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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Un hombre con atributos» de David Lodge

Esta peculiar biografía, que excede en mucho los límites del ensayo, fragua en un novelón que se construye desde un excéntrico punto de vista: el de las mujeres que frecuentaron su vida y su lecho.

A menudo se olvida un nombre cuando se habla de los más sólidos escritores británicos del panorama literario actual, entre los que sí se incluye merecidamente a Julian Barnes, Ian McEwan, Graham Swift o Martin Amis. Es el de David Lodge (Londres, 1935), de quien la editorial Impedimenta viene de traer al castellano Un hombre con atributos, una obra magna, ciclópea, casi tanto como el genio de su protagonista, H. G. Wells, autor de hitos de la ficción tan universales, verdaderos clásicos populares, como La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898). Esta peculiar biografía, que excede en mucho los límites del ensayo, fragua en un novelón que se construye desde un excéntrico punto de vista: el de las mujeres que frecuentaron su vida y su lecho. Corre el año 1944 (apenas dos antes de su fallecimiento), y, en el enclaustramiento, retirado del mundanal ruido en su céntrica residencia de Regent’s Park, Herbert George Wells (1866-1946) emprende un evocador relato de su (azarosa, prolija y exitosa) existencia. Pese a que el propio Wells ya volvió sobre sí mismo en su muy amplio Experimento en autobiografía (publicado en España por el sello Berenice), su apasionante existencia justifica de manera sobrada la lectura de Lodge, cuyos humor e inteligencia ya avalarían plenamente el disfrute. En otro tono bien diferente, Lodge ya había visitado con un acierto notable -en su novela ¡El autor, el autor!– la agridulce aventura teatral de Henry James, quien, por cierto, mantuvo amistad con Wells. En Un hombre con atributos hallará el lector también al padre de la ciencia ficción moderna, pero sobre todo una intromisión en la intimidad de quien fue un reconocido seductor, un impenitente mujeriego y, en una de sus muchas contradicciones vitales, también un feminista.

H. J. P.