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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Mark Hofmann, el hombre que se hizo pasar por Emily Dickinson

La poeta y el asesino desvela la mejor historia del falsificador literario que coló en una subasta de Sothesby's, en mayo de 1997, un falso poema de la poeta estadounidense escrito en un trozo de papel con rayas azules.

«¡Es nuestro!», gritó Dan Lombardo nada más colgar el teléfono. Los 21.000 dólares recaudados a través de distintas donaciones habían bastado para eliminar a cualquier posible contrincante. El poema inédito de Emily Dickinson, el lote 72 de la subasta realizada por Sotheby’s aquel mayo de 1997, volvía a casa, a Amhert, Massachusetts, la ciudad natal de la poeta y donde Lombardo trabajaba como conservador de colecciones especiales de la Biblioteca Jones.

Nada podía hacer sospechar al bibliotecario de la pequeña ciudad de Amherst que aquel poema «escrito a lápiz en un trozo de papel con rayas azules que medía veinte centímetros por trece» era falso… Pero lo era. La poeta nunca había escrito aquellos versos erróneamente fechados en 1871 y de extraordinario parecido con otros que Dickinson había enviado en 1875 a su amiga Elizabeth Holland: no solo el papel era el mismo sino que la caligrafía era muy similar, teniendo en cuenta que, a lo largo de su vida, Dickinson cambió varias veces su caligrafía, como señala Ralph Franklin, uno de los máximos especialistas en los manuscritos de la poeta norteamericana.

Al igual que Lombardo, en un inicio, Franklin no se dio cuenta de que estaba delante de una falsificación como tampoco parece ser que lo hizo Marsha Malinowski, la encargada de subastar el poema, quien avalaba la incuestionable procedencia del manuscrito. ¿Qué brillante falsificador había podido engañar, no solo simulando la letra de Dickinson, sino replicando perfectamente su estilo, a los mayores expertos y conseguir saltar todos los supuestos filtros de los que Sotheby’s alardeaba? Fue el abogado, coleccionista y presidente de la sección de Utah de la Sociedad Emily Dickinson, Brent Ashworth, quien dio la voz de alarma señalando al responsable: Mark Hofmann, uno de los más conocidos falsificadores de la historia reciente de Estados Unidos que desde 1987 cumple condena acusado de dos asesinatos en primer grado.

En La poeta y el asesino, libro que recupera ahora la editorial Impedimenta y que ya había sido publicado en 2004 por Emecé Editores, el periodista Simon Worrall reconstruye la historia de Hofmann, un hombre que se convirtió en el mayor falsificador literario del siglo XX con el objetivo de destruir la iglesia mormona, de la que formaba parte su padre y bajo cuyos preceptos había crecido. «Hofmann era un comerciante de documentos raros de Salt Lake City que a principios de los ochenta había sido capaz de crear una serie de magníficas falsificaciones de documentos históricos mormones que habían socavado los principios fundamentales de la enseñanza de la iglesia», explica Worrall.

Aquel niño apasionado por los trucos de magia aprendió muy pronto a disimular su agnosticismo; «así fue como aprendió a enmascarar y ocultar sus verdaderos sentimientos y creencias». Vivir una doble vida despertó en él una gran ira en contra de sus padres y en contra de la religión que representaban, una ira que terminó por aflorar cuando, con la intención de desestabilizar y engañar a la comunidad de la que había formado parte, comenzó a estudiar la figura de Joseph Smith, padre fundador de la iglesia mormona, así como sus textos.

La Transcripción de Anthon, clave para los mormones, fue su primera falsificación: Hofmann consiguió hacer pasar su falsificación por el documento original a pesar de que se había dado por perdido. No solo simuló su letra, sino que incorporó errores ortográficos, algo característico de todos los textos de Smith. Asimismo, utilizó peróxido de amoníaco y otras sustancias para envejecer la tinta y roció el papel del manuscrito con leche y gelatina, además de calentarlo en una plancha, para hacer aparecer los habituales lamparones provocados por el paso del tiempo.

Tras La Transcripción de Anthon vinieron muchas otras falsificaciones: se calcula que Hofmann llegó a falsificar la letra de 129 figuras de relevancia entre las que se encuentran Joseph Smith, Billy el Niño, Abraham Lincoln, George Washington, Mark Twain, Walt Whitman y Emily Dickinson. ¿Fue el poema de Dickinson la más perfecta de la estafas de Hofmann? Es difícil decirlo, de lo que no hay dudas es que fue de las más mediáticas, consagrándolo como uno de los grandes falsificadores literarios. Con los años, Hofmann había ido perfeccionando su arte, demostrando su incuestionable valía con la falsificación de La carta de Salamandra de Martin Harris, otro de los nombres claves de la iglesia mormona.

Por lo que se refiere a Dickinson, Hofmann se aprovechó de las constantes variaciones que la letra de la escritora había experimentado a lo largo de los años y de la cantidad de manuscritos que, sin fechar y, en ocasiones, si firmar se habían encontrado en los cajones de la poeta tras su muerte. Conocía las desordenadas pautas de escritura de la poeta que, después de 1871, componía sus poemas en trozos de papel que encontraba en casa y, cuando quería enviar algunos versos a alguien, utilizaba papel congreso, papel que Hofmann utilizó para escribir los falsos versos.

Además, Hofmann reprodujo las variantes que caracterizaban su caligrafía alrededor de 1871, utilizando los dos tipos de «d» y dos tipos de «e» que se aprecian en los manuscritos de aquella época. Si la llamada de Ashworth a Lombardo alertó del origen de aquel poema, un estudio todavía más minucioso de Franklin descubrió el engaño: «Dediqué horas enteras a buscar indicios en los que pudiera verse la mano de un falsificador, y finalmente encontré algunas anomalías (…) Una de ellas es la «T» mayúscula de la primera palabra del poema. La de Dickinson suele inclinarse hacia abajo y ésta no lo hace.»

En La poeta y el asesino, Simon Worrall no busca solamente narrar lo sucedido sino indagar en la microhistoria que está detrás, no le interesa solo el magisterio de Hofmann en el arte de la falsificación, sino también los errores cometidos por el camino, la negligencia de quienes no se percataron del engaño y los intereses económicos de quienes participaron en él. ¿Cómo es posible que Selby Kiffer, uno de los máximos responsables Sotheby’s, a pesar de que Ashworth le avisara de la dudosa procedencia del poema, siguiera con la subasta?

Kiffer conocía perfectamente el cuestionable expediente de Hofmann, pero no quiso renunciar a la subasta y se inventó que el manuscrito había sido certificado por más de un experto. Hofmann fue el falsificador, pero hubo muchos que por acción u omisión participaron de su engaño, muchos que quisieron creer y hacer creer a cualquier precio en la autenticidad de aquellos versos y es que Hofmann sabía que «lo que importa no es lo que realmente tienen, sino lo que piensan y quieren creer que tienen».

ANNA MARÍA IGLESIA PAGNOTTA