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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

‘El cuerpo. Cegador, 2’: la ceguera del deslumbramiento

Con el segundo tomo de su trilogía, Cartarescu sirve un libro excepcional que es el centro neurálgico de toda su literatura.

Debió ser en 1996 cuando Mircea Cartarescu concibió la estructura tripartita que le convenía al libro desaforado que estaba escribiendo y al que bautizó como ‘Cegador’. Más que en los retablos medievales, se inspiró en la morfología de las mariposas: ‘El ala izquierda’, ‘El cuerpo’ y ‘El ala derecha’, que son los títulos de cada una de las partes, publicadas entre 1996 y 2007, y cuyos ejes invisibles son la madre, el yo (esto es, el cuerpo de Cartarescu) y su padre. La editorial Impedimenta publicó hace dos años el primero y ahora sale el segundo, que es el centro neurálgico del proyecto y me atrevo a decir que de toda la producción del escritor rumano. Aunque en 2010 otra editorial, Funambulista, tradujo del alemán la obra, ahora sale con honores de novedad absoluta, en la prodigiosa traducción directa de Marian Ochoa de Eribe. El libro, vaya por delante, es excepcional y ocasiona en el lector un efecto de deslumbramiento, justamente cegador, no como el de un fogonazo intenso sino como el que debe producir una larga abducción en un universo paralelo de más de tres dimensiones.

La mariposa no solo sirve para nombrar los tres libros, sino que opera como metáfora sustentante de todo el proyecto, simbolizandoa la vez el cambio perpetuo y la pervivencia esencial de todo: el niño que sigue dentro del adulto, el pensamiento mágico que se aloja en los intersticios de la razón, la experiencia perpetuada en el recuerdo y la memoria destilada en forma de escritura. Esta es la metamorfosis suprema, la de la biografía íntima transformada en lenguaje, que no es sino la primera etapa de un proceso que culmina cuando el libro-crisálida en que ha sido codificada la experiencia eclosiona en la mente del lector. Pero Cartarescu no se recluye en el espacio claustrofóbico de la metaliteratura, sino que, más bien, la ridiculiza al subordinarla a una reflexión sobre el enigma de la vida humana individual desde su origen en el seno materno hasta el destino que aguarda a cada uno.

El cuerpo vulnerable
Esa ambición queda cifrada en una escena terrible que es sin duda el núcleo de la novela: la devoración de una mariposa por una tarántula, a la que asiste sobrecogido Herman, el vecino culto y alcohólico de Mircea, enamorado de Soile, la niña de los huesos de colores. No es solo una representación de la derrota de la bondad (y la hermosura) frente a la maldad (y la monstruosidad), sino también de la desprotección del ser humano cuando sale al mundo para valerse por sí mismo y, más que nunca, se siente cuerpo vulnerable.

‘El cuerpo’ es un libro desmesurado, de una opulencia imaginativa y de registros y estilos anonadante en el que el autor derrocha su talento sin reservas ni cálculos. En su buceo en el propio pasado va más allá de la mera evocación o de la memoria involuntaria proustiana; Cartarescu taladra las categorías temporales y conecta capas de sí mismo que solo al invadirse unas y otras le confieren a él identidad subjetiva. De este modo, la escritura de su manuscrito (el que leemos) está enraizada en la infancia del Bucarest comunista, el de la carestía de alimentos, el del terror cotidiano de la Securitate o el del ignominioso control ginecológico a las trabajadoras de las fábricas. Pero junto a ese mundo carcelario florecen extraños islotes de poesía, como efusiones surrealistas de sueño y maravilla: la niña María, que cada mañana se transformaba en mariposa y sobrevolaba Bucarest, o su propia madre, que teje una alfombra tridimensional en la que penetran, como en el interior de un cuerpo, y en cuya superficie, al regresar de ese viaje alucinante, se puede atisbar un mensaje: «cegador». Como cegadores son la belleza y el misterio, o la hoja en blanco que se llena de palabras imprevistas porque todo ello prueba la insuficiencia de los ojos corporales.

La prosa hipnótica de Cartarescu entra y sale de lo invisible a lo visible, del interior de su mente al exterior de la historia, del pasado familiar al presente continuo de su afincamiento en la actividad fanática de escribirse. Y gracias a ella los lectores pueden leerse a sí mismos con asombro.