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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La Madona de los coches cama»

Lady Diana Wynham es una extravagante aristócrata inglesa. Viuda desde hace años, disfruta escandalizando a la sociedad británica con sus aventuras amorosas y su extraordinario listado de amantes.

Como si de un escudero se tratase, el príncipe Gérard Seliman ejercerá de secretario personal llegando a conocer los detalles más íntimos de su disparatada vida. La locura se desata cuando se le comunica a Lady Diana que está al borde la ruina y su situación se halla en boca de todos. Tras consultar a sus asesores, estos le comunican que la única forma de salir del aprieto es obtener un permiso para explotar los campos petroleros que su difunto esposo compró antes de que la situación política de Rusia fuese tan convulsa. La única solución viable es enviar a su secretario a Berlín para tratar de obtener esa autorización, con soborno mediante si fuese necesario.

Con este marco, Maurice Dekobra elabora una trama en la que los secretos, los amores prohibidos y los engaños harán las delicias de los amantes de las historias de espías. Pero estamos ante una novela de espías muy temprana (no olvidemos que aunque el género se inició antes de la Primera Guerra Mundial fue en la Segunda cuando despegó y en la Guerra Fría cuando alcanzó su máximo esplendor). Tenemos ejemplos ya en aquellos años como Los 39 escalones de John Buchan o El agente secreto de Joseph Conrad. Los cánones del género aún distaban mucho de lo que se estandarizó en años posteriores, y a lectores acostumbrados a autores como Le Carré o Fleming este tipo de obras les pueden resultar incluso cómicas. La Madona de los coches cama rezuma esnobismo por los cuatro costados. Introduce elementos del género, incluso hay guiños a la novela de aventuras, y el humor está presente casi en cada una de las páginas de esta alocada aventura.

A pesar de que el peso de la trama reside en una maquinación de venganza en la que el narrador — el príncipe Gérard Seliman — no sabrá bien de quién puede fiarse y de quién no, si tuviese que quedarme con algo sería con la excelente construcción de los dos personajes femeninos. Por un lado tenemos a la excéntrica Lady Diana, una mujer libre con una personalidad deslumbrante que vive sin miedo ni pudor su sexualidad y proclama sus preferencias a los cuatro vientos. Tanto es así a las pocas páginas del comienzo bailará desnuda ante la crème de la crème de la sociedad londinense por una causa benéfica y por acallar los rumores de su ruina. He de reconocer que en más de un fragmento me sentí muy asombrada del contenido de los diálogos, teniendo en cuenta que la novela fue escrita en 1925, y además por un hombre. Dejaré que sea el propio Dekobra quien hable por sí mismo:

— Lady Wynham, ¿a qué edad fue desflorada?
— A los diecinueve años, por mi marido.
— ¿Tuvo una sexualidad infantil muy desarrollada?
— A partir de los trece años, sí. Sentía curiosidad… Solía leer…
— No. Me refiero a su infancia. Por ejemplo, hacia los cinco o seis años, ¿sentía algún tipo de placer embrionario cada vez que un hombre la hacía brincar sobre sus rodillas?
— En absoluto.
— Bien… Seguro que, antes de que se entregara a su legítimo esposo, ya había ofrecido el Stradivarius de su sensibilidad al arco de sus cortesanos, ¿verdad?
— Así es. Tuve algunas aventuras que llegaron bastante lejos… No obstante, sin consumar el acto final.
— ¿Tiene zonas erógenas hipersensibles?
— Las mismas que todas las mujeres, doctor.
— ¿Ninguna reacción delectable, por ejemplo, cuando la muerden?
— Sí. Me encanta que me muerdan, doctor. Pero, para mí , no es más que… ¿cómo decirlo? El pequeño aperitivo que uno mordisquea cuando pasa junto al bufé de la Voluptuosidad.
— ¿A qué edad se entregó por primera vez a los placeres solitarios?
— Alrededor de los doce años.

Por otro lado, tenemos a Irina Mouravieff, amante oficial de Leonid Varichkine, una poderosa mujer que disfruta torturando y asesinando a sus enemigos, humillándoles al obligarles a desnudarse ante el paredón para morir así del mismo modo que llegaron a este mundo. Su ira se desatará cuando descubra que Lady Diana habrá sido capaz de seducir a su pareja y comprobar de ese modo que no resulta tan seductora como su competidora. A pesar de escoger dos prototipos estandarizados de mujer, el autor realiza un emotivo alegato en contra de esos patrones establecidos:

¿Por qué habríamos de clasificar a todas las mujeres según los insípidos modelos expuestos en las vitrinas del bazar del Destino? La Mujer Fatal, la Mujer Fría, la Mujer Honesta, la Mujer Voluble… ¿Qué engreído naturalista sería capaz de afirmar las características específicas de una Mujer Fría, que mañana podría ser voluble sin transición; o de una Mujer Fatal, que un día podría quemar sus naves bajo el umbral de la honestidad?

La novela puede resultar en ocasiones desordenada para el lector contemporáneo. Arranca con el brillante retrato de Lady Diana, pasará a una segunda parte más centrada en el viaje del secretario, para rematar con cárceles, torturas e incertidumbre acerca del futuro de todos los protagonistas. Sin embargo, al final todo parece encajar. Nada parece fortuito, y esa especie de caos narrativo termina teniendo sentido. Desde luego, Dekobra sabía generar interés e intriga como el mejor. Tanto es así que esta obra consiguió alcanzar los trescientos mil ejemplares vendidos en su primer año de vida. Este autor francés será uno de los primeros en cambiar las reglas de la publicidad y el marketing en el mundo literario a través de campañas de promoción, carteles o librerías abiertas hasta medianoche debido a los lanzamientos de sus publicaciones.

Dekobra consiguió con este libro reflejar la frivolidad de una época para un determinado escalafón social. Resulta inevitable que nuestra mente conecte con personajes como Francis Scott Fitzgerald, las Flappers, Mata Hari e incluso Al Capone. Riqueza, glamour, sexo, rivalidad y sobre todo poder, serán algunos de los elementos que encontraréis en La Madona de los coches cama. Locos años veinte en estado puro.

Marta Marne