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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Un territorio cuyo mapa ya estaba casi trazado»

No es raro escuchar decir a los lectores de Stanisław Lem que la obra del escritor polaco no pertenece al ámbito supuestamente "menor" de la ciencia ficción, un argumento posiblemente erróneo pero ratificado por el siempre irascible Lem, quien (en numerosas ocasiones, pero particularmente en su ensayo "Un visionario entre charlatanes") renegó públicamente del género, entre otras razones, por su incapacidad para anticipar el futuro.

Claro que la visión prospectiva no es la única que caracteriza a la ciencia ficción: dos expertos como Peter Nicholls y Darko Suvin señalan respectivamente como sus señas de identidad más características la «ruptura conceptual» en el caso del primero y el «entendimiento de las condiciones sociales de existencia» en el del segundo que también caracterizan la obra de Lem, le agradase esto a él o no. Recientemente publicada por Impedimenta en la primera traducción que se realiza directamente del polaco (a cargo de Joanna Orzechowska, que se convierte de este modo en una de las voces más persistentes que ha tenido Lem en nuestro idioma), Solaris parece una prueba contundente de que al desencuentro entre Stanisław Lem y la ciencia ficción le debemos algunos de los mejores textos de ciencia ficción del siglo pasado.

Solaris es un planeta peculiar, por cuanto carece de tierra firme y está cubierto de un inmenso océano que parece conformar un organismo viviente dotado de inteligencia. Kris Kelvin es enviado a la estación de observación que lo sobrevuela para esclarecer los motivos de la conducta de sus tres tripulantes, pero al llegar descubre que uno de ellos se ha suicidado y que los otros dos miembros de la tripulación y él no son los únicos ocupantes de la nave: un día ve caminando por el pasillo a una mujer negra desnuda; otro día, encuentra a su lado a su esposa: pero su mujer se ha suicidado años antes.

No conviene revelar qué está detrás de esas apariciones y del terror primero y la ternura después que Kelvin siente por su esposa (sea ella o no la presencia que lo acompaña en Solaris), pero importa decir que Lem confronta aquí a sus personajes con sus miedos y sus anhelos más íntimos y crítica despiadadamente el proyecto totalitario de comprender el universo mediante métodos cognitivos que se dicen científicos, al tiempo que parece sugerir la pregunta de cómo espera nuestra civilización poder establecer una comunicación con otras formas de vida si sus propios integrantes carecen de las herramientas para comunicarse entre sí.

Acerca del segundo punto: Javier Fernández afirma en su ensayo «Cremoterapia e investigación: La ciencia según Lem» (Quimera 323 [2010] 28-33) que la obra del escritor polaco es «un ataque integral, un derribo en toda regla» a la aspiración al conocimiento científico que debe «entenderse también como un reproche al régimen comunista» en la medida en que éste se apoyaba «en el carácter supuestamente objetivo de la ciencia para explicarse a sí mismo como la consecuencia ineludible del progreso histórico» (30). Es precisamente ese carácter político de la obra de Lem el que explica y justifica su uso de la ciencia ficción: al igual que otro gran escritor polaco, el humorista Sławomir Mrożek, Lem se valió de un género considerado «menor» para dar cuenta de lo que Darko Suvin denominaba arriba «las condiciones sociales de existencia» sorteando la censura y no despertando las iras del gobierno; de esa manera, su cuestionamiento al sistema de pensamiento que fundaba el régimen totalitario bajo el que vivía pasó desapercibido para muchos lectores, más atentos al carácter especulativo y escéptico de su obra, que propone preguntas como qué es real o qué es la naturaleza.

Que Lem renegara de la ciencia ficción puede deberse precisamente al desinterés de cierta parte del público del género para evaluar el contenido político y contestatario de su obra, pero también (y como el propio autor afirmó) al hecho de que alcanzó «las fronteras de un territorio cuyo mapa ya estaba casi trazado». Aun hoy, la obra de Stanisław Lem agrega provincias y galaxias de inusual belleza y complejidad a ese mapa que ya creíamos agotado: con las excepciones notables de Philip K. Dick y J.G. Ballard, nunca la ciencia ficción había contado con un autor como él, que la cuestionase y procurase deshacerse de ella y, de ese modo, le devolviese su calidad y su dignidad y la hiciera imprescindible. Un ineludible.

Por Patricio Pron