¿Cuántos escritores pueden seguir dando clases en una universidad más de un siglo después de muertos? Uno, Natsume Sōsekiy, lógicamente, esto solo puede suceder en Japón, donde un robot imparte lecciones en la casa de altos estudios de Osaka.
Sí, un robot. Y en un sentido no es del todo ilógico, a fin de cuentas se trata del escritor que fue el puente entre el Japón feudal y el que se abría a Occidente, el que construyó las bases de la literatura moderna nipona.
Los Kawabata, los Endo, los Mishima, lo Ōe, los Akutagawa y la lista podría seguir, todos tienen un poco del gran maestro, que fue colocado por los críticos en ese club cerrado y exclusivo, el de los padres de la literatura del siglo XX junto a Lu Xun, Franz Kafka o James Joyce. Y eso, habiendo dado ventaja, Sōseki recién comenzó a publicar a los 37 años.
Nacido en 1867, el último año del período Edo y por ende en el inicio del Imperio del Japón, Natsume Kinnosuke, tal su verdadero nombre, fue el quinto hijo varón de un matrimonio que no tuvo problemas en darlo en adopción a una pareja amiga. Regresó con el tiempo a su hogar, herido en su orgullo, con un espíritu distante, solitario, desconfiado.
Fue un estudiante brillante y antes de recibirse ya era profesor de literatura inglesa. Sin embargo, en aquellos años se especializa en secreto en poesía china, una pasión que mantuvo durante toda su vida, continuando así con el legado de los sabios del período Edo. Y del chino tomó su nuevo apellido: Sōseki, que proviene de un refrán cuyo significado es «no reconocer la derrota».
A lo largo de su carrera escribió más de 200 libros en chino, la mayoría de poesía, lo que lo convirtió en una especie de protector del legado cultural del país vecino, lo que le generó una popularidad inaudita que perdura hasta la actualidad.
Durante aquellos años conoce a uno de sus grandes amigos, Masaoka Shiki, poeta y modernizador del haiku, ese estilo de poesía que es más sintético que cualquiera creado hasta entonces. Abandona Tokio para seguir a Shiki, quien se muda a Matsuyama para curarse de la tuberculosis. Allí, comienza a organizar recitales de poesía y de aquella experiencia surge una de sus novelas más importantes, Botchan, publicada varios años después.
En 1900 viaja al Reino Unido. Vivió allí tres años. Nunca logra adaptarse o, más bien, jamás es incluido en círculos literarios por su origen. De Japón lleva su pasión por el estudio, pero también su neurastenia, una neurosis que le genera estados depresivos y una gran inestabilidad emotiva. Sin embargo, esa ausencia de vida social se traduce en trabajo obsesivo por definir qué es la literatura y de allí nace su obra Crítica literaria: para él, un escritor no podía representar el mundo que lo rodeaba, sino más bien solo podía reconstruir un reflejo que era inevitablemente creado a partir de su propia conciencia interna.
A su regreso de aquella experiencia transoceánica toma un puesto en Universidad Imperial de Tokio. Comienza a sentir la presión de lo que se esperaba de él por parte del gobierno: ser el máximo exponente de la literatura sajona en el Japón y, a partir de allí, ser la voz que introdujese el estilo occidental en la educación nipona. Pero se negó a basar su carrera en reflexionar sobre los autores británicos y aseguraba que la nación estaba siendo forzada al equivalente colectivo de una crisis nerviosa al tener que asimilar varios siglos de civilización occidental en el transcurso de unas pocas décadas.
En 1905 publica el primer capítulo de Soy un gato en la revista Hototogisu del poeta Takahama Kyoshi. Con el pasar de las semanas, las críticas lo convierten rápido en una celebridad. La novela, escrita desde la perspectiva de un felino con mucho sentido del humor, retrata los comportamientos y pensamientos extravagantes de una serie de intelectuales. Luego, saldrían en la misma publicación La torre de Londres, donde repasa la sensación de de alienación que tuvo en las islas europeas, y Botchan.
En Botchan, un profesor edokko, como se llama los tokiotas en el interior del japón, choca constantemente con sus alumnos provincianos, quienes lo rechazan sin importar sus esfuerzos. En esta obra, como en La almohada de hierba y Kokoro, el personaje principal permanece innombrado; es, pero a la vez no existe, mostrando esa frontera borrosa del encuentro entre dos eras, entre la Japón del ayer y la que viene, una especie de hibridación cultural que no puede ser reconocible.
En 1906 publica Almohada de hierba, en la que retrata a un pintor que no soporta la vida en Tokio, donde la modernidad avanza deglutiendo su pasado, y se marcha a una zona de aguas termales, donde la sensación de inhumanidad lo acompaña.
Comenzaría luego otra etapa del autor, con la salida de Campo de amapolas, El minero, Diez noches de sueños y su primera trilogía: Sanshirō, Desde entonces y La puerta. Aquí, el autor, comienza a indagar más en las relaciones afectivas y amorosas, el engaño, la pérdida de confianza, la mentira guionada por el deseo y la inevitable culpa.
Continúa su producción con otra trilogía, publicada por entregas en Asahi Shimbun, con Al equinoccio de primavera y más allá, El caminante y Kokoro, en las que profundiza en egoísmo y la soledad como motor o producto de la vida.
En Kokoro, quizá su obra más traducida, encarna la relación distante entre un alumno y un profesor, quien vive con la culpa de haber traicionado a su mejor amigo al haberle robado el amor de su vida y cómo esto lo llevó al suicidio.
Su último libro e inacabado título es Luz y oscuridad que, como el resto de su obra, se publica por entregas. Fue después de la 188, cuando el autor muere tras agravarse una úlcera. Tenía 49 años, ya había alcanzado la inmortalidad.
Juan Batalla