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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Traduzco prácticamente todos los días del año» – Pérgola

Marian Ochoa de Eribe, traductora.

Estudió Filología Hispánica en Deusto e hizo el Doctorado en Literatura Comparada; incluso pensaba haberse quedado a trabajar en la Universidad, pero «con la osadía que tienes a los veintitantos preferí renunciar a la plaza que me ofrecieron» y plantearse qué quería hacer. Marian Ochoa de Eribe (Bilbao, 1964) dice que a partir de ese momento «fue todo una carambola». Se presentó a una convocatoria de lectorados para países como Lituania, Bulgaria… y pronto le confirmaron uno en la Universidad de Constanza. Era noviembre de 1993 y Rumanía vivía «una situación socialmente espantosa, con una pobreza absoluta; el país estaba totalmente desmantelado. Fue una experiencia impactante». Aun así, enseguida se integró, aprendió el idioma «bastante rápido y lo que iba a ser una estancia de un año acabaron siendo cuatro».

Sin embargo, como tenía que plantearse si quería dedicarse a la vida universitaria o no, regresó a Bilbao donde acabó de profesora en un instituto de Secundaria. «Lo de convertirme en traductora salió también por casualidad: mis amigos me decían que me animara a traducir del rumano, ya que sabía leer un texto literario y tenía conocimientos de literatura desde un punto de vista técnico –había hecho la tesis sobre La poesía de Whitman y los poetas sociales de postguerra–». Un amigo de Madrid la empujó a cartearse con editoriales y ofrecerse como traductora. «En menos de un mes recibí un mensaje de Manuel Borrás, editor de Pre-Textos, ofreciéndome la traducción de dos novelas de Panait Istrati, que se publicarían juntas: Kyra Kyralina y El tío Anghel».

Traductora de Mircea Cartarescu

Contactaría poco después con Enrique Redel, editor de Impedimenta, para la traducción de Mujeres, de Mihail Sebastian, y dos obras de Mircea Eliade, La novela del adolescente miope y Gaudeamus, que también irían en un solo volumen. «Enrique quería acercarse a un autor de la dificultad de Mircea Cartarescu y ver cómo respondería el público. Había otras traducciones hechas de Cartarescu, Por qué nos gustan las mujeres y El ala izquierda, la primera entrega de la trilogía de Cegador, ambas en Funambulista, y una traducción deplorable de El sueño, traducida directamente del francés, un despropósito de cabo a rabo. Así que Enrique me propuso la traducción de El ruletista».

Funcionó tan bien que a partir de ese momento Impedimenta ha ido publicando toda su obra traducida por Ochoa de Eribe. “El primer país en el que se tradujo Solenoide, por ejemplo, tras publicarse en Rumanía, ha sido España. Y estamos ahora con El cuerpo, la segunda parte de la trilogía”.

Confiesa que su ritmo de trabajo es muy lento ya que no puede dedicarse a ello a tiempo completo. Acaba de ver publicada su traducción de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac, novela que le encantó y que «al ser breve traduje casi en un tiempo récord». No así la que está traduciendo ahora para Acantilado, «una novela muy interesante de Gabriela Adamesteanu de más de cuatrocientas páginas. Mi forma de trabajar es muy constante: traduzco prácticamente todos los días del año dos o tres horas diarias, incluso los fines de semana. El resto del tiempo lo dedico a la enseñanza. Traducir es un trabajo muy meticuloso, de mucha entrega, requiere estar muy metida en el texto. Hay autores como Cartarescu de los que puedes perder el ritmo si te separas de ellos. Y además, cada escritor tiene sus pausas, su voz, no suenan iguales. Eso me bloquea en cierto modo para traducir a otros. Y me obliga a pautar, a negociar con las editoriales a largo plazo».

Para Ochoa de Eribe es necesario respetar el texto original, «no lo interpreto. Creo que este es el problema de muchas traducciones, que la gente se inventa cosas, las embellece, altera o se salta páginas, como en el caso de aquella traducción al francés de Cartarescu». En este sentido le ha servido mucho acompañarlo en sus presentaciones porque le ha permitido hacerse a su forma de componer y hablar de su obra. «Cartarescu ha manifestado que para él es fundamental el ritmo de la frase. Uno de los mayores piropos que me dijo un rumano que habla castellano es que Cartarescu suena como tiene que sonar. La diferencia fundamental de traducir del rumano es que se trata de una lengua menos evolucionada del latín y desde el punto de vista estilístico conserva declinaciones y preposiciones. Las lenguas que se han distanciado más del latín han abandonado el sistema de declinación. Eso exige trabajar mucho el texto, algo especialmente complicado en Cartarescu, que elabora unas metáforas complejísimas».

Aunque es contraria a las etiquetas sí cree que los autores rumanos tienen una mirada especial sobre la realidad. «Se habla mucho del postmodernismo de la obra de Cartarescu, que asociamos a Occidente y en concreto a la escuela norteamericana. Es verdad que puede haber postmodernismo en su obra, autoironía, ese juego de planos en lo que aparece él mismo describiéndose. Pero cuando en Rumanía hablan de postmodernismo se refieren a la literatura hecha después de lo que llaman los Modernos, una etiqueta autorreferencial».

Dice que no podría traducir del castellano al rumano porque «la lengua de recepción es la importante, algo que se ve perfectamente en los sinónimos: no tendría la riqueza que manejo en castellano, los coloquialismos, dialectalismos… De hecho, las traducciones que me han ofrecido las he derivado a magníficos amigos rumanos que hablan castellano. Tampoco me atrevería a asumir el reto de traducir a Cartarescu al euskera, porque no es mi lengua materna. Sería engañar al escritor y a los lectores».

Álex Oviedo