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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Iris Murdoch: el bien es frágil

«Antes de empezar a escribir la primera frase tengo un esquema general y muchas notas, cada capítulo está planificado. Luego, dejo que la escritura se invente a sí misma. Una idea conduce a otra. Al principio hay posibilidades infinitas, la posibilidad…

«Antes de empezar a escribir la primera frase tengo un esquema general y muchas notas, cada capítulo está planificado. Luego, dejo que la escritura se invente a sí misma. Una idea conduce a otra. Al principio hay posibilidades infinitas, la posibilidad de elegir qué clase de gente son, qué clase de problemas van a tener. Sobre todo hay que reflexionar sobre sus valores, su moralidad, sus dilemas morales».

Así resumió Iris Murdoch (Dublín, 1919-Londres, 1999) en una entrevista en 1990 en The Paris Review su proceso de trabajo y las claras intenciones de sus novelas. Precisamente los preocupaciones morales son el eje por el que orbita La soberanía del bien (Taurus), libro inédito en España que se publicará el 7 de marzo y que incluye tres conferencias impartidas por Murdoch entre 1962 y 1969 en el University Collegue de Londres y luego reelaboró para ser publicadas. En ellas sintetizó su trabajo filosófico, columna vertebral de la escritora de quien este año se conmemora el centenario de su nacimiento. Además de estos textos, se acaban de reeditar El mar, el mar, El príncipe negro y El sueño de Bruno (los tres en Lumen) y son recientes Bajo la red (Impedimenta) y La salvación por las palabras (Siruela).

Iris Murdoch se lamenta, en la conferencia De Dios y del bien (incluida en La soberanía del bien), de que hay un vacío en la actual filosofía moral; sostiene que mientras proliferan áreas periféricas a la filosofía (la psicología, las ciencias políticas o la teoría social) otras entran en colapso (la religión); así, la filosofía no es capaz ni de encontrar ni de recuperar los valores involucrados. «Necesitamos una filosofía moral que pueda hablar consistentemente de Freud y de Marx, en la que el concepto de amor, tan rara vez mencionado hoy en día por los filósofos, pueda volver a ocupar un lugar central».

En esta conferencia, Iris Murdoch también se pregunta cómo es un hombre bueno, cómo podemos ser moralmente mejores. Y agrega que muy poco se sabe de aquellos tradicionalmente considerados hombres buenos (Cristo, Sócrates, algunos santos) y que es «la simplicidad y la franqueza de su dicción lo que determina que les consideremos buenos. El bien resulta a la vez raro y difícil de escribir (…) Es irrepresentable e indefinible. Todos somos mortales y estamos igualmente a merced de la necesidad y el azar. Estos son los verdaderos aspectos en los que todos los hombres son hermanos».

Iris Murdoch fue una mujer brillante que escribió 26 novelas (10 de ellas en apenas una década) y eligió como espejo los mejores modelos, sostiene Harold Bloom en Genios (Anagrama): Shakespeare, Dante, Tolstói, Jane Austen, Dickens y Henry James. Ella misma confesaba que el Bardo es un modelo estupendo para un novelista pues retrata sin el menor esfuerzo dilemas morales [otra vez], el bien y el mal, y las diferencias y la lucha que se da entre ellos; muestra un componente espiritual, de bondad, sacrificio, reconciliación y perdón».

La autora de la portentosa novela El mar, el mar (Premio Booker 1978) tuvo una juventud azarosa, numerosas relaciones íntimas con hombres y mujeres en el Oxford de los 40 y 50. Estuvo ligada sentimentalmente durante muchos años con Elias Canetti antes y después de que se casara con el crítico y novelista John Bayley, relación que el premio Nobel contó sin pudor alguno en Fiesta bajo las bombas (Galaxia Gutenberg). Pero tuvo un matrimonio feliz con Bayley que éste relató en Elegía a Iris e Iris y sus amigos (ambos en Alianza). Fue la época en que se había graduado con nota en Mods and Greats (Filología Clásica, Historia Antigua y Filosofía), los años en que coincidió con mujeres destacadas como Mary Midgley y Elizabeth Anscombe y profesores huidos de Alemania como Eduard Fraenkel, cuando militó brevemente en el Partido Comunista, en 1939, cuando conoció a Wittgenstein y sirvió en una institución de las Naciones Unidas para ayudar a personas desplazadas por la II Guerra Mundial, cuando estaba influeida por Raymond Quenau, Samuel Beckett y Jean-Paul Sartre (su primer libro fue un ensayo sobre él, a quien conoció en 1945: Sartre, un racionalista romántico), según relata Andreu Jaume en el jugoso y prolijo prólogo a La soberanía del bien.

«Todo el esfuerzo de Murdoch se centra en demostrar que la vida moral no es sólo cuestión de voluntad y acto, de decisión y consecuencia externa, sino que también hay un espacio invisible donde se operan cambios que determinan la conducta y en general la existencia del ser humano», precisa Jaume.

Murdoch no era fácil de entender, era una joven inquieta que, como el mito de Proteo, «se transformaba para las numerosas personas con las que se relacionaba» (John Bayley). Su marido, en cambio, era tranquilo, apacible; no entendía los vaivenes y la impaciencia constante (vital y de conocimiento) de Murdoch, tal y como se refleja en la película Iris (2001), dirigida por Richard Eyre y protagonizada por una magistral Judi Dench (la escritora en su vejez) y Kate Winslet (en su etapa universitaria), aunque el resultado resultase simple. La cinta no sólo recrea sus inicios como escritora; también retrata cómo el Alzheimer minó sus facultades. En un encuentro público en Israel, en 1994, se quedó bloqueada, no pudo seguir el hilo de una frase: fue el comienzo del final de la mujer que fue considerada «la más brillante de Inglaterra».

Para entonces sólo encontraba sosiego nadando en las aguas de los ríos, como en su juventud. Por aquellos días, recordó John Bailey, estaban «cada vez más íntimamente separados». Iris se quedaba en blanco ante el televisor mirando el programa infantil de los Teletubbies. Su madre ha sido ingresada en un psiquiátrico. «El peor sitio es la propia casa. Como si fuera a ocurrir algo que nunca ocurre. La ansiedad viene empujando incesantemente. Recoge cosas, como para defenderse de ella. Las sostiene en las manos como si fuesen palabras. Siento un deseo incontrolable de gritarle al oído:»Yo lo paso peor. Mucho peor». Esto sucede después de que se estropeara la televisión. Soy yo el que realmente la echa de menos, pero en su ausencia Iris se impacienta cada vez más. El calmante recomendado no hace efecto» (10 de mayo de 1997).

«Iris Murdoch tiene hoy más vigencia que nunca porque sus temas son universales: el bien y su vulnerabilidad, el amor en todas sus facetas y etapas, la ausencia de Dios y el poder del amor y del arte para reemplazarlo, la presencia ominosa del pasado en nuestras vidas. Pero su mirada es la nuestra, su modernidad está en su humor, su inteligencia y su filantropía, que la vuelven irresistible. La literatura de John Banville debe leerse a la luz de Murdoch, los dos están obsesionados por el lenguaje. «Las palabras son los símbolos más sutiles que poseemos y nuestra producción humana depende de ellas», escribe Murdoch en La soberanía del bien. Y Banville leyó al recoger el Premio Princesa de Asturias de las Letras: «La mayor invención humana es la frase»». Esto considera María Fasce, editora de Lumen.

—No es fácil compaginar literatura y filosofía.

—La filosofía jamás lastra sus novelas, como sucede con Sartre —puntualiza María Fasce—. No son novelas de tesis, aunque haya muchas ideas en ellas, como la lectura que hace de Hamlet y pone en boca del protagonista de El príncipe negro, la novela en la que mejor se encuentra su credo artístico y poético.

—¿Cuál sería su sello?

—Sus novelas son intelectuales y cercanas, nos hace sentir inteligentes y humanos. Hay un aroma Murdoch, o una música Murdoch. Podría aplicársele la definición que Ingmar Bergman hace de Chopin en «Sonata de otoño», Murdoch podría haberlo escrito: «Siempre emocional, nunca sentimental».

Y recomienda María Fasce para adentrarse en el universo Murdoch El príncipe negro. «Es su novela más divertida, ingeniosa y humana. La más emotiva. Tiene frases como: «Todo artista es un amante desgraciado. Y los amantes desgraciados quieren contar su historia» o El arte dice la única verdad que en definitiva importa. Es la luz por las que las cosas humanas pueden ser enmendadas. Y más allá del arte no hay, se lo aseguro al lector, nada».

Más acá del arte, Iris Murdoch destaca en la conferencia De dios y del bien que una forma de vida auténtica se puede alcanzar mediante la inteligencia y la fuerza de voluntad. Y agrega: «El desprecio por la vulgar condición humana y la seguridad de la salvación personal salvan al escritor de un pesimismo real». Lo que está emparentado con la entrevista de The Paris Review antes citada pues allí Murdoch precisa que el arte está conectado con la valentía y la veracidad; el buen arte, considera, «posee dureza, firmeza, realismo, claridad, objetividad, justicia, verdad. Es el resultado de una imaginación libre, sin corromper. El mal arte es el resultado blando, caótico y autocompasivo de una fantasía esclavizada».

La creación de los personajes es piedra angular en toda narrativa y de ello era consciente Iris Murdoch. ¿Cómo los construía? «No quiero hacer una fotocopia de alguien a quien conozco. Quiero crear a alguien que no ha existido nunca, pero al mismo tiempo que sea una persona verosímil», dijo en la entrevista del Paris Review. Y el escritor y académico Álvaro Pombo, en su prólogo a los libros de Lumen, precisa: «Fue capaz de combinar en sus relatos, en sus personajes, una precisa tipología social junto a una considerable dosis de individualización». Y subraya el tratamiento de la homosexualidad masculina en La campana.

El crítico y editor Ignacio Echevarría, experto en la obra de Iris Murdoch, detalló el pasado 29 de enero en una conferencia en la Fundación Juan March los temas recurrentes de la escritora: la verdad, el bien, el amor, la libertad… y cómo algunos de sus personajes transitan de una novela a otra; así, se podría reconocer al joven adolescente, al hombre bueno o al duende. Agregó cómo Murdoch distingue entre el amor y el enamoramiento, ese trastorno que supone una transformación milagrosa, imprevista, que podría ser lo más importante que le puede ocurrir a una persona. Cómo, agregó, la filosofía se diluye en sus novelas, cómo la filosofía moral «nutre sus novelas pero no las aplasta». Y recomendó para adentrarse en Murdoch El castillo de arena.

Para concluir. John Bayley escribió sobre su mujer, ya enferma, hacia el final de Elegía a Iris: «Peter y Jim nos facilitan aún más las cosas. No hacen caso al polvo de la alfombra o las manchas de los cristales, aunque su propia casa y su refugio de Gales estén como los chorros del oro. Vienen a recogernos siempre que resulta posible y nos llevan allí. A veces recitamos alegremente los versos de Auden en el asiento trasero del coche. Es sólo una broma: Cuando ya nada vales,/ ¿de qué sirve marcharse a Gales?».