Un joven escritor consigue un suculento contrato para publicar su primera novela. Considerando la falta de nombradía del novel autor en el mundillo literario, su editor inglés le granjea a través de sus contactos una cita para una entrevista. Este reportaje será publicado en la doble página central de un importante suplemento literario dominical.
Sin embargo, el joven escritor se niega.
Y confiesa, sin ruborizarse, que no necesita ceder entrevistas para promocionar su novela, porque quiere llevar a cabo la misma estrategia de prensa que Thomas Pynchon.
Esta especie de sacrificio imitativo es una recurrente forma contemporánea mediante la cual nuestros modernos escritores comulgan obedientemente con este conjunto de conductas, actitudes y elecciones premeditadamente excéntricas que Fabrice Gaignault organizó alfabéticamente en este libro.
En la línea de ese ocurrente catálogo de la extravagancia insular que es Excéntricos ingleses (2008, Lumen) de Edith Sitwell (un ícono literario de los años veinte que cuenta con su respectiva entrada honorífica en este Diccionario) y, más alejado en el tiempo, de El Libro de los Snobs (1848) donde William Tackeray retrataba con una despiadada ironía a diferentes personajes de la clase media inglesa, el libro de Gaignault toma como antecedente directo el Diccionario del Esnobismo de Phillipe Jullian (1958), de donde rescata la siguiente definición de su objeto: “el esnobismo consiste en un conjunto de prejuicios que un grupo de personas convierte en estrategia para que el resto de los humanos se sienta, eternamente y en todo, carente de elegancia”(22). En tal sentido, este Diccionario de literatura para esnobs articula un mapa de personalidades, cenáculos, pandillas, ciudades, librerías, revistas, subgéneros, viajes, adicciones y toda una extensa serie de trending topics que desde fines desde fines del siglo XIX hasta hoy configuran la parafernalia literaria que engalana nuestras conversaciones librescas.
Si bien el presunto origen etimológico del concepto (la contracción del mote sine nobilitate con el que se referían a los gentiles en los reductos intelectuales de Oxford) es relativizado por Gaignault, asistimos aquí a una experiencia de usurpación plebeya de todo un catálogo de competencias culturales patricias.
Del glamour andrógino de las polifacéticas Kathy Acker y AnneMarie Schwarzenbach a los frustrados epígonos de Francoise Sagan. Desde las entradas acerca de celebrities góticas como Ambrose Bierce o H.P. Lovecraft hasta las que remiten a algunas damas inglesas como las veleidosas Nancy Mitford o Vita Sackville-West. De los eunucos de Bloomsbury (según una hilarante anécdota de Harold Acton) a los Angry Young Men. Y (cruzando el Atlántico) del gatillo fácil literario de Dorothy Parker y sus acólitos de la Tabla Redonda de Algonquin hasta llegar a la guerrilla contracultural del Outlaw Liberation Army, liderada por William “Beat” Burroughs. El esnobismo literario aparece desclasificado en este Diccionario como si desnudara el código social de una secta ocultista, una sociedad secreta a escala internacional que, con un estricto protocolo, evita compartir su panteón estético con los plebeyos imitadores, los wannabe contemporáneos. Porque, como afirma el autor, “El esnob literario no soporta que nadie sepa más que él de su ámbito literario” (23). Por lo tanto, sus experiencias de comunicación con la divinidad ocurren mediante un recelo silencioso y vigilante, alcanzando el estado de gracia sólo en el placer privado de la lectura de tal o cual escritor de culto.
De esta manera, Fabrice Gaignault emprende un esmerado ejercicio de periodismo participativo donde nos pasea por todos esos “secretos a gritos”, anécdotas, cotilleos, rumores, escándalos y otros detalles biográficos licenciosos que asedian la vida social de los escritores. No olvidemos que el autor dirige la sección Cultura de la edición francesa del Marie Clare, por lo que es una fuente bastante fiable en lo que hace al “cotorreo interestelar” literario.
Sin embargo, debemos aclarar que la apariencia física del libro despierta involuntariamente una conducta esnob por antonomasia. Una costumbre desafortunadamente olvidada por el Diccionario de Gaignault: el fetichismo libresco. Esa inmemorial tendencia al totemismo que induce a una esnob servidora a acariciar las portadas de todos los libros que encuentra a su alcance, cuando no a entrar a los codazos en una librería para hacerse con una primera edición, fue excitada por la elegante tapa dura con sobrecubierta de este ejemplar.
Eso, y los candorosos retratos de la ilustradora Sara Morante, a los que debemos sumar el detalle de las “chuletas imprescindibles para evitar pifias”, con la lista de los libros más odiados o el inventario de las muertes más esplendorosas y plebiscitadas por los esnobs.
Pero quizás lo más sugestivo del Diccionario sea el arco generacional que dibujan sus entradas: del venenoso y fascinante París de posguerra (con el atlético George Plimpton a la cabeza de The Paris Review) pasando por la jerga lacaniano-marxista de Tel Quel al nicho de modernos literatos neoyorkinos nucleado por McSweeny’s, se cuelan entre sus páginas los síntomas de la evidente decadencia de la Ciudad Luz como faro cultural. Y así es como asistimos a la progresiva sustitución de la antigua madrina parisina de los travel-writers americanos por el vecindario de Williamsburg como el nuevo oráculo hipster, donde se asomarán las primeras luces de The Next Big Thing.
Y esta es la meca hacia donde peregrinará nuestro joven escritor, luego de que su editor inglés, un esnob cultísimo, descalificara su estrategia de marketing por autoiconoclasta, (conducta definida por Gaignault como un “extraño estado de eclipse muy en boga entre algunos escritores, que les aporta cierto añadido de visibilidad mediática y de paso suscita una opinión de lo más favorable entre los esnobs no necesariamente cultos”) e intempestivamente decidiera cancelarle el suculento contrato de publicación de su primera novela.
Por Ana Llurba.