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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Pensar y contar

Guía para iniciarse en la lectura de una autora cuyas novelas elevaron su calidad hasta la rotunda «El mar, el mar», que ganó el Premio Booker

Iris Murdoch publicó Bajo la red (1954), su primera novela, cuando tenía 35 años. Se trata, pues, de una obra bastante madura en la que ya asoman todas sus obsesiones. Su talento, de todos modos, se iluminó sobre todo entre 1968 y 1978, una década prodigiosa en su bibliografía.

El príncipe negro (1973) es casi un manifiesto estético por parte de la autora. En esta novela formidable, narrada en primera persona, un escritor prestigioso pero de obra escasa, y que además sufre un bloqueo, se enamora perdidamente de la hija adolescente de un discípulo mediocre, un grafómano que no deja de escribir novelas exitosas —caricatura de la propia Murdoch— y al que el protagonista desprecia. La obra es una reflexión tremenda sobre el amor, al mismo tiempo que un serio estudio en vivo acerca de la naturaleza y los peligros del arte.

Henry y Cato (1976) es un thriller metafísico que nos cuenta el reencuentro de dos amigos de infancia. Henry es un historiador del arte que regresa a Inglaterra para hacerse cargo de una herencia, y Cato es un sacerdote católico que ha perdido la fe y se enamora de un chico de 17 años. La dos vidas se trenzan en un peregrinaje moral.

La novela más rotunda que jamás escribió Iris Murdoch fue El mar, el mar (1978), que mereció en su día el Premio Booker. Toda su obra anterior conforma un crescendo hacia esa novela, del mismo modo que la posterior es un lento y luminoso diminuendo. Narrada otra vez en primera persona por una voz masculina (la habilidad de Murdoch para meterse en la piel de los hombres es casi inverosímil), la novela empieza siendo la autobiografía de Charles Arrowby, un famoso dramaturgo y director de escena, un seductor tiránico que a sus 60 años decide retirarse a una casa en la costa y abjurar de su magia, como Próspero en La tempestad, de Shakespeare, obra en la que la novela se refleja. Todos su planes de purificación se verán sin embargo arruinados por los fantasmas del pasado. La panoplia de cuestiones morales, amorosas, espirituales y estéticas de Murdoch está aquí magistralmente dramatizada.

Como filósofa, Iris Murdoch siempre defendió que había que escribir con el lenguaje corriente, evitando las jergas privadas. La soberanía del bien (1970) sintetiza toda su investigación moral y consigue exponer con claridad y valentía preguntas que nos siguen interpelando: «¿Cómo es un hombre bueno? ¿Cómo podemos ser moralmente mejores?». Y en El fuego y el sol. Por qué Platón desterró a los artistas (1977), Murdoch resumió toda una vida de intimidad con los diálogos platónicos, formulando al mismo tiempo una encendida y vibrante defensa del gran arte: «El gran artista, al mismo tiempo que nos muestra lo que no se salva, implícitamente nos enseña lo que significa la salvación». Si hubiera que definir todos estos libros con una sola virtud, no habría lugar a duda. Sería la misma que define a Shakespeare: la generosidad.

ANDREU JAUME