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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Fruitlands» y la construcción de la trascendencia social de Louisa May Alcott

El conjunto de textos que encontramos en Fruitlands confirma a Louisa May Alcott como una escritora de valía estética y social.

En 1873, cuando Louisa May Alcott publicó Fruitlands ya era una escritora reconocida en Estados Unidos y una activista por el abolicionismo y el sufragio femenino. Cinco años antes había publicado su célebre Mujercitas, en donde narra la maduración de cuatro niñas durante la guerra civil estadounidense. Desde entonces, su carrera literaria había sumado éxito tras éxito, incluyendo Hombrecitos, en 1871, y Los muchachos de Jo, en 1886, exitosas secuelas del primer bestseller. En cuanto a sus labores civiles, Alcott fue la primera mujer en inscribirse para votar en el estado de Massachusetts y combinó los trabajos como escritora y educadora durante casi toda su vida; de hecho, Mujercitas aborda la importancia de una educación de calidad para las jovencitas y resulta de las ideas con las cuales Alcott creció. Fruitlands: una experiencia trascendental ilustra el vínculo de estas ideas con el trascendentalismo, la filosofía dentro de la cual su padre la crió.

En otras palabras: Fruitlands es el eslabón que une varias cadenas de la literatura de la escritora estadounidense.

La obra se publicó originalmente como un cuento y ese es el texto que aparece en el libro editado por Impedimenta y traducido por Consuelo Rubio Alcover. Viene acompañado por los escritos «Los diarios de Fruitlands» y «Dos cartas contemporáneas». El primero sintetiza las memorias de la experiencia de 1840 del diario que llevaba Louisa May Alcott, quien entonces no llegaba a los diez años. El segundo texto reproduce un intercambio de correspondencia en 1843 entre Bronston Alcott, el padre de la escritora, y Charles Lane, uno de los más célebres filósofos trascendentalistas. El prefacio de Julia García Felipe contextualiza perfectamente a Fruitlands en el universo literario de la escritora, mientras que el postfacio, escrito por Pilar Adón permite vincular a la autora inglesa con el anhelo de algunos por construir sociedades separadas del materialismo estadounidense. Adón explica que el trascendentalismo se sustentaba en la bondad primordial del ser humano y buscaba la armonía entre la naturaleza y el espíritu: «aunque sus preceptos nunca constituyeron una doctrina sistematizada, sus valedores y partidarios los publicitaron mediante sus propios escritos (…) alcanzando influencia enorme en la literatura». Este detalle permite comprender la trascendencia de la publicación de 1873: era una suerte de memoria de la temprana formación intelectual de la autora de Mujercitas. Entre los seguidores del trascendentalismo se encuentran célebres escritores de la lengua inglesa: Walt Whitman, Henry David Thoureau, Margaret Fuller y Ralph Waldo Emerson. Este último era muy amigo de los Alcott. Él se convirtió en el mentor literario de la autora cuando puso a su disposición la biblioteca de su casa, creando así la vocación lectora que definiría su vida.

«Vivir en función de los principios de uno, cueste lo que cueste, supone un una especulación de alto riesgo, y el fracaso de un ideal, independientemente de la humanidad y nobleza del mismo, es algo inexcusable; el mundo perdona con mucha más facilidad el atraco a un banco o las estafas a gran escala de los políticos corruptos».

Pero Fruitlands es también algo más que todo lo dicho hasta aquí: es el recuento de la primera decepción del mundo que aqueja a quien luego se convertiría en un nombre fundamental del canon literario estadounidense. «El mundo aún no estaba preparado para una Utopía, y aquellos que se empeñaban por fundarla solo obtenían burlas a cambio de incontables quebrantos», escribe Alcott refiriéndose al materialismo y el cinismo de sus tiempos: «En otras épocas, ya pasadas, los hombres podían vender todo cuanto poseían y dárselo a los pobres, consagrar sus vidas a la santidad y a aspiraciones elevadas, y, después de enfrentarse a la persecución, se encontraban con que los honraban como santos y mártires. Pero, en la actualidad, todo está trasnochado».

El cuento matizado por la dolorosa ironía con que Alcott narra el fracaso de aquel sueño de vivir conforme a sus ideales, las notas sobre el proyecto del padre de esa niña luego se convirtió en escritora y las nociones sobre la felicidad que intercambian por carta dos filósofos son algo más que un relato, las entradas de un diario o un par de cartas, son pruebas con casi 200 años de antigüedad de la imposibilidad de construir sociedades favorecedoras a todos los seres humanos. El conjunto de textos que ha reunido Impedimenta en una sola publicación es un ejercicio pedagógico a nombre de Alcott porque muestra que, aún si los rectos ideales no son capaces de crear pueblos mejores, por lo menos, pueden conseguir formar a mejores personas. O, como en su caso, a escritoras de valía estética tanto como social.

Michelle Roche Rodríguez