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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Matrimonio de escritores, ¿quién es mejor, él o ella?

De Mary y Percy Shelley a Paul Auster y Siri Hustvedt, el matrimonio entre escritores siempre ha sido algo habitual, pero sólo ahora, en la era del #metoo, se puede analizar la importancia real de uno y otro

No hay privilegio más extraordinario que la capacidad de elegir, de elevar al olimpo lo que te gusta y hundir en el barro lo que no. El amor es simplemente eso. Eliges de forma azarosa, quizá por algunos condicionantes psicológicos previos, a un hombre o una mujer y decides que ese es mejor que todos los demás. ¿Lo es? Por supuesto que lo es, pues tú eliges, ese es el privilegio extraordinario. El por qué lo eliges da igual. Quizá tu madre te quería mal y ella no te la recuerda o tu padre te quería bien y él sí te la recuerda, tanto da. Lo importante es elegir y escupir en la frente a todo lo demás. Pensemos en un matrimonio de escritores, por ejemplo. Ahí tenemos dos presuntos talentos enfrentados. ¿Se quieren? Sí, por qué íbamos a dudarlo, pero su historia de amor, francamente, nos da igual. El privilegio aquí es que nosotros podemos elegir al que más nos gusta y elevarlo al olimpo. Y si nos apetece, hundir en el barro al otro para que tu escogido brille todavía más.

Después de siglos de dictadura del patriarcado, en que no había que dudar, sólo elegir al escritor y pensar con condescendencia de la escritora, como si sólo fuese una niña que acabase de escribir una redacción del colegio, ahora se puede mirar a estas parejas con perspectiva y elegir en consecuencia La capacidad de discernir el mérito literario más allá del género es, en realidad, muy sencillo. Esto no quiere decir que todas las mujeres escritoras sean maravillosas. Ni mucho menos. Ninguna mujer representa a todo un género, así que se puede odiar con tranquilidad a una escritora sin complejos.

Pero ahora sí que se le puede dar valor a muchas que hasta ahora se les había negado cualquier capacidad. Y para ello, para darles el valor que merecen, nada mejor que compararlo con sus pedantes maridos y dejar claro que ellas eran mejor. Como la dictadura del proletariado marxiano, primero hay que fustigar a los burguesitos privilegiados para lograr la tan ansiada igualdad. ¿Igualdad? No, igualdad no, en el amor siempre hay que preferir. Empecemos.

(…)

Uno de los casos más paradigmáticos de matrimonio de escritores es el de John y Penelope Mortimer, unos ingleses que a mediados del siglo XX se pusieron a escribir inspirados por su propio fracaso amoroso. No era tan evidente como el disco «Rumors» de Fleetwood Mac, pero casi. En Devorador de calabazas (Impedimenta) el pobre de John queda retratado como el marido cruel que no quiere caer en la monomanía de ella y tener más hijos, cuando a penas puede soportar a los que ya tiene. John Mortimer se hizo famoso por su serie del abogado Horace Rumpole cuando ya no estaban casados, pero en sus páginas se pueden ver los estragos psicológicos que le provocó esa relación. Él, claro está, era infiel e inmaduro. Ella, claro está, era cosas peores, pero escribía de maravilla. Hay que preferirla a ella sin duda. Viva Penelope Mortimer.

Carlos Sala