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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La fruta del borrachero»

«Yo tenía una fotografía, y en esa fotografía estaba todo lo que yo había vivido. A veces mientras menos se sabe más se vive».

El otro día compartí un breve café/infusión con una amiga uruguaya, y como a las dos nos encanta leer, le hablé de La fruta del borrachero, porque tenía ganas de comentar con ella el desconocimiento que tenemos en España sobre la realidad de los países latinoamericanos. Los conflictos y lo que ocurre en lugares como Colombia se quedan en meras anécdotas y los medios de comunicación tan solo nos transmiten una pequeñísima parte de lo que allí acontece. Y en esa brevedad, como os imagináis, no cogen las historias de las personas, que son las que deberían importar.

Como estudié periodismo, todo el tiempo busco noticias, reportajes y entrevistas en las que se indague en las causas y se dé voz a las personas que habitualmente no la tienen. El periodismo como contrapoder. Pero no encuentro informaciones así, sino solamente las que alimenta el propio poder y los mecanismos publicitarios. A diario siento, pues, un enorme vacío informacional, y también un deseo de buscar la reflexión y el debate sosegado y calmado en los libros, sobre todo en las novelas que me ofrecen muchísimas formas para interpretar lo que realmente sucede. Y ahí existen muchísimas joyas que merecen ser leídas, como La fruta del borrachero, una novela inmensa donde Ingrid Rojas Contreras nos habla de la Colombia de los años 90, del miedo imperante en la sociedad debido a la presencia de Pablo Escobar y el narcotráfico y el ambiente de desasosiego y crispación existente entre los que estaban en un bando y los del otro.

La principal ventaja de este libro es que nos lleva de pleno a la Colombia de Pablo Escobar y nos ofrece la perspectiva de dos niñas (Chula y Petrona) pertenecientes a clases sociales y ambientes diferentes y que no saben realmente lo que acontece en ese mundo que les está vetado a los niños y niñas. Durante toda la novela, Ingrid hace partícipe al lector con esa incertidumbre que siente la propia Chula y la contrapone con los duros acontecimientos producidos en el país a raíz del asesinato del presidente Galán a manos de los narcotraficantes. Una historia espeluznante a la par que bellamente escrita, con unas metáforas e imágenes que nos empujan a la reflexión y que nos llevan de pleno al realismo mágico y a pensar en Gabo.

«Un nombre simple. Nombre, apellido. Pablo Escobar. En aquel confuso montón de acrónimos, el simple nombre era como un pez saliendo del agua, algo a lo que yo podía agarrarme y recordar».

Un libro que aporta mucha luz y que abre el debate necesario y tranquilo sobre una época muy dura en Colombia y que obligó a muchísimas personas a emigrar a Estados Unidos. Así también, en él se nos habla de sentimientos tan humanos y contradictorios como el amor y la traición, los celos y la necesidad que todos tenemos en los momentos duros de inventarnos una realidad paralela. Sin olvidarnos tampoco, y así lo deja patente la autora, del papel protagonista que desempeñaron las mujeres en esa lucha que todavía tiene sus efectos en nuestros días.