Hay una literatura que naufraga constantemente entre los gustos del común de los lectores, es la misma que se convierte en la reina de la fiesta de aquellos que viven del rechazado, el incomprendido y el maestro invisible a ojos del resto. El naufragio comercial es el plato más sabroso de los esnobs. Entre la lista de lecturas odiadas por estos estarían El extranjero, de Albert Camus, El amante ,de Marguerite Duras, En el camino, de Jack Kerouac, El viejo y el mar, de Ernest Hemingway o El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. «Obras tan pontificadas como pasadas de moda, que los jurados del Premio Nobel deben adorar, imagino», asegura a este periódico Fabrice Gaignault, el autor de esta particular encuesta que divulga en las primeras páginas de su divertido Diccionario de Literatura para esnobs y (sobre todo) para quienes no lo son, que Impedimenta publicará la próxima semana.
Por este repertorio de los rincones favoritos del redactor jefe de cultura de la revista Marie-Claire francesa pasan esquiadores fuera de pista de tomo y lomo, convencidos de que la literatura no perecerá porque nadie escriba, sino porque todo el mundo lo hace. Ahí están el poeta misántropo que hacía cruceros por despecho y rebeldía, el banquero padre de la pospoesía, el literato de inteligencia deslumbrante, capaz de citar convincentemente a Rita Hayworth y a Leon Trotsky en la misma frase, la escritora tatuada de arriba abajo que se gana la vida haciendo striptease en pleno Times Square mientras hace labores de asistente del pensador Herbert Marcuse, el libertario sin fronteras en busca y captura por facilitar la fuga de convictos, el extravagante barbudo con algo de dandi, chalado y que coquetea con el simbolismo y las ciencias ocultas, el autor de identidad jamás desvelada
A la mayoría de estos autores no los encontrarán ustedes ni en Iberlibro, pero tampoco importa, porque Gaignault escribe contra los agujeros negros que la historia y el mercado se han comido. «Este libro es una forma de resistencia contra un cierto descuartizamiento del espíritu. No sólo hay malos libros, también hay malos hábitos que se cogen por pereza o por adhesión a una ideología intelectual y estética blanda. Me he limitado a mover los grandes muebles que no tienen ningún interés para levantar la alfombra y encontrar», explica. De hecho, el diccionario es, en gran medida, un recuerdo de los que ya no están entre nosotros y no se les espera entre las novedades editoriales, como ocurre con la vanguardia francesa de los setenta, plato fuerte de este recopilatorio.
Así que el esnob vive encerrado con sus autores y los llama de culto, porque los guarda en su altar del recelo silencioso ante la amenaza de su divulgación. «Sin la exclusividad de la reserva, no hay esnobismo posible», subraya José Carlos Llop en la introducción del libro. Para Gaignault el esnob literario tiene algo de buscador de oro, que enseña en las cenas, en las que siempre irá a la contra incluso de sus propios gustos si estos coinciden con los del resto. El esnob siempre tiene cerca un nombre olvidado con el que convocar al estupor, el nerviosismo y, quizás, la curiosidad y el interés.
Fabrice Gaignault es un coleccionista que ha dejado salir a la luz sus grandes tesoros, celosamente guardados, que alimenta cada poco. Por ejemplo, de haberle dado tiempo, habría redactado una entrada sobre Sebastian Horsley, «el caballero del Soho», fallecido la semana pasada y autor de Dandy in the underworld. En su primer capítulo, recuerda el autor francés, titulado Mi nacimiento fue casi mi muerte, está uno de los mejores arranques que ha leído: «Cuando mi madre descubrió que estaba embarazada de mí, se metió una sobredosis». Horsley decía que lo toleraba prácticamente todo, «los pervertidos sexuales, los yonquis», pero añadía: «lo que no toleraré jamás son los asesinos de la lengua inglesa y la gente aburrida».
Lo que no cabe duda es que estamos ante un diccionario de vidas excelentes, más que de obras trascendentales. «La vida de un escritor a veces es más novelesca que sus textos», se excusa Gaignault en la cita de Sainte-Beuve para confirmar que sus escritores pusieron todo su genio en su vida y todo su talento en sus obras, como dijo Oscar Wilde.
Ya sea por sus vidas, ya por su talento, la reivindicación del autor francés es contra todos esos libros que tanto se parecen los unos a los otros. Una proclama a favor de la diversidad, de la curiosidad por descubrir pequeños maestros «aplastados por los gigantes», tipos «originales en la escritura y en el estilo de vida» maltratados por el tiempo.
Este homenaje a los excéntricos Gaignault lo reivindica como «elitismo esnob» pone sobre la pista de los márgenes sabrosos de la narrativa y la poesía, sólo falta encontrarlos en la librería.