, la de Pérez Garay es con mucho la más literaria. Otro gran acierto es mantener el título original. Ni Jim el afortunado ni La suerte de Jim.

Anímense. Denle una oportunidad a este clásico de la literatura humorística inglesa, probablemente la mejor muestra del inconfundible ingenio de su autor. Da bien la medida de lo que Kingsley Amis fue en realidad, un tronante moralista, irónico y políticamente incorrecto en la tradición de Fielding o Swift.

MIGUEL ARTAZA