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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Júlia Sardà: talento a raudales

En una entrevista reciente le pidieron a Julia Sardà que seleccionase diez libros ilustrados que ella pondría en el aparador de una librería. No faltaron ni «Home» de la gran Carson Ellisni ni «El Viaje de Shakleton», de William Grill. Estaba «Eventually EverythingConnects» de Loris Lora y «Amphigorey» del mítico Edward Gorey.

Tampoco se olvidó de una obra maestra que muy pocas veces recibe el reconocimiento que merece: las ilustraciones para Alicia en el País de las Maravillas que hizo Tove Jansson, la finlandesa más conocida por la familia Mumin, esos trolls encantadores que recuerdan a los hipopótamos.

La selección no sorprende un ápice: la ilustradora Julia Sardà es la síntesis perfecta de todos estos autores excelentes que han deleitado con su estilo en las últimas décadas.

Saturadas de detalles (guiños, referencias, incluso alguna que otra broma inteligente y bien escondida), las creaciones de Sardà tienen un regusto vintage, que mezcla lo decimonónico inglés con una estética centroeuropea de fin de siècle que recuerda a Alfons Mucha, Gustav Klimt y a las películas de Wes Anderson. Todo ello aderezado con toques góticos, atmósferas apagadas, ambientes misteriosos y una cálida paleta de color otoñal.

Sobre todo, hay mucho de Edward Gorey en sus obras, esa capacidad para mezclar lo macabro con lo humorístico y dar un toque simpático a personajes tenebrosos. Y también hay ese don que demostró Tove Jansson con «Alicia» de no dejarse intimidar por el trabajo de los clásicos y poder así tener libertad creativa para reinventar personajes inolvidables, adaptándolos a una nueva presentación pero sin perder la esencia.

Lo vemos en el libro que la catapultó al gran público: el sensacional «Los Liszt», con texto de la canadiense de origen japonés Kyo Maclear y traducción de Susana Rodríguez. Y lo volvemos a disfrutar, y a lo grande, con «Mary, que escribió Frankenstein», un festín para los sentidos. Por no decir que estamos contando los segundos para que se publique «Duckworth The Difficult Child», escrito por Michael Sussman y al que Julià Sarda da vida con unas ilustraciones sensacionales.

Es una muestra del excelente currículum de esta jovencísima ilustradora barcelonesa, nacida en 1987, que empezó, como empiezan todos, con trabajos publicados en Blogspot, pero que pronto comenzó a recibir encargos interesantes.

Claro que a ella la ilustración, la pintura, era algo que le había acompañado desde pequeña: su padre y gran referencia es el pintor Jordi Sardà Valls y fue de él quien aprendió la disciplina, el compromiso, la sensibilidad y la importancia de crear un universo personal, algo que ahora se denomina, no sin cierta cursilería, tu propia marca.

Pero construir este mundo propio requiere de esfuerzo y de investigación. Están, claro, las primeras lecturas que marcan sobremanera: el personaje de Ronja, la hija del bandolero, creado por Astrid Lindgren, y también Robin Hood y, en otro nivel, el gran Son Goku que marcó a toda una generación.

A partir de ahí, viene una formación sólida, aunque no necesariamente convencional.

Julia comenzó Bellas Artes pero lo dejó: sentía que no encajaba. Se apuntó entonces a la Escuela Joso, de Cómic e Ilustración, un centro muy técnico, «muy de hacer pies, manos, paisajes perspectivas…», explicó Júlia, «era lo que se sentía que necesitaba en aquel momento». Luego vino la Escuela Massana, donde tuvo de profesores a Pere Ginard y Arnal Ballester, pero el curso no le acaba de convencer y no lo acaba.

Los primeros trabajos fueron precarios y reclamaron miles de horas de dedicación. Comenzó haciendo storyboards para publicidad y luego entró a trabajar para un estudio que trabajaba para las publicaciones editoriales de Disney Pixar. Era colorista y las jornadas eran, por decirlo finamente, extensivas. Aún recuerda las noches sin dormir para cumplir los calendarios de entrega, y la falta de satisfacción al no poder desarrollar tu propio estilo («no se puede notar que eres tú, todo ha de ser la magia de Disney»). Aguantó dos años.

Tuvo la gran suerte de que, con tan sólo 23 años, le hicieran un par de encargos de ilustración y aquello le ayudó a dar el salto: dejar un trabajo que no le gustaba y ponerse por su cuenta.

Aterrizó en el Círculo de Lectores, en la Colección de Clásicos, ilustrando obras como «Mary Poppins». La editora de la colección le dio libertad máxima para crear lo que quisiera y así Júlia pudo, por fin, dar rienda suelta a su imaginación y a su talento.

El primer encargo fueron las ilustraciones para «El mago de Oz», en el 2013. Ese mismo año, la editorial francesa Fleurus le encarga dibujos para «Alice au Pays des merveilles». Al año siguiente, trabajó en «Mary Poppins», «Oliver Twist», «O Jardim secreto» (publicado por Salamandra) y «Charlie y la fábrica de chocolate». También ilustra «El Tesoro de Barracuda», de la escritora Llanos Campos Martínez, que ganó el Premio Barco de Vapor en el 2014.

El brazo marchito

Una gran oportunidad le llega en el 2015 con las ilustraciones para «El brazo marchito», un escrito gótico de Thomas Hardy, publicada en AstroRey con traducción de Zulema Couso.

Publicado originalmente en 1888, en la revista Blackwood, está considerado una de las mejores novelas breves del siglo XIX y se situa en Holmstoke, un pequeño pueblo en el corazón de la Inglaterra rural en plena época victoriana. ¿Qué secretos guarda aquel lugar? ¿Y por qué Gertrude, una recién llegada, tiene unas extrañas marcas en el brazo?

Los Liszt

Los Liszt son una excéntrica familia, algo desequilibrada y llena de filias y fobias, que disfruta haciendo listas variopintas. Mamá y Papá Liszt, Winifred, Edward, Frederick, el abuelo Liszt e incluso el gato pasan el tiempo con listas que van de las canciones de David Bowie a los mejores futbolistas de todos los tiempos, los distintos tipos de queso o las enfermedades más asquerosas.

Pero un buen día aparece en su decrépita y decandente mansión un extraño ser que no se encuadra en ninguna de sus exhaustivas listas. ¿Cómo reaccionarán hacia lo deconocido e inclasificable?

Con texto de la escritora canadiense de origen japonés Kyo Maclear, «Los Liszt» fue publicado inicialmente por Tundra Books en el 2016 y en castellano por Impedimenta en febrero del 2018 (con traducción de Susana Rodríguez).

Es una pequeña obra maestra donde Julia Sardà volcó todo su talento y ambición artística. Y en donde dio un recital sobre cómo integrar multiples referencias pero mantener una línea estética propia y definida. Hay constantes guiños a Gustav Klimt y a Alfons Mucha. Hay mucho de «El huésped dudoso» de Gorey, de las obras de Carson Ellis, Tove Janssen y David Rosel y de los personajes de los «Tennebaum» de Wes Anderson. Todo ello con toques de humor y contemporáneidad: referencias a la Bauhaus, a Tintín, Rapustín, la perrita Laika o la teniente Ripley. Y también hay un homenaje a Paul Klee: el extraño visitante está basado en las marionetas que el artista hizo para sus hijos.

El resultado, insisto, es una maravilla visual. Y eso que Júlia Sardá no conocía a la autora y tuvieron que trabajar a distancia. «Simplemente me pasaron el guión e hice un primer set de esbozos», dijo en una entrevista. Pero funcionó. «Nos habíamos entendido a la perfección».

Tan sólo hubo un punto de fricción: Kyo quería que los Liszt viviesen en una mansión gótica, pero Júlia no lo acaba de ver. Lo que sí estaba claro es que la estética tenía que ser centroeuropea, de principios del siglo XIX. «Intenté que los personajes pareciesen anacrónicos, desplazados en el tiempo y el espacio». Desde luego, lo consiguió.

Mary, que escribió Frankenstein

Era difícil estar a la altura de «Los Liszt», pero con «Mary, que escribió Frankenstein</em>», Julia Sardá lo volvió a conseguir. Publicado en castellano en octubre de este año en Impedimenta, con texto de la escritora canadiense Linda Bailey y traducción de Raquel Moraleja, es una auténtica proeza visual que nos traslada a una atmósfera gótica, asfixiante, misteriosa y envolvente.

La misma atmósfera de aquella Villa Diodati, en Suiza, donde Mary Shelley comenzó a crear su personaje más famoso en 1815. Era el famoso año en que, por un fenómeno metereológico más que curioso, no hubo verano y la atmósfera se volvió fantasmagórica. La joven Mary Shelley, entonces de tan sólo 18 años, se dejó llevar por las historias de espíritus, criaturas fantásticas y monstruos que cobraban vida. Y así dio forma a un libro que revolucionó la literatura británica e inauguró un género inédito: la novela gótica mezclada con la ciencia ficción.

Pero, ¿quién era Mary Shelley? Para empezar, era una niña a la que le gustaba mucho soñar. O así, al menos, comienza esta biografía para niños y niñas de la autora de Frankenstein. Con un lenguaje sencillo, el libro narra la vida e Mary y el proceso creativo de la novela gótica más famosa del mundo.

Conocemos a la pequeña Mary, hija de William Godwin y de la filósofa y feminista Mary Wollstonecraft, que murió diez días después de nacer la niña. Aunque nunca la conoció, Mary estaba obsesionada con el recuerdo de su madre hasta el punto que aprendió a leer deletreando las palabras cinceladas en la tumba de su madre.

Conocemos también el desarrollo de la imaginación portentosa de Mary, una mujer rebelde y fuerte. Y conocemos el proceso creativo que dio lugar al monstruo más famoso de la literatura británica.

Las ilustraciones de Julia acompañan a la perfección el texto. Rectifico: el texto acompaña a la perfección a unos dibujos evocadores, muy narrativos y, nuevamente, increíblemente detallistas que esconden historias secundarias y nos invitan a bucear en un mundo onírico, rocambolesco y espectral.

Julia Sardà reveló que se había inspirado enormemente en las pinturas del suizo Felix Vallotton para captar la atmósfera del siglo XIX, aunque luego cubrió las imagénes de un gran tenebrismo y unos contrastes cromáticos muy marcados que recuerdan a las pinturas negras de Goya y al «Apocalipsis» de los Beáto de Liébana.

El resultado es una pirotecnia de líneas, texturas y colores que transportan inmediatamente a un mundo pasado, recargado aunque decadente, terrorífico pero encantador.

Pura disciplina

Podríamos seguir con las alabanzas, y todas estarían más que justificadas. Pero acabamos este artículo aplaudiendo, no sólo el talento a raudales de esta joven artista, sino su disciplina, determinación y pasión por el trabajo bien hecho.

Julia es una gran profesional que, al igual que sus ilustraciones, siente pasión por los detalles. De ahí un método de trabajo sistemático y minucioso: leer los textos que recibe, estudiar las ilustraciones antiguas de los libros si existen, bucear en carpetas de documentación y referencias e, inmediatamente después, comenzar a diseñar a los personajes personales.

Siempre comienza con los personajes, individualmente, y es a través de ellos que va trabajando historias propias, construyendo sus biografías, descubriendo por el camino sus fobias y filias. El paisaje, el envoltorio, viene después.

Antes hacia unos primeros bocetos a lápiz, luego los escaneaba y pintaba con ordenador. Ahora todo lo hace con el ordenador, aunque se asegura que el resultado final tenga siempre un toque cálido y que desparezca el aspecto de aerógrafo de Photoshop.

Julia Sardà es claramente sistemática y, como sus personajes de «Los Liszt», ella también tiene su propia lista vital: es compradora compulsiva de libros, rescatadora de plantas, practicante a tiempo parcial del Ashtanga y, entre sus pasiones, destaca los grandes barcos mercantes, las plantas hidráulicas, las noches de verano y el arroz a la cubana.