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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El pequeño salvaje», de T. C. Boyle

La AEN publicó, en 1997, otra de las historias más solitarias y apasionantes de la literatura del siglo XIX: el Gaspar Hauser de Anselm von Feuerbach, aparecido en 1832. Se trataba, esta vez, del enigma de un joven surgido de la «naturaleza» sólo parcialmente, pues su enclaustramiento insociable había sido en realidad un rapto político.

No es así el caso del niño Victor de l’Aveyron, su inmediato antecesor como selvático, que pudo subsistir, extrañamente perdido en el campo, y que fue encontrado en 1799. El valioso médico Jean Itard describiría de modo excepcional —en las Memorias de 1801 y de 1806—, su encuentro con él y todo su proceso de «adopción». Las experiencias educativas de sus sentidos, que este seguidor de Condillac hizo día a día con él, entre ingenua y cuidadosamente, darían lugar a cierto «progreso en las facultades afectivas» del niño silvestre.
Por su parte, El pequeño salvaje de Thomas C. Boyle (nacido en Peekskill, Nueva York, 1948), toma en consideración —en 2010— tanto las dos memorias de Itard, como desde luego la famosa película de François Truffaut en 1969 sobre Victor. El relato es claro, sencillo, está ajustado y muy bien equilibrado.
Boyle narra (o refresca) hechos conocidos por espectadores y lectores, tanto del doctor Itard, como del especialista Lucien Masson y su Los niños selváticos, 1964 (que fue traducido en 1973, con comentarios intempestivos de Rafael Sánchez Ferlosio). Pero sobre todo rescata un mito del siglo de la literatura, la historia del niño asilvestrado, tras una centuria como la de las Luces, en donde la pregunta por las cualidades de ese raro ejemplar humano se hizo insistente en todos los philosophes; las referencias ilustradas sobre lo natural en vivo se basaban en un puñado de seres abandonados a su suerte en la naturaleza: la joven de Kranenburg (1717), los dos muchachos hallados en los Pirineos (1719), Peter de Hanover (1724), la chica de Sogny (1731), Tomko y un niño-oso (el cuarto ‘oso’ encontrado, desde inicios del siglo XVII), ambos recogidos en Hungría (1767). Victor cierra el siglo emprendedor que había acabado en la gran Revolución; si él estaba al margen de la historia, ésta se cierne sobre él, al menos desde la perspectiva médico-filosófica.
El pequeño salvaje es una novela breve y directa, que reverdece esa historia con pocas contemplaciones extra-narrativas; sus filones teóricos no son muy patentes. Muestra que el niño se ve obviamente utilizado como personaje de feria al principio; que el niño se ve educado en las formas civilizadas, cerca de los sordomudos cuidados especialmente por ese médico; que el niño no entiende lo que sucede, y quiere escaparse; que está atrapado por el medio, por el mundo en que se ha visto arrojado. Luego, el hombre Victor habría muerto a los cuarenta años, en el anonimato, después de sestear en la casa de acogida, cuando empezaron a desaparecer los seres más conocidos.
La novedad del libro, de un autor que tiene sesenta años —y que escribe melancólicamente en el siglo XXI—, es por supuesto la presencia insistente, aunque nada exagerada de la posible pulsión sexual en Victor. Esa presencia del cuerpo era impensable en esas otras dos —hoy ya— viejas y dulces fuentes: el texto optimista de Itard, y la pausada película de Truffaut en blanco y negro.