cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Memorias del Apocalipsis

Contaba el cineasta japonés Akira Kurosawa en su autobiografía que el 15 de agosto de 1945 lo convocaron junto a los demás trabajadores para escuchar por radio la proclamación del emperador a la nación.

«Según iba por Soshigaya a los estudios Kinuta, la calle comercial se estaba preparando para la Honorable Muerte de los Cien Millones. La atmósfera estaba tensa, alarmista. Incluso había tenderos que ya habían sacado las espadas de la vaina y permanecían sentados mirando la hoja desnuda». Sin embargo, cuando tras oír al emperador por la radio deshizo el camino andado, las caras de la gente eran de alivio y felicidad. «Yo no sé si esto representa la capacidad de adaptación del japonés o su imbecilidad», afirmaba el exigente Kurosawa.

De la capacidad de adaptación del japonés, lamentablemente tan de actualidad, dio también muestras Tamiki Hara (Hiroshima 1905 – Tokio 1951), un ensimismado escritor concentrado antes de la guerra en relatar las vivencias y pesadillas de la infancia para el que las cosas cambiaron definitivamente la mañana del 6 de agosto de 1945, cuando el piloto Paul Tibbets soltó la bomba atómica sobre Hiroshima. Tamiki Hara había perdido a su esposa el año anterior y había vuelto a la casa familiar de Hiroshima, una ciudad, al contrario que Tokio, muy respetada por los bombardeos hasta entonces. Presenciar el infierno apocalíptico que desencadenó la bomba lo llevó a cantarlo en infinidad de poemas que lo hicieron célebre y a contarlo en tres relatos -escritos entre 1946 y 1949- que recogió en libro bajo el título Flores de verano.

La edición de Impedimenta sigue un orden cronológico que, al parecer, no era el que prefería el autor, pero sí es una buena elección para los lectores porque va adentrándonos poco a poco en el infierno. El libro se abre con «Preludio de la tragedia», narrado en tercera persona y en el que Tamiki Hara se refugia en el personaje Shozo para mostrarnos cómo era la vida de una familia acomodada, dueña de una fábrica textil, en la Hiroshima en guerra justo hasta el momento de la explosión. «Flores de verano», escrito en primera persona, levanta notarial acta de lo ocurrido tras el estallido de la bomba atómica, «tengo que dejar testimonio escrito de todo esto», fue lo primero que pensó Tamiki Hara tras salir a la calle y ver el desastre, y lo hace con una fidelidad desapasionada, pero también extrañamente conmovedora por lo que tiene de crónica familiar y colectiva -uno de sus hermanos ve muerto a su hijo menor y tiene que reconocerlo por el cinturón-.

«Le debo mi vida a un retrete. La mañana del 6 de agosto me levanté de la cama a eso de las ocho. Las alarmas antiaéreas se habían activado en dos ocasiones la noche anterior, pero en aquel momento no sonaba ninguna. Antes del amanecer me desvestí, me puse la yukata [quimono de verano] y me volví a dormir. Cuando me levanté, solo llevaba puestos los calzoncillos. Al verme, mi hermana comenzó a refunfuñar, pues a su entender me quedaba en la cama hasta demasiado tarde. Sin decir palabra ni tener en cuenta sus reproches me dirigí al baño». Después el mundo se despeñó, «una especie de ola sónica retumbó en mi cabeza y luego todo se oscureció». Y ni Tamiki Hara ni nadie de los que estaban sufriendo aquello tenían ni idea de lo que estaba pasando.

«De las ruinas» es el título del tercer relato, también escrito en primera persona, en el que se cuenta la trayectoria de muchos supervivientes que fueron cayendo como moscas en los días, meses y años siguientes: caras abotargadas, macilentas, cenicientas, quemadas; caída de pelo, pústulas supurantes, heridas infectadas y repletas de gusanos; niños expresando su sufrimiento a grito pelado, muchachas que agonizan bajo un cerezo, ancianos resignados y moribundos. Ruinas, en definitiva, y mucho más que eso, el Apocalipsis, un mundo desasido y alucinado, pero muy real, es lo que se pinta en estas páginas con tajante y precisa prosa en la que subyace un lirismo malherido. El horror, el horror conradiano nunca tuvo un sentido tan literal. Después de sobrevivir para contar todo aquello, en 1951 Tamiki Hara se suicidó arrojándose a un cruce ferroviario en Tokio.

Por ALFONSO LÓPEZ ALFONSO