Sin embargo, en una ocasión, dijo sobre Sábado por la noche y domingo por la mañana (1958): “Es una gran inexactitud decir que este libro es una novela de la clase trabajadora. Se trata simplemente de una novela”. En su lucha cotidiana, Arthur Seaton —joven protagonista de esta divertida novela obrera (simplemente una gran novela)— también rehúye de las etiquetas: “Lo que la gente piense o diga que soy, eso es lo que no soy, porque no saben una mierda sobre mí”.
La vida de Arthur transcurre en el Nottingham de la posguerra. Ha sobrevivido con astucia a su paso por el ejército (sin necesidad de alistarse, como sus primos, al Real Cuerpo de Desertores) y trabaja, como su padre, en la fábrica de bicicletas de la ciudad, que da empleo a miles de personas. La novela, y la vida, empieza un sábado. “La noche del sábado, la mejor, la más juerguista y divertida de la semana. Uno de los cincuenta y dos días de fiesta en la Gran Rueda del año que tan lento gira”. Esta noche bien vale la monotonía y la dureza del trabajo semanal, aunque uno acabe repostando siete ginebras y once pintas de cerveza y cayendo escaleras abajo en el pub.
Arthur es un antihéroe. Individualista, pendenciero, juerguista irredimible… Al lector no le queda más remedio que ceder a la corriente de simpatía que genera. Y es que ¿quién está libre de haber sentido alguna vez que el trabajo es un sistema penitenciario (no del todo desagradable)? Seaton se da por satisfecho; los miles de piezas que salen semanalmente de su torno en la fábrica le garantizan la subsistencia: cigarros, trajes y cerveza. Los lunes son el peor día; el mal humor le vence ante el yugo que vuelve a cernirse sobre él. Al llegar el miércoles, se siente domesticado como un galgo. Y el viernes…, el viernes no hay nada que pueda apearle de la euforia; ni siquiera haber dejado embarazada a su amante, Brenda, mujer de uno de sus compañeros de la fábrica.
Entre arrebatos de indignación y pintas de cerveza, Arthur tiene reflexiones de una extraña lucidez. Su pelea contra el orden establecido es irreflexiva y desorganizada, pero se sabe engranaje de una rueda que no puede controlar. “Se han creído que nos tienen dominados con sus pólizas de seguros y sus televisores”. Y aunque su vida simplemente continúa por la senda marcada, hace observaciones dignas de los recientes movimientos sociales que bullen por estos lares: “cuando llega la birria de voto que me proporcionan, a menudo tengo ganas de decirles por dónde se lo pueden meter, porque no sirve para nada”**.
* Mención aparte merecen la labor editorial de Impedimenta y la excelente traducción de Mercedes Cebrián, quien contó con la colaboración de la poeta Ruth Fainlight, compañera de Sillitoe durante más de cincuenta años.
** Nótese que es una cita textual; este post no llama, en absoluto, a la abstención (ni a la abstinencia).
Por Adriana Bilbao