Así son sus relatos, misterios, escenas atrapadas en el tiempo y en el espacio en las que nos sitúa y nos abandona a nuestra suerte, como en medio de un escenario teatral. Y una vez allí a ver qué pasa, cómo entender la maquinaria que abre y cierra las emociones, cómo entender el mecanismo de la bailarina tumbada en la caja que nos mira en plena oscuridad siempre a punto de hacer algo, no se sabe si bueno o malo.
Y nos perdemos intranquilos entre esa fina filigrana que va tejiendo a nuestro alrededor Pilar Adón como una diminuta araña que no hace ruido. Y cuando queremos darnos cuenta ya no nos podemos mover y estamos en ese universo particular, fuera de este mundo y de este tiempo, dentro de aquella caja. Somos diminutos.
Sin misericordia
Sus personajes luchan por ser uno, uno de verdad, y no brindan misericordia al lector que los observa; no hay una mano que nos lleve y nos explique con paciencia, ni ternura que nos brinde un final blando o florido. Aquí hay bocados de todos los sabores, amargos y dulces, pero predominan aquellos que no sabríamos definir porque son un sabor nuevo, desconocido, que a veces nos hace cerrar los ojos de placer, otras no sabemos si nos gusta o lo aborrecemos.
Y ahí radica el acierto de sus relatos. No hay línea que nos lleve a un lugar común, sino un universo que se nos dibuja poco a poco, relato a relato, hasta estar profundamente entorpecidos, comulgando, teniendo la sensación de que cada personaje nos quiere decir algo y jamás llegamos a saber del todo qué es y quién es y por qué parece querer llevarnos hasta el fondo de nosotros.
Es difícil de definir. Como bien dice Marta Sanz en el prólogo, sus relatos hay que ir desnudándolos, quitándoles la corteza, situándolos en un lugar y peregrinar por lo que ocurrió antes y después de esa estampa. Como dice: mirar bajo la cama antes de dormir, buscar bajo las sábanas. «La falta de exactitud matemática, la imposibilidad de coger el agua entre las manos, el runrún persistente del ¿habré entendido bien?, la asunción de mi tamaño minúsculo frente a la elevación y profundidad de un texto son los que van a conseguir que este puñado de historias me mantenga en vilo y que, quizá, cuando dentro de unos años lo retome, se me presente bajo una luz distinta, pero seguro que no menos inquietante».
Quedan en el aire las ideas, flotando alrededor, forzándonos a zambullirnos, porque sus relatos son como poemas, son formas viscerales y oníricas de traernos sus miedos más innombrables, sus habitaciones cerradas, sus paredes y sus incomunicaciones. La poesía de sus relatos bulle y nos sumerge. Y es tan fácil como doloroso dejarse llevar por ella.
Por ESTELLE TALAVERA BUADET