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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Louisa May Alcott: Fruitlands. Una experiencia trascendental

El abandono de la «civilización» y el acercamiento a la Naturaleza en busca de lo que podríamos calificar como una «vida más pura» forman una parte importante de la cultura y de la literatura estadounidense del siglo XIX.

El ejemplo que a la mayoría le vendrá a la cabeza será el Walden de Thoreau, pero lo que pocos sabrán es que la célebre autora de Mujercitas también estuvo metida en estos inventos, aunque fuera cuando apenas contaba con diez años de edad y lo hiciera llevada por sus padres, el filósofo trascendentalista (e íntimo amigo de Ralph Waldo Emerson) Amos Bronson Alcott y la trabajadora social Abba May.

El «invento» de la familia Alcott-May fue la comuna utópica y trascendentalista de Fruitlands, la cual se regía por una teórica asignación de tareas según los intereses y capacidades de cada cual y por una a priori igualitaria distribución de recursos y una. Algunos de los principios que regulaban la vida de Fruitlands fueron, por ejemplo, el pacifismo, el veganismo, el rechazo frontal al dinero (raíz de todo mal) y al producto del trabajo «esclavo», etc. No parece mal idea, ¿verdad?

El caso es que, como tantas otras experiencias similares, «Fruitlands» terminó en un estrepitoso fracaso. Y es que el entusiasmo inicial chocó violentamente con la ausencia de recursos (económicos, laborales, etc) y con la cruda realidad, esa que tozudamente nos demuestra que la suma de individuos imperfectos da como resultado una sociedad imperfecta.

La estancia de la familia Alcott-May en la comuna utópica y trascendentalista apenas duró un año, y debió marcar tanto a la pequeña Louisa como para escribir, 30 años después, un relato narrando la estancia de la familia en la comuna de Fruitlands. El relato, de apenas 40 páginas, muestra esa tozuda realidad, los errores y aciertos y los defectos y virtudes de los pioneros. Es, por tanto un relato pasado por el tamiz de la distancia que da el tiempo, lo que contribuye a su objetividad y al sentido crítico del mismo. La única pega que se le puede poner es su brevedad. Creo que el tema daría para una novela «de las gordas». Quizá las estrecheces económica que la autora atravesó durante toda su vida lo impidieran, aunque esto es solo una hipótesis.

Acompañan al relato una serie de «anexos» a cual más curioso . Destacan, por encima de todo, los breves diarios escritos por la propia May Alcott durante su estancia en Fruitlands. Pese a su carácter infantil (He ido a clase como de costumbre y he estado jugando hasta la comida…), en algunos fragmentos deja entrever una llamativa capacidad de observación para descubrir grietas en el mundo de los adultos. No menos interesantes son las cartas escritas por Amos Bronson Alcott y Charles Lane, dos de los «líderes» de la comuna, en las que explican sus objetivos y principios y la introducción y el posfacio, escritos por Julia García Felipe y Pilar Adón, que cumplen la doble función de introducirnos en la vida, obra y pensamiento de una autora cuyo legado va mucho más allá de la archiconocida Mujercitas.