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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Papá se ha ido de caza» – Penelope Mortimer

No me cansaré de valorar el trabajo de Impedimenta para dar a conocer a escritoras anglosajonas del siglo XX, como Stella Gibbons, Penelope Fitzgerald, Margaret Drabble… y Penelope Mortimer.

Esta autora, que empezó a publicar en los años cuarenta, tuvo una vida tumultuosa: se casó dos veces, tuvo seis hijos de cuatro hombres diferentes, sufrió depresión, intentó suicidarse y fue sometida a un tratamiento electroconvulsivo. Fruto de esas experiencias escribió Papá se ha ido de caza (1958) y El devorador de calabazas (1962), dos novelas sobre mujeres, esposas y madres a punto de perder el control, de perderse a sí mismas. Penelope Mortimer, por tanto, pertenece a ese cada vez más nutrido grupo de novelistas que han enriquecido la literatura sobre la intimidad «femenina» en su forma más descarnada: la maternidad y el cuerpo, el matrimonio y los silencios, el ámbito doméstico y la angustia existencial.

Ruth Whiting, la protagonista, podría ser una treintañera como otra cualquiera: casada, madre de tres hijos, con unos cuantos amigos; un ama de casa instalada en la rutina apacible de la clase media inglesa. En el primer capítulo, acompaña a sus dos hijos menores en el tren, rumbo al colegio donde están internos; la mayor, Angela, ya va a la universidad. De vuelta en casa, sin la responsabilidad de los pequeños, Ruth debería sentirse libre, satisfecha, pero en la práctica ese hogar tan vacío (porque, por supuesto, su marido trabaja mucho) se le cae encima y padece una crisis nerviosa. No obstante, un contratiempo de su hija la obliga a salir de su letargo: Angela está embarazada. A partir de aquí, la existencia de Ruth se centra en ayudarla, es decir, en encontrar la manera de que pueda abortar, en una época en que el aborto solo se practica en la clandestinidad. La propia Ruth se quedó embarazada cuando tenía la edad de Angela; entonces adoptó un estilo de vida dependiente del esposo y encerrada en casa que no quiere que su hija (una «nueva mujer» en potencia, con estudios, emancipada) repita.

Papá se ha ido de caza, cuyo título alude a una nana que Ruth canturrea en sus ratos de soledad (y que evoca una imagen muy representativa del rol familiar de los hombres de su tiempo), es una de las novelas que abordan con mayor claridad y sin tapujos la interrupción voluntaria del embarazo en una sociedad donde, por desgracia como en muchos países todavía, solo se puede llevar a cabo de manera ilegal. Cómo se pone en marcha el ferrocarril subterráneo que conforman las mujeres para ayudarse las unas a las otras, para contarse dónde y con quién hacerlo. Cómo los hombres permanecen ajenos, bien por miedo e ignorancia, como el joven amigo de Angela, bien porque son ellas las que deciden excluirlos, como el padre, porque no lo entendería, porque querría imponer su voluntad. Cómo las afectadas sufren humillaciones por parte del personal sanitario y arriesgan su vida por las condiciones deplorables de la clínica. La historia se lee como una radiografía de los problemas inherentes a las mujeres; la intriga va acorde con la tensión creciente de Ruth, desesperada por encontrar a un médico, por consolar a su hija y, mientras tanto, que su marido no se entere. Y aún hay más: también es una novela que muestra a la perfección la relación entre madre e hija cuando la segunda ya es casi una adulta. El tipo de dependencia se transforma con los años, pero la joven sigue necesitando a su madre. O, dicho de otro modo, la madre nunca deja de ejercer de madre, siempre tiene que estar ahí, aunque nadie parezca apreciarlo. Esa es una de las causas de su desazón. La otra hay que buscarla en el matrimonio, el otro foco del libro, si bien este se plantea con sutileza, entre bambalinas. Sin entrar en detalles, tanto Ruth como su marido se ocultan cosas. No discuten, no se hacen reproches; el declive de su relación se debe a otro conflicto, una pérdida de conexión emocional. Comparten cama, pero sus mentes navegan en direcciones diferentes. A él no le faltan distracciones. Ella se siente sola, descolgada de su círculo social. El matrimonio se sostiene sobre el silencio, las mentiras; un aperitivo de lo que la autora desarrolló con aún más crudeza en El devorador de calabazas. En medio de los cónyuges, los amigos, testigos hipócritas del hundimiento.

Si bien el gran éxito de la autora fue El devorador de calabazas, Papá se ha ido de caza me parece una novela más lograda, con un hilo narrativo más firme y cohesionado. El devorador de calabazas sobresale en su análisis de un matrimonio que hace aguas y en su tono grotesco, pero la construcción está un tanto deslavazada. Papá se ha ido de caza plasma mejor la evolución de la protagonista, la angustia creciente. El punto de vista se centra en Ruth, salvo en algunos capítulos, en los que (decisión inteligente) desplaza la mirada para ofrecer una panorámica del vecindario, lo que le permite narrar qué ocurre mientras Ruth está inmersa en su cometido. Por lo demás, Mortimer no es una prosista especialmente refinada; su estilo, directo y sin filigranas, con mucho diálogo, está al servicio de la historia y el personaje. No aspira a ser una Virginia Woolf, sino que utiliza un lenguaje sencillo y afilado, eficaz para que su denuncia llegue a los lectores. Tiene mucho en común con El cuaderno prohibido (1952), de la italiana Alba de Céspedes, otra magnífica novela sobre una mujer, madre y esposa al borde de la locura. Edna O’Brien, con la que también comparte bastante (ay, sus Chicas felizmente casadas de 1964), dijo de Penelope Mortimer que todas las mujeres deberían leerla al menos una vez en la vida. Me permito añadir: y los hombres, precisamente para que estas preocupaciones (y estas obras) dejen de ser solo «de mujeres».