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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La campana es la distancia de tus hijos

“La hija del optimista” bien podría incluirse en el próximo número de G&R, el 17, que sale este viernes 23. Tratamos en él el pecado de la ira. Entonces, os diréis, la novela de Welty trata de la ira. No. No es que hable de la ira, aunque esté, de alguna manera, y se presienta.

No es que ninguno de los personajes encaje en el perfil de airado, de vengativo –aunque sí de necio– o de envidioso. No. Eudora Welty consigue que el lector se posicione, precisamente, con la hija que da título al libro, y que sienta una ira incontrolable con la que, sin ejercer ni sentirse como tal, es su madrastra. Llegamos a la conclusión rápido: la lectura de las primeras páginas nos dejan clara la opinión de la escritora y nosotros, empáticos, apoyamos su descripción. Tenemos ante nosotros a una Fay, segunda esposa del optimista, que hará que queramos vengarnos, matar, ajusticiar, hacer sufrir. La grandeza de este libro reside, precisamente, en lo que no se escribe pero está: el odio de Eudora Welty por un personaje asqueroso. Porque si algo es Fay es el talón de Aquiles de todos los presentes.

El espejo en el que jamás mirarse.

La mujer a la que jamás amar.

El despojo humano en el que plantar nuestra amargura, solicitar de vuelta nuestro odio.

“La hija del optimista” no es una novela positiva porque recupera el pasado. Y la soledad. “La hija del optimista” no es una novela negativa: lame las heridas y las sacia. No las cura, pero las sacia por unos meses que quizás sean años que quizás sean siempre, que serán eternos mientras duren. Sacian y basta. No es positiva porque no hace desaparecer las llagas, y no es negativa porque no las hace invisibles, inencontrables. Están. Como estaba el cuerpo del padre en el hospital, como estaba lapreocupación de la hija en la punta de los dedos que pasan las páginas de los libros que se leen en el silencio del enfermo, como estaba el odio de dos mujeres que se saben rivales, la una por el amor, la otra por el prestigio y el dinero. Está. Todo está contenido en las páginas de una novela que le valió a la autora el Pulitzer. Está y menos mal. Está, y gracias.

Todos los pájaros han de volar.

«La hija del optimista” es la cueva del odio, de la venganza, de la envidia, de la ira. Allí se esconden los malos pensamientos, los malos presagios, la muerte misma. Allí se habla sin hablar, se siente sintiendo demasiado. Allí está la guarida del lobo, las trenzas de Caperucita, los ojos de los corderos. Pero allí, a veces, también se encuentra un hogar. Ese hogar, en esta ocasión, se llama Mount Salus, donde no hay montes, pero sí hay tumbas que guardan secretos, que se llevan soledades. Siendo francos, “La hija del optimista” es una versión maravillosa de la Cenicienta: una madrastra, una hija, una muerte. El odio. No es un cuento de hadas, no es una fábula. Es mucho más cruel: es un dolor que todos sentimos. Y al que, a veces, no sobrevivimos.

El recuerdo no será nunca insensible. Al recuerdo sí se le pueden inflingir heridas, una y otra vez. En ello puede residir su victoria final. Pero del mismo modo que el recuerdo es vulnerable en el presente, también vive en nosotros, y mientras vive, y mientras tengamos fuerzas, podremos honrarlo y darle el trato que merece.

Por Anize Salaberri