El común denominador fue el retrato amargo de la clase obrera, con personajes asfixiados y un futuro poco prometedor (semillas del rock y el punk, al fin y al cabo). Sábado por la noche y domingo por la mañana (1958) es una de las obras clave de esa época, y realmente no ha perdido ni un ápice de su frescura. Con unos pocos cambios podría haberse escrito ayer mismo. Tras dejarse la piel en la fábrica de lunes a sábado, los trabajadores recurren a ingentes cantidades de alcohol (y un poco de sexo) para ahogar la mediocridad de sus vidas. Pero a través de Arthur, el protagonista, el autor también hace una acertada crítica de la hipocresía de la época, el nacionalismo vacuo que alimentó una guerra no tan lejana y la sociedad de consumo. La televisión, y por extensión toda la tecnología que estaba por llegar, no iba a mejorar las cosas ni a aportar esa ansiada felicidad, tan sólo nuevas vías de escapismo. La novela tuvo una correcta adaptación cinematográfica dos años después a cargo de Karel Reisz (enmarcada en la corriente bautizada como free cinema), con una convincente interpretación de Albert Finney. Otro relato de Sillitoe acabaría siendo poco después una película referencial, La soledad del corredor de fondo.
Por Jordi Planas