Aquel hombre, Wilhelm Busch, siempre había soñado con ser pintor. O poeta. O mejor, las dos cosas. Y se preparó. Estudió Bellas Artes en Amberes y Munich, y ya se veía como un nuevo Rembrandt, además de convertirse en un devoto de la pintura holandesa.
Pero bueno, una cosa es lo que uno quiere y otra lo que uno puede. Quizá fue el tifus el que con su veneno le cambió la vida. Porque a los 21 años, en 1853, cayó en las crueles redes de esa enfermedad. Pero los días de obligado reposo le vinieron bien.
Para distraerse, empezó a coleccionar sagas, canciones y leyendas populares alemanas que él mismo ilustraba. Y maravillosamente. Pronto se hizo colaborador de varios periódicos satíricos de la época como satítico Fliegende Blätter, y el Münchner Bilderbogen.
La obra maestra
Hubo de esperar hasta 1865 para publicar su obra maestra, Max y Moritz una historieta en siete travesuras que pronto se convirtió en un clásico de la cultura alemana y que enseguida empezó a traducirse a numerosos idiomas. Ahora lo hace en español la editorial Impedimenta en divertidísima edición y fantástica traducción, en rima, de Víctor Canicio.
El dúo más que dinámico de protagonistas tiene un lema: «¡Una pareja infernal dispuesta a sembrar el mal!». Y vaya si lo siembran, entre viudas, profesores, sastres, pasteleros, gallos y gallinas (ya saben, las gallinas que entran por las que salen). Max y Moritz son como Zipi y Zape pero todavía con más mala uva.
Aunque Busch también escribió enjundiosos libros de poesía e innumerables historietas, se le recuerda especialmente por esta tan sencilla, tan dinamitera, tan políticamente incorrecta y tan mordaz.
Prácticamente todos los viñetistas que vinieron después se inspiraron en la obra de Busch, más incluso que en la de Rodolphe Töpffer. De hecho, su influencia es determinante también en autores como Rudolph Dicks, ilustrador de origen alemán, que se basó directamente en Max y Moritz para crear sus celebérrimos gemelos The Katzenjammer Kids, ya instalado en Norteamérica y bajo el fuego cruzado entre Hearst y Pulitzer.
No hay duda de que el apodo de El Abuelo de los Cómics le viene que ni a al pelo a Wilhelm Busch.
Por Manuel de la Fuente