cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Sábado por la noche y domingo por la mañana», en Días Asaigonados

A Arthur Seaton, joven de clase obrera en Nottingham a finales de los cincuenta, no le cuadra casi nada. Es egoísta, inmoral y carente de aspiraciones, pero también observador e inteligente. Y ve las fisuras de un mundo mezquino colarse entre los ladrillos rojos de las casas que se repiten como los días de su vida.

"Él la siguió, acariciándola cada dos escalones, resarciéndose de deseo por su cuerpecillo salvaje, y recordando que hacía muy poco había subido otras escaleras en distintas circunstancias. La noche había comenzado y la noche iba a terminar. Winnie se quedó en ropa interior y se acostó en la cama, esperándolo. Nunca una noche había empezado tan mal y terminado tan bien, pensó él, quitándose los calcetines."

Trabaja en una fábrica de bicicletas, manejando el torno y calculando las libras que ganará al final del día. Dinero que no irá al ahorro: mañana es un concepto nuboso y sin mucho significado. Posiblemente le sirva para comprarse un abrigo de teddy boy, beber en el pub o invitar a una chica con la esperanza de acabar la noche del sábado acompañado.

A Arthur se le dan bien las mujeres, sobre todo las casadas, y sabe que las utiliza, pero no menos de lo que ellas le utilizan a él. De lo que no quiere oír hablar es de que le atrapen, de perder su libertad y acabar como el viejo, mirando el periódico y murmurando en bajo la última ocurrencia de su madre.

Sus enemigos no fueron los alemanes, ni serán los rusos, pese a que la guerra nuclear es un peligro insistente, al menos desde los medios. Su enemigo es la vecina chismosa de su calle que ha echado raíces al otro lado del muro, escrutando como una vigía de moral victoriana y aburrimiento perpetuo. Su enemigo es el supervisor de la fábrica, a ese cabrón le tiene bien calado. Su enemigo es el gobierno, su gobierno, que le hizo perder muchas semanas en el ridículo servicio militar. No estaría mal volar algún palacio con dinamita.

Arthur vuelve con ese andar pesado de sábado por la noche, de demasiadas pintas, aunque manteniendo el equilibrio y la compostura, él todavía no es un borracho viejo de taberna mohosa. Es su momento preferido, su campo de juego, el lugar donde es libre, al menos por unas horas. Los escaparates de algunas tiendas reflejan su figura con la luz tenue de las farolas. No mira. Sabe que puede encontrar fisuras, también en él mismo, intuye, después de todo, que su vida no siempre podrá seguir así.

Por Daniel Bernabé (Días Asaigonados)