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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Ingrid Rojas Contreras: «Esta no es otra historia sobre Pablo Escobar»

La primera novela de la autora colombiana ha sido aplaudida por la crítica de Estados Unidos, donde ya es considerada una de las grandes promesas de la narrativa latinoamericana escrita en inglés.

—Era mi primer invierno en Estados Unidos. La temperatura empezó a bajar cada vez más, hasta -10 °F. Yo tenía 19 años y estudiaba periodismo y escritura creativa en Columbia College, en Chicago. Todas mis compañeras de apartamento se habían ido a pasar la Navidad con sus familias, así que me quedé sola. El frío que yo conocía era el de Bogotá. Añoraba tanto estar en Colombia que subí la temperatura de la calefacción a 90 °F. Ahí fue que empecé a escribir esta historia.

—Entonces empezó a escribirla por la añoranza que sentía de Bogotá.

—Sí. Página tras página estaba describiendo el paisaje, los olores, la niebla, la comida. Y fue desde ahí que esta novela empezó a surgir. Por muchos años traté de no escribirla.

—¿Por qué intentaba no escribirla?

—La novela está basada en una experiencia personal. Me interesaban las consecuencias que la violencia había tenido en la vida de las mujeres que me rodeaban: mi mamá, mis tías, mi abuela, mis amigas, las amigas de mi mamá, las jóvenes que trabajaron en nuestra casa. Empecé escribiendo una crónica, pero cuando cambié los nombres de los personajes y se convirtió en ficción pude tener mayor acceso emocional a la historia. Antes no tenía la capacidad de profundizar en mis propias emociones acerca de lo que había pasado.

Lo que le pasó a Ingrid Rojas Contreras (Bogotá, 1985) les pasó a cientos de colombianos. Ella y su hermana mayor fueron víctimas de un intento de secuestro. A su papá se lo llevó un grupo de guerrilleros que estaba liderado por un amigo de su infancia. Tuvo suerte, después de reconocerlo y preguntarle cómo le iba la vida, el líder ordenó que lo dejaran en libertad. Los recuerdos de una niñez asaltada por la violencia, el miedo y el exilio marcan el ritmo de La fruta del borrachero (Impedimenta, 2019), la ópera prima de la colombiana que The New York Times describe como una novela estremecedora, reflexiva y hermosamente escrita.

Las niñas que cuentan la historia son Chula Santiago y Petrona Sánchez. Chula tiene siete años. Es perspicaz y preguntona, menos extravertida que su hermana Cassandra, dos años mayor que ella. Petrona es una niña de trece años que vive en un barrio de desplazados asediado por la guerrilla. La mamá de Chula contrata a Petrona para que se ocupe de las tareas domésticas. Con su llegada a la casa, el peligro burla el cerco de seguridad que intenta proteger a la familia Santiago de tantas desgracias posibles en la Bogotá de la década de los 90.

—¿Por qué eligió las miradas y las voces de dos niñas para narrar esta historia?

—Con las voces de Chula y Petrona se crea una distancia entre dos realidades muy distintas, pero las dos viven en un entorno que no las apoya por ser mujeres en cada uno de sus mundos. Me gustó crear ese espejo entre ellas. Desde niña fui alguien que quería escuchar historias. Nunca fui de esos niños que siempre están jugando afuera, prefería estar dentro de la casa. Si había mujeres hablando de sus vidas, trataba de camuflarme en una esquina para escuchar lo que estaban contando. Ese fue el principio de mi investigación acerca de cómo es la vida de las mujeres.

—La guerrilla, los paramilitares, los carteles, Pablo Escobar, los falsos positivos, el Ejército. No es fácil entender quién es quién, y qué lugar ocupa en el conflicto. ¿Cómo abordó esa parte de la novela?

—Le dediqué un año a la investigación del conflicto. Leí todos los periódicos desde 1989 hasta 1995, varios libros acerca de Pablo Escobar, testimonios de colombianos desplazados por la violencia y libros escritos por periodistas que estuvieron en Colombia en los años 90. No satisfecha con toda esa investigación, se me ocurrió consultar una base de datos meteorológicos, para saber el estado del tiempo por cada día de la novela. Quería que el clima se sintiera como un personaje más. Como la violencia y el miedo.

—Un personaje más, ¿como el borrachero? El árbol está muy presente en su novela.

—Me gusta reconocer los símbolos que me rodean y poder incluirlos en lo que estoy escribiendo. Teníamos un borrachero en nuestro jardín cuando vivíamos en Bogotá, y cuando nos fuimos a San Francisco, en el jardín de nuestro apartamento, también había un borrachero. Yo pensé: «Este árbol me está persiguiendo». Las flores del borrachero son dramáticas y elegantes, y el olor es tan embriagador. Cuando estaba escribiendo el libro veía a Colombia reflejada en ese árbol seductor y altamente tóxico. Colombia es un lugar enigmático y hermoso, y al mismo tiempo hay peligro fluyendo debajo de su encanto.

—Ha reconocido que Chula se parece a la niña que usted fue, ella está obsesionada con Pablo Escobar. ¿A usted le ocurrió lo mismo?

—Yo nunca estuve obsesionada con Pablo Escobar. Pero escribiendo la novela empecé a observar a este personaje, a Chula, que empezaba a tomar sus propias decisiones y que tenía sus propios intereses. Esta no es otra historia sobre Pablo Escobar. Cuando le conté a una amiga de mi mamá que estaba escribiendo la novela, me dijo: «¡Ay, no! No vayas a escribir otro libro sobre Pablo Escobar. Esa historia nos tiene hartos. ¿Qué van a decir en el exterior?». Pienso que el conflicto colombiano no ha sido contado de la manera adecuada. Por ejemplo, la serie de televisión Narcos cuenta una versión glamorosa de esa época, no está centrada en las víctimas. Creo que debemos corregir esa narrativa.

—¿Cuánto tiempo le dedicó a la novela?

—Siete años.

—¿Ha podido llegar a una conclusión, respecto a las causas fundamentales del conflicto?

—Empecé la novela con un mundo de preguntas y la terminé con más dudas. Una parte de mi investigación fueron las entrevistas que les hice a personas que estaban en la guerrilla. Intentaba entender por qué alguien se involucra en un grupo armado. Conocí personas que tenían razones políticas y otras que tenían razones económicas. Un hombre me contó que su papá se hizo guerrillero para vengar la muerte de su padre. Después, una de sus primas fue violada por un guerrillero, y él, que también estaba metido en la guerrilla, decidió cambiarse de bando para convertirse en paramilitar. Aprendí que la violencia puede ser algo que viene en una línea familiar. Una de mis preguntas como novelista es cómo esa violencia que pasa de padres a hijos resurge en el presente.

—Su novela muestra cómo el miedo va generando una angustia que acaba afectando todas las relaciones, hasta las más íntimas. ¿Cree que con el tiempo es posible despojarse de ese miedo que se lleva metido en el cuerpo?

—El miedo siempre deja sus marcas. Cuando se viven situaciones tan dramáticas no puedes olvidarlo del todo.

Ingrid Rojas Contreras recuerda a su madre cubriendo una mesa con un mantel de estrellas y lunas. Cuando su papá se quedó sin trabajo, su mamá abrió un consultorio en el ático de la casa. Pensó que sus artes adivinatorias servirían para pagar las facturas. Uno de esos días en que no había mucha clientela, la escritora, que entonces tenía 12 años, acompañaba a su madre en el ático. «Nadie quiere la verdad —le dijo su mamá después de expulsar el humo de un cigarrillo—, pero todos quieren una historia».

—¿La familia Santiago está inspirada en su propia familia?

—Todos los personajes de la novela empezaron basados en alguien real. Fue interesante incluir a mi familia en el proceso. Cuando les conté que había personajes inspirados en ellos, todos pensaron que eran protagonistas. Cada vez que un personaje hacía algo distinto los llamaba para contarles. A mí papá le dije: «Tu personaje tiene mala suerte, no sé si va a sobrevivir». Mi papá estaba preocupado, me decía: «¿Y qué tal si encuentra un trébol de cuatro hojas, o de pronto va a la iglesia y el cura lo bendice, o si un curandero le hace una limpia?».

—¿Cuándo empezó a escribir?

—Empecé a los 14 años, antes de irnos a Estados Unidos, cuando nos refugiamos en Venezuela, en Maturín. Fue el momento en que me vi perdida. Estábamos huyendo de la violencia, dejando todo sin saber qué nos esperaba. Sentía la necesidad de expresar lo que vivíamos. Pero mi familia es muy metida. Yo sabía que si escribía un cuaderno lo iban a leer. Entonces empecé a escribir en inglés.

—Pero su hermana sí que podía entender lo que escribía.

—Sí, pero por lo menos se limitaba a una persona, no a tres. En Venezuela estaba escribiendo acerca de mis experiencias, cuentos, poemas. Escribía para mí. Antes había escrito para clases del colegio, pero no lo sentía como algo mío. Después vi un paralelismo entre ser inmigrante, hacer un hogar en un lugar que no es tuyo y tratar de escribir en una lengua que no es la propia. Yo pensé que acabaría siendo periodista. Nunca pensé que alguien como yo pudiera escribir un libro.

—¿Alguien como usted?

—Sí. Todos los libros que me habían enseñado en el colegio eran de hombres. No tenía un modelo, ni me veía reflejada. Como no conocía a nadie que escribiera libros, creía que no era algo para mí.

—¿Cuál ha sido su evolución como escritora hasta llegar a La fruta del borrachero? ¿Qué estuvo escribiendo antes?

Publiqué cuentos y ensayos en The New York Times Magazine, Los Angeles Review of Books, Guernica y otros medios. También trabajé como traductora para una periodista que investigaba casos de inmigración en la frontera entre México y Estados Unidos. Fue algo que alimentó la novela. Me atrajo ese espacio entre el inglés y el español. Cuando estaba tratando de encontrar mi voz literaria me imaginaba los cuentos y ensayos que escribía en español, pero cuando mis dedos tocaban el teclado los traducía en inglés. Para mí la versión original de La fruta del borrachero es una traducción.

—¿Está escribiendo algo ahora?

—Estoy escribiendo acerca de mi abuelo materno, un curandero del que decían que podía mover las nubes.

—Madre clarividente, abuelo curandero. ¿Ha heredado los poderes de su familia?

—No creo haber heredado un poder sobrenatural, pero los dos eran muy cuenteros, eso sí lo heredé.

SORAYDA PEGUERO ISAAC