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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Crónica desde el OuLiPo

George Perec logra con 'Un hombre que duerme' una obra maestra que se lee con la ilusión de los dieciocho años. Un estudiante decide una mañana no levantarse para asistir a un examen de Sociología.

Hasta ahí todo normal, al fin y al cabo ¿quién no ha hecho novillos en alguna ocasión? Lo reseñable en este hecho, en este pequeño acontecimiento, trivial, por otra parte, es que va a dar origen al inicio de una nueva fase en la vida del protagonista de ‘Un hombre que duerme’, que le llevará a romper paulatinamente con sus amigos, a abandonar sus estudios, a sentirse como la cucaracha de Kafka.
Desde su guarida, la buhardilla parisina en la que vive, «observará» cómo la vida continúa a su alrededor, cómo se levantan otros estudiantes para asistir a sus exámenes, presiente las miradas de sus compañeros al ver su pupitre vacío. Y él, cual insecto a quien le han arrancado las patas, permanecerá inmóvil. El mundo continuará girando porque así ha de ser, pero él no lo hace con el mundo. Sus amigos se preocuparán por él, pero él no les hará caso, no les abrirá la puerta de su habitación. Inmóvil, tomando una taza de Nescafé, les oirá llamarle, dejarle mensajes por debajo de la puerta, pero ya es demasiado tarde. ¿Tarde para qué?, se preguntará el lector, se preguntará el autor, se preguntará el protagonista.
Lentamente su buhardilla se convertirá en el centro del mundo, de su mundo. Lentamente se convertirá en náufrago de su propio destino, su buhardilla es la más bella de las islas desiertas y París un desierto que nadie ha atravesado nunca (pag. 47). Lentamente saldrá de su casa, deambulará sin saber dónde ir, observará un mundo ajeno, trabajadores que caminan ¿hacia dónde?, gente que se felicita, que se dan la mano, jubilados que juegan al bridge, noticias en los diarios, el mundo que continúa con él o sin él, una ciudad que se despierta después de haber dormido, una ciudad que no reconoce…. y él que continúa ajeno a cuanto le rodea. Ya no recuerda cómo empezó todo, come o no come, duerme o no duerme, lee o no lee, camina o no camina, cruza el Sena o no cruza el Sena, entra en un cine o no entra en un cine, se afeita o no se afeita… y es que la ciudad, el París que le acogió, la ciudad de la luz, le ha fagocitado, ¿o ha sido él quien se ha fagocitado a sí mismo? Es tarde para empezar, es tarde para volver, es tarde para ir a aquel examen de Sociología, origen, principio y fin de su existencia. No está muerto, lo parece, pero tampoco está vivo, lo sabe. Incluso, puede parecer que es tarde para leer ‘Un hombre que duerme’.
Desconocía la maravillosa ‘nouvelle’ de George Perec, y no quiero con este comentario dar la impresión que debería conocer el libro. Nada más lejos de mi intención. Lo que sucede es que cuando uno ha leído a Perec (y a Calvino y a Queneau…) en la adolescencia, cuando se está cercano a lo que pretendieron trasmitir con su famoso OuLiPo, siente extraño que caiga en sus manos una pequeña obra maestra como ‘Un hombre que duerme’, más si la lee con la ilusión de los dieciocho años, a pesar de tener cuarenta y siete.
Lean la novela, acuérdense de Bartleby de Melville, de otros escritores contemporáneos como Enrique Vila-Matas, imagínense su existencia y después, cuando la angustia esté a punto de atenazarles la garganta, dejen el libro a la espera de una nueva y por qué no, provechosa lectura.