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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Duelos, quebrantos y esperanzas del mundo editorial

Un año más, el libro conquista las calles (el lunes 23, Barcelona y la noche de hoy, Madrid). ¿Existe mejor excusa para conocer de primera mano los problemas, fragilidades y razones para el optimismo del sector? Un editor que también es autor (Gonzalo Pontón, premio Nacional de Ensayo 2017), una narradora que edita (Pilar Adón, Editorial Impedimenta), el responsable de las librerías La Central (Antonio Ramírez) y un crítico (Ignacio Echevarría) toman la palabra.

Conviene dejarlo claro desde el principio: aunque los últimos datos oficiales subrayan la recuperación del negocio del libro, con un aumento del 7,3 por ciento de la producción en 2017 y casi 90.000 nuevos títulos, la crisis que ha sufrido el sector está lejos de acabar. Estamos, según los expertos, en un momento crucial que las grandes cifras, como el medio millón de ejemplares vendidos por Patria, de Fernando Aramburu, apenas pueden enmascarar. A pesar de los bestsellers de Pérez-Reverte, María Dueñas o Dan Brown, las cifras de los años 80 no volverán jamás, porque el ocio audiovisual, las redes y la piratería lo han transformado todo, empezando, como apunta un tajante Ignacio Echevarría, “por los márgenes de crecimiento y de beneficio que cabe esperar de un producto como el libro, y terminando por el delirante sistema de distribución, que Amazon amenaza con arrasar”. El problema, destaca el crítico, es que el sector del libro “sigue sin decidirse a redimensionar su expectativa comercial y, en función de ello, redefinir a su vez el nivel de profesionalización que reclama y sus cauces de difusión y circulación”.

Autocrítica y excelencia
Ante la evidencia, hay quien, como Pilar Adón, apuesta por renovar el libro haciéndolo atractivo por sí mismo y ofreciendo “ese plus que ni las series ni los videojuegos ni las redes pueden dar: profundidad, reflexión, imaginación. Es un reto que implica excelencia, calidad y capacidad de autocrítica”. Sin embargo, Antonio Ramírez va más allá, y señala la necesidad de “organizarnos como sector”, diseñando estrategias compartidas a medio y largo plazo, “respetando el lugar de cada uno en la cadena, con transparencia y abandonando toda mezquindad”.

El problema es que hay muchos frentes abiertos. Y no faltan eslabones frágiles precisamente. ¿El más débil? Para Gonzalo Pontón es el lector. Según el editor, cuando comenzó la crisis las ventas de libros cayeron alrededor de un 40 por ciento y ahora, diez años después, estamos muy lejos de recuperar siquiera la mitad de ese 40 por ciento perdido. “Y, sin embargo, los pilares del ecosistema del libro -autores, editores, distribuidores y libreros- siguen igual que antes de la recesión o, si acaso, se han reforzado”. Pilar Adón, en cambio, se inclina por las librerías, “la columna sobre la que descansa el comercio del libro”, por lo que reivindica a las pequeñas frente a las macrotiendas.

Antonio Ramírez detecta algo más grave, una grieta que recorre el sistema editorial español de punta a punta y que parece ensancharse cada vez más: “la fragilidad de casi todos los oficios de intermediación que componen la cadena editorial”. Y recuerda a traductores, correctores, maquetadores, ilustradores, críticos y libreros y sus trabajos “en condiciones de extrema precariedad. Es como si no hubiese lugar para mediadores en esta nueva esfera pública en la que una parte creciente de los lectores confronta hoy sus opiniones sobre lo leído. Pero los traductores y correctores siguen siendo necesarios, los maquetadores y diseñadores también, la opinión primera de lectores cargados de prestigio, que acceden a los nuevos libros antes que nadie -críticos y libreros-, sigue siendo muy bien valorada por los lectores. Es una falla estructural que podría provocar el colapso de al menos una parte del sistema editorial”.

Por su parte, Echevarría confirma que, aunque ninguna de las esquinas del negocio editorial atraviesa su mejor momento, es preciso denunciar la situación de dos eslabones, “el cada vez más malpagado y sobrexplotado proletariado editorial, constituido por informantes, correctores, traductores, compositores, impresores, editores de mesa… De ellos depende, en definitiva, la calidad final del producto, y las condiciones en que trabajan no permiten auspiciar nada bueno en este sentido. Por otro lado, igualmente malpagados, están los reseñistas y periodistas culturales, cuya precariedad asimismo se traduce, en última instancia, en chapuza y rutina, y éstas, a su vez, en desinterés y desorientación por parte de los lectores. Las redes han abierto, sin duda, un nuevo campo de juego, pero están lejos todavía de desempeñar el papel regulador y hasta cierto punto oxigenante que para bien y para mal ejercían, más allá de la simple promoción y correveydile, las antiguas y cada vez más escasas plataformas de la crítica y de la divulgación selectiva.”

Con semejante panorama, Pontón, con una experiencia editorial de casi medio siglo, no encuentra hoy razones para el optimismo. Es el único. Echevarría se aferra a su fe en la “tecnología milenaria” del libro, y su “capacidad de resistencia”. Pilar Adón, a las cifras que demuestran que la venta de libros aumenta de modo sostenido en España, y al lector “que se renueva, que busca libros bien hechos, cuidados, que aporten una riqueza y una reflexión que el resto de elementos y actores culturales no pueden ofrecer. Cada vez se edita mejor en España”.

Nueva hornada de aventureros
Desde el otro lado de la trinchera, Antonio Ramírez confía en los nuevos editores y las nuevas librerías, a ese centenar de nuevos proyectos editoriales surgidos durante la última década que han superado sus primeros tres o cuatro años de andadura. “A ellos se han añadido estos últimos años decenas de nuevas librerías. Hasta donde sé, esta explosión no tiene parangón en Europa. Quizás, la propia crisis y la precariedad en el sector cultural en general hayan forjado esta hornada de aventureros dispuestos a hacer de la necesidad virtud; teniendo en cuenta, además, que las barreras de entrada, tecnológicas y económicas, se han ido reduciendo, el resultado ha sido esta explosión de nuevos proyectos. Lo importante es que buena parte de los nuevos editores y libreros parecen tener las ideas claras: experimentan, arriesgan, inventan y recrean maneras de hacer clásicas. El resultado quizás no alcance grandes cifras pero si demuestra una capacidad de renovación creativa y sorprendente, algo esencial para sostener y acrecentar la fidelidad del público lector”. Sí, concluye Echevarría “quizás seamos cada vez menos. Pero cuantos menos seamos, más reiremos. O qué se yo.”

NURIA AZANCOT

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