Tras diversos intentos, el pequeño salvaje fue apresado y puesto en manos de distintos científicos que dedicaron años a la ardua tarea de civilizarle. Pero, ¿es posible que un ser completamente asilvestrado, que ha pasado varios años sobreviviendo día a día a fuerza de puro instinto, se convierta en un ser humano normal?
A lo largo de las 120 páginas de la obra, conoceremos el origen de ese niño sin nombre (al que acabarán bautizando como Víctor), el modo en el que se relaciona con un mundo que no comprende, y los tremendos esfuerzos por parte de diversos tutores que intentarán que aprenda el uso del lenguaje y adquiera unas mínimas nociones de urbanidad.
En el apartado más extenso de El pequeño salvaje, asistiremos a su relación con el doctor Jean-Marc Gaspard Itard, que se ocupará durante años de él y será lo más parecido a un padre para el salvaje. El intenso trabajo de Itard, un cúmulo de frustraciones salpicado por esporádicos y mínimos avances, es descrito por el autor de modo que resulta imposible no empatizar con el frustrado científico, sin poder evitar a un tiempo sentir compasión por una criatura incapaz de encajar en una sociedad “civilizada” que le atemoriza y cuyos complejos códigos y reglas le resultan absolutamente incomprensibles.
El pequeño salvaje me ha deparado una muy grata sorpresa ya que, si bien sentía cierto interés por el tema que trata, no me imaginaba que Boyle fuese a narrar la historia del niño salvaje de Aveyron de un modo tan ameno. Tal amenidad, unida a la brevedad de la obra, hace que esta se lea de un tirón y que quedemos con ganas de saber más sobre la azarosa existencia del salvaje Víctor. Además, saber que nos encontramos ante una narración con base real, intensifica las emociones que provoca la lectura, al tiempo que plantea interesantes cuestiones sobre el aprendizaje, la educación y la moral.
Por José Rafael Martínez Pina