¿En qué momento te hiciste adicto a la lectura y cuáles son tus primeros recuerdos de infancia con los libros?
Enrique Redel: Lo cierto es que no me recuerdo sin libros, aunque pueda sonar algo tópico. Desde que tengo uso de razón. Esto es, mi vocación no es “sobrevenida”, es como quien dice “biológica”. En mi casa no existía una especial tradición lectora militante (mis padres no eran académicos, ni profesores, eran gente de lo más corriente: madrileños de clase media, con estudios básicos y muy trabajadores. En mi casa se leía como ha de leerse, desordenadamente y por placer y curiosidad), aunque desde luego había libros y se leía (sobre todo lo hacía mi madre, que era la que muchas veces me compraba libros “bajo cuerda” en una época en que los libros sí que eran caros, muchas veces un cierto lujo: ella me hizo lector y siempre se lo deberé). Lo que recuerdo es que sí sentía una pasión irrefrenable por los libros. No solo por leerlos, sino por poseerlos, incluso por “hacerlos”. Con siete u ocho años, en un pequeño pueblo de la sierra donde mi familia tenía una casa, me recuerdo debajo de una encina “fabricando” pequeños tebeos que luego fotocopiaba y vendía a mis primos (puede que entonces ya fuera una especie de proteditor, si uno lo piensa bien). Para mí era lo natural, era casi una pulsión (muy parecida a la de ahora cuando descubro un libro y lo edito y lo recomiendo). Recuerdo que idolatraba todo lo que estuviera encuadernado: para mí el mayor premio era un libro, y lo demás me importaba más bien poco. Ciertamente, era un niño raro, muy aislado, muy ensimismado siempre.
Estudiaste Derecho y has ejercido como abogado… ¿Cómo y por qué te convertiste en editor? ¿Por qué nace Impedimenta?
E.R: Es algo extraño cómo acabé haciendo Derecho. Yo en realidad iba para dibujante o para lo que soy ahora, editor, alguien dedicado a trastear con contenidos artísticos, a difundir ideas o a recomendar a los demás cosas que me gustaban. Desafortunadamente, me condenó mi sentido de la responsabilidad. En principio todas las cosas que me gustaban y se me daban bien (dibujar, escribir, hablar sobre autores, difundirlos) me llevaban a carreras que no tenían “salidas” (un concepto que en mi época estaba realmente en boga). Ahora sé que cuando eres bueno en algo, la “salida” viene sola. Pero entonces no lo sabía. En mi época, y entre mis amigos y mi generación, primaba lo funcional sobre lo vocacional. En mi colegio me convencieron de que lo que tenía que hacer era Derecho. Tenía “salidas”. Así que pené durante seis largos años en la Facultad de Derecho de la Complutense, y lo único que saqué en claro fue que allí conocí a mi mujer, que es escritora, y que también había entrado en Derecho por equivocación. Esa era mi vida “oficial”. Porque en realidad me dedicaba a leer (no he leído más en mi vida que en mi época universitaria: durante esos años construí mi canon), a estudiar irlandés, a crear fanzines y a deprimirme. Posteriormente, acabada la carrera, coleccioné diversos trabajos como abogado, profesor de oposiciones, gestor… Todos esos trabajos me hacían bastante infeliz, y de hecho la mayoría los dejé. En un momento en que había mucho paro, y en el que ganarse un puesto costaba sudores, yo dejaba los trabajos. Mientras tanto, seguía muy vinculado a editoriales y agencias para las que trabajaba en los ratos libres, haciendo informes de lectura, realizando labores de asesoría o directamente ayudando. En 1999 dejé mi trabajo como abogado y entré a trabajar en una editorial. De la que me echaron (al final ejercía yo de editor, hacía y deshacía, y el jefe, con razón, se deshizo de mí). Luego pasé por otras dos editoriales, siempre como editor que acababa haciéndose cargo de casi todo, en las que trabajaba siete días a la semana. En una de ellas incluso fui socio. Por muy desagradable que fuera la compañía a veces, lo cierto es que fueron trabajos fundamentales a la hora de aprender a ser editor: en ellas aprendí a montar un buen plan editorial, a producir bellamente, a difundir de modo efectivo y por último a apreciar toda la cadena de valor del libro. Hasta que en 2007 supe que necesitaba montar mi propio proyecto editorial, bajo la premisa de publicar solamente títulos que a mí me parecieran estrictamente necesarios (como el bagaje que uno lleva como lector a lo largo de la vida, de ahí el nombre de la editorial), alimentados por la curiosidad lectora más que por un pretendido rigor científico o académico, bajo una aproximación estética cuidadísima y haciendo hincapié en la calidad por encima de todo. Y en el respeto al lector, al librero y al autor. Impedimenta lleva siete años en activo, y desde entonces hemos publicado 125 títulos. Y creo que hemos conseguido crear una marca fiable.
Impedimenta forma parte del Grupo Contexto, junto a otras editoriales de las llamadas “independientes”, como Libros del Asteroide, Nórdica Libros, Periférica, Sexto Piso o Global Rhythm. Háblanos de ello. ¿Qué os une, qué os separa?
E.R: La eclosión de proyectos editoriales de calidad en los últimos diez años ha sido un fenómeno que yo creo que no tiene parangón en la reciente historia de la edición española. Las razones son variadas: la democratización de la tecnología, que nos permite editar muy fácilmente y con pocos costes, la inquietud de una nueva generación de lectores muy ávidos que han dado el salto natural al mundo de la edición, el apoyo de nuestros distribuidores (por primera vez “socios” más que meros proveedores de servicios), pero también un cierto “efecto de imitación” de sellos admirados (Acantilado, Anagrama, Pre-Textos, la primera Siruela, pero también Hesperus Press, Persephone Books, Actes Sud, McSweeneys o Adelphi). Los editores de Contexto nacimos todos casi a la misma vez. Somos de una misma generación vital y también editorial. Y nos admirábamos mutualmente, admirábamos los fondos de los demás. Decidimos dar el paso y asociarnos, primero para crear una especie de “catálogo conjunto” de cara a los libreros, a la prensa, y también porque ya, de modo informal, compartíamos información. Esa “asociación” en cierto modo utilitaria, con los años ha dado paso a una amistad grande, a una mayor complicidad y a mucha mayor colaboración profesional. En cuanto a lo que nos une, es una misma filosofía a la hora de afrontar la labor editorial: primar el fondo sobre la novedad, el medio y largo plazo sobre el corto, poner la calidad como primera exigencia a la hora de editar. Sin embargo, cada uno emprendemos nuestro camino de manera muy personal. Las señas de identidad de cada editorial están muy marcadas. Procuramos no meternos en el terreno del colega, no pisarle sus autores y no copiar sus ideas. En mi caso, aprendo cada día de la experiencia del resto de editores del grupo.
Has tenido la suerte de publicar a algunos autores en lengua española actuales, como Miguel Cane, Fernando San Basilio, Xosé Luis Méndez Ferrín o tu propia mujer, Pilar Adón, excelente narradora, por cierto. ¿Qué diferencias hay entre editar a un autor vivo y actual o a clásicos que ya no están entre nosotros?
E.R: La línea editorial de Impedimenta ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. De unos comienzos más centrados en los llamados “clásicos modernos” hemos pasado a una visión mucho más actual del catálogo, más apegada al ahora, con autores vivos o bien que han muerto hace no mucho: Mircea Cartarescu, Penelope Fitzgerald, Jiri Kratochvil, Arnost Lustig, Siegfried Lenz, Stanislaw Lem, Kingsley Amis… y una serie de autores en lengua española a los que admiro muchísimo, efectivamente, y que son bastantes menos de los que yo querría. Añadiría a Pablo d’Ors o a Eduardo Berti.
Eso no quiere decir que hayamos abandonado los rescates: ahí están Stella Gibbons, Edmund Crispin o Natsume Soseki, que son puntales de nuestro catálogo. La diferencia entre ambos, a un nivel más operativo, es mínima. Finalmente trabajas con agencias, o con otras editoriales, aunque creo que, por filosofía, nuestro catálogo cada vez se centrará más en autores actuales que en clásicos.
¿Qué papel juega tu mujer en la editorial? ¿Cuántas personas trabajáis en ella y cómo estáis distribuidos?
E.R: Pilar Adón es socia de la editorial desde su fundación. A pesar de ello, no se integró en el equipo editorial hasta hace un par de años. Ahora su papel es fundamental: lleva buena parte de la administración (yo no paro en la editorial, entre viajes, citas, giras por librerías, y aunque llevo la dirección editorial, Pilar es la que lleva el día a día, la persona al cargo) y también la relación con traductores y agencias extranjeras. Además, contamos con la ayuda de una diseñadora en plantilla, Cristina Martínez, responsable, junto a mí, de la estética de la editorial. Ella se hace cargo de la página web, ejerce también tareas de administración y lleva la logística de la empresa. Yo dirijo, llevo la prensa, el contacto con distribuidores, con las librerías, redacto con Pilar todos los contenidos y superviso el trabajo de la editorial en su conjunto.
¿También escribes? Y, si es así, ¿tienes intención de publicar?
E.R: Para ser editor hay que saber redactar bien, y tienes que saber escribir. Pero escribir nunca me ha llamado especialmente la atención. Evidentemente, con veinte años escribes relatos y poemas, pero eso va con la edad. No siento la necesidad de escribir. De leer, sí, pero no de escribir. Prefiero publicar lo que los otros escriben. No llevo un diario, no tengo un blog personal, y lo que es más, no creo que a nadie le interese lo más mínimo lo que yo pienso o maquino al margen de mi labor editorial.
¿Cómo es la relación entre tu faceta de lector y la faceta de editor?
E.R: Al principio era mucho más estrecha, inocente y libre que ahora. Si algo caracteriza a los editores es que, sorprendentemente, leemos muy poco por elección y mucho por selección. El 90% de mis lecturas entre septiembre y junio son en inglés. Apenas leo “por placer” durante el curso editorial. Hay amigos que incluso “se obligan” a leer durante los meses más intensos. Yo lo hago por las noches, pero raramente la lectura da de sí como debería. Sin embargo, en los tres meses de verano leo compulsivamente, me paso los tres meses leyendo. Lo que quiero: mucha biografía, mucha crónica de viajes, novelas gigantes y mucha literatura inglesa. Creo que ese humus lector es tremendamente necesario para seguir alimentando la curiosidad y hecho de que la lectura siga asociada al placer.
¿Qué autores te gustaría haber descubierto o editado?
E.R: Esa respuesta cambia constantemente. La relación con los autores es una relación muy íntima, casi de protección, de constante promoción, de confianza, una relación que muchas veces se parece peligrosamente a las relaciones sentimentales. Son relaciones de dependencia en las que el autor y el editor comparten muchas confidencias, momentos extraños, de euforia y de decepción. No olvidemos que el autor entrega al editor, pone en sus manos, el fruto de su trabajo más querido. Y la relación a veces se estropea por culpa del dinero, o porque el autor se siente poco querido o porque siente celos de otros autores, o porque el editor pierde ese punto de “enamoramiento” por la obra del autor. Y entonces la confianza se pierde, y el autor se va. O el editor prescinde de las siguientes obras del autor, como si la relación se hubiera frustrado y no llevara ya a ningún sitio. En toda elección de una obra por parte de un editor hay una especie de apuesta mutua. Hay parejas editoriales, tándems, que duran muchos años, pero la promiscuidad (muchas veces complaciente) suele ser la regla.
Así que uno tiene que estar muy seguro de a quién edita. Una vez leí a una colega decir que jamás editarían a un autor que les cayera mal. En mi caso, eso carece de la más mínima importancia. Yo solamente editaría a alguien cuya obra admirara profundamente, y en el momento en que los admirara más: me habría encantado ser el editor del primer Amis, del primer McEwan, del primer Rushdie, del primer Waugh. Ese descaro casi punk. O de un anciano Onetti encamado y rememorando a Juntacadáveres, o del Joyce de su plenitud de París, Triestre y Zurich. O del Pynchon de principios de los ochenta que se hacía pasar por una bag lady llamada Wanda Tinasky mientras vivía en el condado californiano de Mendocino y escribía Vineland y tomaba notas para Mason & Dixon.
¿Cómo es en tu caso el proceso editorial, desde que decides editar un libro hasta su publicación?
E.R: Normalmente el momento del descubrimiento del título es el mejor. Cuando encuentras un libro, o un título interesante, y lo comprar y lo lees y te seduce, el proyecto es todavía pura expectativa. Quizás es el momento más puro, cuando todo está por hacer. Luego se localiza a los propietarios de los derechos y se negocian con ellos los términos de la cesión. A veces el problema consiste en trazar la propiedad de los derechos, y el proceso lleva tiempo. Una vez firmado el contrato (o acordados los términos), el libro se coloca en el plan editorial (decidimos cuándo vamos a editarlo) y, si se trata de un libro extranjero que hay que traducir, se decide a qué traductor encargárselo, en función del tipo de libro, de la idoneidad del traductor y de su “historia” con este autor y similares, y se le encarga la traducción, viendo que nos cuadre el calendario. Normalmente es así, pero a veces el proceso se ha de reajustar. Entregada la traducción (solemos trabajar con mucho plazo, para no pillarnos los dedos), el libro se revisa, se discute con el traductor las dudas que podamos tener respecto a su texto, y una vez cerrado un texto definitivo, se hace una primera corrección ortotipográfica. Mientras tanto, lo más normal es que vayamos buscando una portada, y vayamos preparando los paratextos que acompañan al libro (cuarta de cubierta, biografía del autor, argumentos para los libreros). Tras esa primera corrección, el libro se maqueta y a esa maqueta se le hacen otras dos lecturas (una por parte de un corrector y otra por nuestra parte) a fin de corregir todas las erratas que pudieran haberse colado. Se entrega a la imprenta, se vuelve a revisar el libro en ferros, y a los diez días el libro entra en el almacén del distribuidor.
¿Cómo supervisas la calidad de las traducciones? Pienso en Perec, por ejemplo, o las “damas inglesas”. ¿Qué ocurre cuando es un idioma que desconoces, como el polaco, en Stanislaw Lem, el checo (Lustig), el rumano (Eliade, Cartarescu) o el japonés (Soseki o Tamiki Hara)?
E.R: En la editorial, tanto Pilar como yo leemos en inglés. Pilar mucho mejor que yo, pues ella es traductora y habla el idioma con mucha fluidez y leía en inglés habitualmente mucho antes de que yo empezara a hacerlo. Previamente a editar el libro y a recibir la traducción, obviamente lo hemos leído. A veces yo solo, a veces Pilar y yo. En el caso del resto de los idiomas de los que traducimos, solemos pedir uno o dos informes, dependiendo del libro, de lo seguros que estemos de su publicación. El francés lo entendemos, pero no hasta el punto de poder decidir si realmente el libro es bueno. Cuánto más en idiomas como el polaco, el rumano o el checo, donde tenemos que fiarnos de lectores de confianza, aunque en ocasiones hay versiones traducidas al inglés. Aun así, hay autores, como Cartarescu, Lem o Soseki, con los que hacemos política de autor, donde la confianza es tan grande que nos fiamos del criterio de los traductores de cabecera que se ocupan de todas las obras que publicamos de esos autores.
Cuando la traducción llega finalmente, nuestra prioridad es que el libro suene bien, que llegue al lector, que le “funcione”, que le produzca las mismas sensaciones que le produciría a un lector original el libro que se traduce. En todo momento, y eso ha de quedar muy claro, nos ponemos de parte del lector. Nuestra labor no es alimentar el ego de traductores perfeccionistas que no piensan en el lector, sino en su propio prestigio y en lo que van a pensar sus colegas. El traductor trabaja para el lector. Un traductor que pare un texto que no se entiende no es un buen traductor. Tampoco el que hurta deliberadamente notas necesarias (al contrario de lo que se piensa, no fracasa cuando las coloca, sino cuando el fragmento suena oscuro sin su iluminación) ni el que se apega en demasía al texto, de modo que en castellano suena mal, inelegante o equívoco.
Por último, quiero indicar que últimamente intentamos ser sensibles a nuestros lectores allende los mares y revisamos los textos de modo que sean inteligibles, comprensibles y elegantes también para los que lean nuestros libros en México, en Argentina o en Colombia, por poner tres casos de nuestros mejores mercados en América. En nuestros libros intentamos no “coger autobuses” o que salgan personajes diciendo “colega”, por ejemplo.
Dentro de la literatura comercial europea, americana o japonesa, ¿qué autores salvarías sin reservas?
E.R: La lista podría ser interminable. Supongo que solo nos referiremos a autores vivos y que actualmente tengan cierto predicamento de cara a un lector más o menos amplio. Me gustan los posmodernos americanos: el Pynchon de la madurez (desde El arco iris de gravedad a Contraluz), Barth, DeLillo, y también el primer Cormac McCarthy (el de Meridiano de sangre, para mí la mejor novela americana de los últimos cincuenta años, una de las pocas novelas que podría haber escrito el Faulkner en gracia de la trilogía de los Snopes), la superdotada Marilynne Robinson, últimamente recuperada por Galaxia Gutenberg, Richard Powers, el Richard Russo de Empire Falls… La A. S. Byatt de la tetralogía de Frederica Potter (bajo mi punto de vista la mejor serie que se ha escrito en Inglaterra en las últimas décadas) y el Edward St. Aubyn de la Saga Melrose. El Martin Amis de las novelas de los ochenta, descaradas, imperiales: Campos de Londres, Dinero, La información (curiosamente mi favorita: “la información llega de noche”).
Nos consta que viajas mucho, en especial a Londres, para consultar librerías de referencia en lengua inglesa, pues la mayor parte de los autores y autoras que publicas son en ese idioma ¿Qué estado de salud tiene la literatura en español frente a otras lenguasy en concreto frente al inglés?
E.R: Hace ocho o diez años, la brecha existente entre las librerías y las editoriales inglesas y las españolas era tremenda. El nivel de las librerías allí era increíble, y la propuesta editorial estaba a años luz de la española. Últimamente, tanto por la “fiebre de creatividad” editorial y librera que se está dando en España (con nuevas editoriales interesantísimas, con librerías nuevas y realmente frescas y con otras más tradicionales y que han sabido leer bien la necesidad de renovarse), el nivel es mucho más parejo. Fenómenos como Amazon y la eliminación del precio fijo han laminado el sector en el Reino Unido. Varios libreros con los que hablo cuando voy me comentan que la situación es realmente complicada. El tejido de librerías está adelgazándose a marchas forzadas y las pequeñas editoriales prácticamente no existen. Se trata de un panorama desolador.
Lo cual no quiere decir que la lengua inglesa no siga siendo, en palabras de Pascale CAsanova, una de las grandes metrópolis de la república mundial de las letras. Sus autores siguen mandando, siguen siendo auténticos referentes y son fuente constante de influencia. Se traducen, se venden y se veneran. La literatura escrita en castellano, sobre todo la escrita por autores españoles, por el contrario, está inmersa en una profunda crisis.
Se trata, naturalmente, de una situación coyuntural, pero es sorprendente que los autores que realmente son referentes para los lectores y cosechan grandes ventas son aquellos que ya han superado hace mucho la cincuentena o incluso los sesenta: Javier Marías, Almudena Grandes, Muñoz Molina, Eduardo Mendoza, Enrique Vila Matas… Los autores más jóvenes, quizás los de mi generación, no gozan del predicamento del público. Y los que sí gozan (pienso en Ignacio Martínez de Pisón o Eloy Tizón) no llegan al mínimo que los convierta en autores verdaderamente influyentes. Son admirados por el resto de autores de su generación, sus libros son leídos por un público culto y fiel, pero no logran dar el salto a los grandes números.
¿Alguna joven promesa española o extranjera que estés siguiendo y que quieras recomendar?
E.R: Me gustaría hablar de la jovencísima ilustradora londinense Isabel Greenberg. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que estamos ante una de las nuevas figuras de la novela gráfica europea. Nosotros acabamos de contratar, para publicar esta navidad, un álbum absolutamente increíble, La Enciclopedia de la Tierra Temprana, una especie de juego de muñecas rusas hechas cómic en la que se vierten mitos, historias tradicionales, perversiones de esas mismas historias tradicionales y bellísimas estampas nórdicas. Hace un par de meses acaba de publicar una versión “apropiada” de La reina de las nieves de Andersen que nosotros publicaremos el año que viene también. Se trata, sin duda, de una de nuestras autoras preferidas en estos momentos.
¿Qué cambios se han producido en el gusto de los lectores desde que eres editor y cómo crees que las nuevas tecnologías y las redes sociales afectan al modo de lectura y a su hábito?
E.R: Creo que el lector actual es muchísimo más selectivo que cuando yo comencé a editar. Y su número, en términos generales, va en franca disminución, al menos en lo que se refiere a los lectores no habituales. En los últimos años el sector se ha adelgazado y los lectores “de aluvión” (los no lectores que compraban libros, pero no de modo miltante, y que la crisis se ha llevado por delante) han bajado en número hasta casi desaparecer, o bien se han mudado directamente al libro electrónico o a otras formas de consumo cultural. Es así como, paradójicamente, el número de lectores habituales crece pero las ventas de libros caen. De ahí la crisis de un sector hasta ahora basado en la sobreproducción y en el best seller que no crea lectores sino que sirve para sanear cuentas de resultados.
El Lector de Impedimenta, no obstante, se ha mantenido bastante inmutable y, en los últimos años, incluso ha crecido: nuestro catálogo es muy selectivo, y nuestros lectores ya existían antes de la crisis, y poco a poco la marca Impedimenta se ha ido asentando y así es como vamos ganando lectores.
Lectores que antes buscaban más clásicos, más novelas, y que ahora se decantan más bien por el libro de tesis, por el libro que hace reflexionar sobre la realidad, por libros más comprometidos, en cierto modo.
¿Están los editores vocacionales en vías de extinción o tienen cuerda para rato? ¿Es Impedimenta una editorial vocacional?
E.R: Evidentemente nuestro trabajo es, antes que ninguna nada, vocacional. Nos metimos en él por amor al libro, al objeto libro, porque nos gusta no solo leerlo y disfrutarlo, sino fabricarlo y recomendarlo. Depende de nosotros poder vivir de esa vocación, sacar para comer, para alimentar a la editorial y a los colaboradores. Editar libros raramente es rentable, el riesgo es grande y el trabajo muy exigente. Así que, si no te gusta mucho, es un trabajo que no recomendaría a nadie. Me revelo cuando alguien me dice que ha decidido editar libros como una “salida profesional”. Quizás eso sea aplicable a los editores que trabajan en grupos editoriales, o en editoriales comerciales, en las que el libro es un producto de consumo más. En el caso de las editoriales independientes el propio proyecto es inseparable del gusto del editor, de su visión del negocio, y evoluciona con él. Es el editor quien le inserta energía cada día.
¿Cómo es la relación entre el editor y el autor o el traductor de algún tótem literario de vuestro catálogo?
E.R: La relación con nuestros colaboradores suele ser bastante buena casi siempre (hay excepciones, pero por lo general intentamos que la relación no se quede en lo meramente profesional). Pero hay unos cuantos casos realmente excepcionales, en los que la admiración da paso a la amistad. Una relación que se retroalimenta con la profesional, con la literaria. Pienso, por ejemplo, en el caso de Marian Ochoa de Eribe, la traductora de Mircea Cartarescu, pero también en el propio Cartarescu. Marian Ochoa me abordó durante mi primera Feria del Libro como editor de Impedimenta, y me propuso, casi a bocajarro y sin conocerme de nada, traducir a Mihail Sebastian, del que acabaríamos publicando Mujeres. Me fascinó su energía, su erudición, su inmensa capacidad de vivir como propio el proyecto de traducir un libro. Su entusiasmo era contagioso. Posteriormente le encargué la traducción de El Ruletista, de Mircea Cartarescu, el primero de los relatos de Nostalgia, quizás el libro emblemático de estos últimos años de Impedimenta.
El Ruletista acababa de salir cuando conocimos a Mircea en Córdoba, en abril de 2011. Había sido invitado por el festival Cosmopoética, y era la primera vez que venía a España. Tras dos días de estancia en Córdoba, Mircea ya se había enamorado del país, y de hecho volvió dos meses después, a la Feria del Libro. Regresó a España a finales del año pasado, ya convertido en cierto modo en un autor de culto, acaba de venir a la Setmana de la Poesia de Barcelona y de nuevo nos visitará en julio para asistir a la Feria del Libro de San Sebastián, tras la concesión del Premio Euskadi de Plata a su libro Las Bellas Extranjeras. Poco a poco la relación entre nosotros se ha ido haciendo cada vez más estrecha, gracias también a la mediación de Marian. Nos une una amistad grande, probablemente pase sus próximas vacaciones en España, y hemos asentado una relación editorial que queremos que sea larga. Probablemente se trata de uno de los tipos más encantadores, imaginativos y brillantes que conozco, y su amistad nos honra.
¿También lees libros de la «competencia»? ¿Qué editoriales sigues y cuáles te parecen las mejores editoriales españolas o extranjeras? ¿Recomiendas seguir alguna aparte, claro, de la tuya?
E.R: Creo que en estos momentos el nivel de las mesas de novedades en España es altísimo. Mejor que desde hace décadas: por el cuidado de las ediciones, por la selección, por la estética cuidada, por la riqueza… Tras una época de mucho vigor en la narrativa, con la irrupción de editoriales que renovaron el panorama, como Libros del Asteroide o Ático de los Libros, justos sucesores de editoriales como Anagrama o Tusquets, creo que desde hace un tiempo asistimos a la irrupción de magníficos sellos de no ficción, jóvenes, inquietos y que han renovado en cierto modo la temática de este género. Vivimos una edad de oro del libro divulgativo, de la historia, de la no ficción. Me quedo, por admiración y por cercanía, con Errata Naturae, más por su vena ensayística que por la de narrativa (que es menos original, menos “suya”), quizás por su inquietud a la hora de analizar la actual sociedad de masas (el cómic, las series, los géneros populares) y por incidir en temas como el ecologismo o el conservacionismo. También con Libros del K.O. y, en otro ámbito, con Astiberri (auténticos impulsores de la hornada de nuevas editoriales independientes dedicadas al cómic). En cuanto a las extranjeras, Persephone Books, New Directions, Puskin Press, McSweeneys o la Hesperus Press de Alessandro Gallenzi, que ahora dirige Alma Books.
¿Tienes alguna lectura predilecta que no tenga alto caché literario, de esas que uno se avergüenza ante editores y lectores cultos?
E.R: Soy un firme defensor de los géneros populares frente a los considerados cultos. Incluso intento que tengan una representación grande en Impedimenta, y de hecho los presento casi con los mismos códigos que a la literatura “culta” o highbrow. La novela de aventuras, de exploraciones, la novela gótica y de ciencia ficción, la policiaca y los libros de crímenes. El cómic. Jamás seré de esos que dicen que han dedicado el verano en la playa a leer la Recherche de Proust, o Larva, de Julián Ríos. Para el verano, prefiero los buenos libros de espías, las novelas de exploraciones antárticas y los novelones victorianos. Para el resto del año, compro y leo muchísimo cómic. Me gustaría reivindicar el papel de la aventura, de la emoción, del misterio, del horror, de la tragedia, por encima de lo meramente elucubrativo, por muy poco moderna que parezca una afirmación así.
¿Cuál crees que es el mejor libro que has editado y por qué? O los tres que más te gustan.
E.R: Lo dije en su momento, y sigo pensándolo. Por calidad, por trascendencia y porque ha conseguido que su autor empiece a ser considerado un cierto autor de culto en el ámbito hispánico, creo que el mejor libro en los siete años de andadura de Impedimenta es Nostalgia, de Mircea Cartarescu. Cinco relatos intensísimos, engarzados como cuentas de un collar, que exploran temas como el pasado, la infancia, los dobles, el mundo de los sueños, el amor frustrado o el azar, todo con el telón de fondo de la ciudad de Bucarest, convertida en una especie de escenario borgiano. Fue la obra que, en 1994, lanzó a Cartarescu al estrellato, su mejor obra antes de emprender la trilogía Orbitor (1996-2007), que Impedimenta publicará a partir de 2017.
Destacaría, además, dos títulos más, quizás porque abrieron líneas en Impedimenta que aún estamos explorando: por un lado, La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons. La perfecta comedia inglesa, encantadora, irónica, considerada por cierta crítica la mejor novela humorística en inglés del siglo XX. Jane Austen se habría reído mucho leyéndola. Y poro otro, ‘Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero’, la adaptación a novela gráfica de Martin Rowson sobre la novela de Laurence Sterne. Una traducción perfecta de Juan Gabriel López Guix al servicio de una obra de una exuberancia y un descaro apabullantes. Muy, muy recomendables las tres.
¿Qué papel juega el cómic en tu editorial y qué perspectivas de futuro ves a vuestra colección El chico amarillo?
E.R: Siempre fui lector de cómics. La apertura de una línea de novela gráfica en Impedimenta era un proyecto que estaba presente desde la fundación de la editorial, en 2007. Ciertamente, se trata de un género que actualmente está en alza: la novela gráfica se vende bien, y goza de buena salud en las librerías. Muchas editoriales están abriendo en estos momentos colecciones de novela gráfica, y lo están haciendo de modo oportunista. Editores que no han comprado un cómic en su vida, se lanzan a publicar cómics, porque ven el hueco o la oportunidad. En Impedimenta el proceso ha sido el inverso: de un gusto previo, de una afición preexistente, pasamos a la selección de títulos que pensamos que pueden cuadrar con nuestros lectores. Fue por eso por lo que iniciamos la colección (decidimos llamarla El Chico Amarillo en homenaje a The Yellow Kid, de Richard F. Outcault) con tres biografías: Virginia Woolf, de Gazier y Ciccolini (de la que llevamos dos ediciones); Thoreau, la vida sublime, de Le Roy y A. Dan (sacamos tercera edición estas semanas); Piscina Molitor, la vida swing de Boris Vian, de Cailleaux y Bourhis, y este año hemos dado el salto a las adaptaciones de obras literarias al cómic: Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero, de Martin Rowson y El fantasma de la Ópera, de Christophe Gaultier. En estos días llega a las librerías Huck Finn, de Olivia Vieweg. El Chico Amarillo será la segunda colección en importancia en Impedimenta, ocupando aproximadamente el 25% de nuestro catálogo partir del año que viene.
Libros y cine son dos formas de expresión artística cuya relación es de amor y odio. ¿En qué ha influido el cine en tu faceta como lector, primero, y como editor después? Lo digo porque varias de las novelas que has publicado en Impedimenta se han adaptado al cine, caso de Picnic en Hanging Rock, Solaris, Un lugar en la cumbre o La soledad del corredor de fondo, y en España se conocen por sus películas a sus autores. ¿Te diriges también a un público, además de buen lector, cinéfilo?
E.R: Creo que se trata de una simple casualidad, y en todos los casos primero leímos el libro, incluso lo editamos, y luego vimos la película (quizás con una excepción, la de Picnic en Hanging Rock, cuya excelente adaptación a la pantalla por parte de Peter Weir nos marcó a muchos en nuestra adolescencia, cuando la pasaron por la 2, de hecho muchos lectores nos lo han dicho luego). No soy especialmente cinéfilo, solo lo justo, y por tanto mi cultura cinematográfica no es amplia. Aun así, me parece sintomático que muchas de las cosas que editamos tengan su correlato cinematográfico. Muchas veces el elemento melodramático es fundamental en ellas, su carácter visual y su poder de seducción como historias perfectas. Luego las contratas y te enteras de que alguien hizo una versión para el cine, algo que no nos parece ilógico del todo. Sin embargo, nos gustaría pensar que la lectura de las novelas en las que se basaron las películas pueden complementarse, pueden llamarse las unas a las otras, enriqueciéndose.
Por Diego Moldes.