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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Este hombre, cuya mirada absorta intenta evadirse entre los marcos de las ventanas y el reflejo difuminado de nuves y árboles, es editor. Enrique Redel (Madrid, 1971), podría haber sido cualquier otra cosa (cantante de ópera, pintor, escultor, incluso artista), pero el veneno de los libros hace mucho tiempo que corre por sus venas. «Con 8 años me dedicaba a dibujar unos tebeos que luego fotocopiaba y vendía. Lógicamente, no sabía que existía la profesión de editor, pero me gustaban mucho los libros, recomendarlos y convencer a mis amigos de cuáles eran buenos». Si a esa pasión seminal unimos las enseñanzas inspiradoras de figuras como Jorge Herralde (Anagrama) y Manuel Florentín (Alianza), o los ya desaparecidos Jaume Vallcorba (Acantilado) y Jaime Salinas (Alfaguara), el resultado es Impedimenta, editorial creada en 2007 que se rige por unos principios fáciles de enunciar pero difíciles de conseguir: calidad (estética, de textos), estricta selección de títulos (basada en los gustos del editor) y respeto (al autor, al traductor, al librero, al periodista, al lector). «Son tres conceptos que al final se resumen en el respecto a todos los que estamos implicados en el mundo editorial, del autor al lector último».

Enrique Redel lo ha logrado a base de olfato, perseverancia, inteligencia y emparía con libreros, ditribuidores y lectores. Las joyas de la corona de su catálofo son Penelope Fitzgerald (La librería), todo un referente de la literatura inglesa de los últimos 30 años, y Mircea Cartarescu, prodigioso poeta y novelista que probablemente será el primer autor en lengua rumana que obtenga el Nobel. «El mejor libro publicado por Impedimenta en sus ocho años de andadura es Nostalgia, de Cartarescu», asegura Redel, miembro de Contexto, asociación de editores independientes integrada por Nórdica, Libros del Asteroide, Baratania, Global Rhythm y Sexto Piso. PAra Redel su oficio es la «constatación de que los editores no tienen un talento específico, salvo el de aprovecharse del talento ajeno. Y por eso, cuando desaparecemos, lo hacemos sin dejar apenas rastro».

Por GQ.