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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

En «La fruta del borrachero» de Ingrid Rojas Contreras, la violencia del narco enferma a dos familias

Dice Ingrid Rojas Contreras que cuando está en Colombia sus familiares la llaman «La Gringa» y que sus amigos en Estados Unidos la apodan «La Colombiana».

La primera novela de la autora nacida en Bogotá y residenciada en San Francisco es un ejemplo de esta dicotomía que ha marcado su vida desde que la violencia guerrillera de su país de origen les obligara a ella y al resto de los miembros de su familia a refugiarse en Norteamérica. En La fruta del borrachero, la llegada de Petrona enmaraña la tranquilidad de los Santiago, sacándoles de su burbuja de burgueses bogotanos, para lanzarlos dentro de la brutal realidad de su país cuando estaban en plena guerra contra el gobierno colombiano el Cartel de Medellín y su líder, Pablo Escobar. Así describe la narradora de la novela, la pequeña Chula, al hombre omnipresente en la década de los años noventa: «era El Rey Midas de las palabras. Todo lo que tocaba, lo transformaba en narco seguido de un guión: narco-paramilitar, narco-guerra, narco-abogado, narco-congresista, narco-estado, narco-terrorismo, narco-dinero». Todo esto, sin embargo, lo escribió Rojas Contreras en inglés. Por eso, la bonita edición que hace Impedimenta del libro está traducida por el mexicano Guillermo Sánchez Arreola.

A la narración de Chula se une la voz también en primera persona de Petrona, una joven proveniente de uno de los sectores más pobres de la ciudad, la protagonista de una historia mucho peor y testimonio de la enorme iniquidad de la sociedad colombiana y de cómo la violencia también se reparte de forma desigual entre pobres y ricos. «Nos volvimos sordos y mudos, pero aún así perdimos. La historia se repitió, y perdimos otra vez. No teníamos otra opción», reflexiona Petrona sobre el papel que le tocó jugar en su vida. El argumento de la novela se edifica sobre la amistad entre Chula y Petrona; una historia de la solidaridad entre mujeres en el peor momento de una crisis que de tantas víctimas y victimarios dejó de tener inocentes o culpables. Lo más doloroso de La fruta del borrachero es que los acontecimientos más increíbles de su argumento ocurrieron de verdad. Enmarcada entre los convulsos años transcurridos entre 1989 y 1994, la narración comienza en tiempos del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán y continúa describiendo el largo período de sequía —así como los apagones y la falta de agua que resultaron— y la espectacular persecución de Pablo Escobar —además de su última entrevista y la oración hallada en el bolsillo de su camisa cuando lo mataron—.

La misma impronta confesional —o de «autoficción» si se prefiere una etiqueta crítica más contemporánea— de La fruta del borrachero que le otorga fuerza distintiva a la voz de Rojas Contreras representa una revolución en la literatura de Hispanoamérica y sigue el sendero inaugurado por autoras como la mexicana Valeria Luiselli (Los ingrávidos), la ecuatoriana Mónica Ojeda (Nefando) y la chilena Nora Fernández (Chilean electric). Porque La fruta del borrachero no es una novela negra entre narcos y policías; malos y buenos. Y no apela a la grandilocuencia de la épica del realismo, ni siquiera a lo real maravilloso heredado de la tradición del boom marcada por Gabriel García Márquez y sus imitadores. La manera como es biográfica pero la historia que narra es ficticia es su más grande acierto, pues en la realidad que también es fantasía y en la manera de reconstruir la historia reciente de Colombia como una alegoría de las épicas íntimas Rojas Contreras recuerda que no existen buenos ni malos pues los victimarios, muchas veces son las mismas víctimas.

Michelle Roche Rodríguez