Hay gente que empieza con mal pie en un trabajo. Dashiell Hammett, por ejemplo. Contratado como recadero de ferrocarril por la B&O Railroad, perdió su puesto porque llegó tarde todos los días de una misma semana. Fulminantemente despedido, su jefe decidió ofrecerle otra oportunidad si prometía no volver a retrasarse. «Es imposible», respondió Hammett, y dejó para siempre la compañía.
Otros, en cambio, parecen encajar en un empleo como si hubieran sido específicamente diseñados para hacerlo. Bruce Chatwin, por ejemplo, fue en los años cincuenta y sesenta el perfecto empleado de la casa Sotheby’s. Aún se ocupaba de quitar el polvo a las cerámicas cuando un día en que estaba trabajando junto a una pequeña pieza de Picasso, un señor le preguntó que opinaba de ella. «Es falsa», respondió.
En vez de ponerle en la calle por espantar clientes, sus superiores apreciaron la intuición y lo ascendieron; durante años fue el encargado estrella del departamento de antigüedades.
Hammet y Chatwin, claro, no han pasado a la posteridad por estos empleos sino por sus libros, aunque en ambos casos hay razones para preguntarse si su literatura hubiera resultado tan interesante de no contar con la experiencia que su vida laboral les aportó.
La relación entre literatura y economía práctica es un tema en auge en los últimos años, y coinciden ahora en librerías dos obras sobre el tema. Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, de la ensayista italiana Daria Galateria, ha sido publicada por Impedimenta, que está haciendo en este momento las ediciones más bonitas del mercado, y traducida por Félix Romeo en la que debió ser uno de sus últimos trabajos de esta índole.
Ganarse la vida en el arte, la literatura y la música es un volumen colectivo dirigido por Javier Gomá Lanzón, que publica Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores; los capítulos sobre literatura corren a cargo del maestro José Carlos Mainer, que traza un panorama general, y de Joan Oleza, que analiza el caso de Blasco Ibañez.
En su introducción, Gomá critica con razón la «limitada perspectiva» de las historias de la cultura que estudian las obras de arte como una cadena de influencias, y en cambio se olvidan de reseñar cómo se ganaban la vida los autores que recogen. Y se pregunta si acaso es irrelevante para la creación que Byron o Tolstoi vivieran de rentas, y Thomas Mann se casara con una mujer que podía mantenerlo, mientras Balzac o Dickens dependieran para su subsistencia del éxito de sus obras.
Irrelevante no lo es, tanto para sus condiciones de trabajo como para los contenidos que produjeron. El escritor chileno José Donoso me contó una vez que, nacido en una familia burguesa, había pasado varios meses trabajando como camionero con la finalidad de «ganar experiencia». El diplomático Paul Morand, el médico Louis Ferdinand Céline, el aviador Antoine de Saint-Exupéry, el empleado de seguros Franz Kafka, ¿qué hubieran escrito sin el bagaje de sus oficios? Sin duda algo diferente a lo que aún les da vigencia.
Por Sergio Vila – Sanjuán