La literatura rumana ha sido una de las grandes desconocidas para el gran público pese a su riqueza simbólica y a la fama alcanzada por algunas de sus corrientes estéticas o vanguardistas. En Europa Occidental ha perdurado sobre todo la visión exótica y reducida de la región de Transilvania a través del Drácula de Bram Stoker, con su folclore popular y el mito de los vampiros.
En la literatura rumana podemos observar una línea común desde el siglo xx, que no es otra que el cuestionamiento de los códigos socioculturales dominantes y de los argumentos de autoridad a través de lo onírico, lo fantástico o lo surrealista. Este rasgo compartido y tan característico se encuentra en Tzara y en Ionesco, autores que recurren a lo fantástico o lo delirante, por una parte para expresar una realidad que permanece silenciada y por otra para reventar estereotipos y prejuicios estructurales.
Además, muchos escritores que sufrieron la persecución y censura del régimen de Ceaucescu, como Ana Blandiana o Marin Preda, tuvieron que refugiarse en lo absurdo o lo fantástico para caricaturizar la realidad. Aunque su prosa tenga una base realista y social, lo determinante en ella es la serie de elementos oníricos y surrealistas que deconstruyen los códigos establecidos, denuncian las injusticias o imposiciones y suponen un desafío a lo verosímil. Lo onírico se inserta así en lo cotidiano y permite expresar una realidad que por distintos motivos permanece prohibida o reprimida. No se trata, en fin, tanto de una evasión como de la búsqueda de sus aspectos más profundos, olvidados y ocultos.
La literatura rumana refleja un modo de entender la vida y de rebelarse contra sus aspectos más absurdos. Es, podríamos decir, una invitación a la transgresión. Las obras de los autores rumanos, como estos que recomendamos a continuación, erosionan siempre alguna certeza y se oponen a una concepción única del mundo.
Tristan Tzara fue el escritor emblema del dadaísmo, el primer movimiento artístico y literario rumano convertido en internacional. Por primera vez en su historia, la cultura rumana quedó unida a la occidental a través de la corriente más revolucionaria y surrealista de las vanguardias, que se caracterizó no tanto por rebelarse en contra de las convenciones literarias y artísticas del momento como por su deseo de destruirlas por completo. La definición del término dadaísmo ya resulta ambigua y confusa, pese a que el mismo Tzara ofreció diversas explicaciones en el Manifiesto dadaísta de 1918 (Austral): desde «Caballo de batalla» hasta «Sí» o «Nada». Para comprender la estética del movimiento también son esenciales los poemas de El hombre aproximativo (Visor).
Emil Cioran se caracterizó por un afán provocador que le alentó a despertar innumerables controversias contra lo establecido o contra las ideas constituidas en dogma. La alienación, el absurdo existencial, el sentido trágico de la vida o el sufrimiento llevado a su máxima expresión e intensidad son temas que en sus obras filosóficas se encuentran con el deseo de instaurar un pensamiento a contracorriente. En las cimas de la desesperación (Tusquets) es su libro más conocido.
Ionesco fijó nuevas cotas en el surrealismo con piezas dramáticas como Rinoceronte, El peatón del aire o La cantante calva (Losada), tanto que se le considera, junto con Samuel Beckett, el padre del teatro del absurdo. Su universo literario se sitúa fuera de toda lógica, en la frontera entre lo real y lo imaginado o lo soñado, pero sin que esto suponga una ruptura radical entre ambos mundos, sino continuidad y transferencias: a través de juegos burlescos, referencias disparatadas y situaciones absurdas, Ionesco supo plasmar toda la soledad de los seres humanos en el marco de nuestras sociedades actuales.
Ana Blandiana fue otra de las autoras que sufrió persecución y censura durante la dictadura de Ceaucescu. En los relatos de Proyectos de pasado y Las cuatro estaciones (Periférica), el resorte de la creación literaria, vinculada tanto con la memoria como con la experiencia personal y el contexto social, es el elemento fantástico a través del cual emergen los contenidos ocultos y reprimidos de la realidad. En sus propias palabras, «lo onírico no se opone a lo real, sino que constituye su representación más llena de significado». Lo fantástico se revela en sus cuentos, de corte kafkiano, como insubordinación ante el intento de cualquier sistema ideológico de reprimir o reducir la existencia a una realidad empobrecida o falseada.
Cecilia Stefanescu, con la publicación de Relaciones enfermizas (Dos Bigotes), se ganó la animadversión de los sectores rumanos más conservadores al relatar la historia de amor entre dos mujeres. No obstante, la narración no se limita a eso, sino que se centra en la búsqueda de la identidad propia a través de un estilo onírico y desestructurado. El delirio visionario supone un despertar a una percepción más auténtica, puesto que desvela las zonas más oscuras de nosotros mismos, aquellas de las que no queremos ser conscientes. Así, en el terreno de lo desconocido o de lo no transitado es donde el yo descubre su verdadera personalidad.
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