El espectador se quedaba atónito y desconcertado ante aquel extraño mapa. Las fronteras habían sido removidas. España y Portugal habían desaparecido por completo, fulminadas de la cartografía y aniquiladas frente a la gran presencia de un México que carecía de rival alguno (su vecino Estados Unidos quedaba ausente y sin mención alguna, aunque su territorio pudiera adivinarse). El fantástico mapa imaginario que los surrealistas belgas publicaron en junio de 1929 en la revista Varietes, se inserta en una tradición artística que nos habla de jugar e imaginar a pesar de que el juego y la imaginación se encuentran soterrados, callados ante el poder de la publicidad y la felicidad de plástico. Además, expresa los deseos ocultos por plasmar lo que pudiera ser y lo no dicho, al mismo tiempo que denuncia la falsedad de la narración «oficial». Una gran goma de borrar. El lápiz mágico que escribe la gran pregunta que hoy continúa vigente, aquella que nos inquieta cada día: ¿Cuáles son nuestros deseos reales?
En el terreno de la literatura, Borges o Rabelais, entre algunos otros, ya plantearon la posibilidad de imaginar libros inexistentes. Los textos se construían deliberadamente falsos. Al igual que el célebre mapa surrealista, su cometido no era otro que el enseñar a perdernos. Stanislaw Lem (Lvov, Polonia, 1921 – Cracovia, 2006), a quien todos conocemos por su monumental obra de ciencia ficción Solaris, ideó una curiosa Biblioteca del Siglo XXI, compuesta por cuatro obras: Vacío Perfecto (1971), Magnitud Imaginaria (1973), Golem XIV (1981) y Provocación (1982).
Magnitud Imaginaria está compuesta por tres prólogos que funcionan como narraciones inventadas. A su vez, está precedido por el propio prólogo del libro. Al igual que en otros libros de Lem, hay una ingente cantidad de datos más o menos científicos que crean en el lector la sensación de verosimilitud en torno a lo narrado. Necrobias, el primero de estos textos, es el prólogo a un hipotético libro sobre unas particulares fotografías que se definen «pornográficas»: no se reproduce el aspecto exterior del cuerpo de una persona, sino que este es retratado haciendo uso de un aparato de rayos x. Nos podemos imaginar el aspecto de las fotografías, completamente fantasmagórico e incluso aterrador. Lo que se muestra son sus huesos y todo aquello que a simple vista el cuerpo nos oculta. Sin embargo, las supuestas fotografías revelarían que el espectador tiene ante sí el cuerpo «desnudo» del observado. El segundo prólogo de un libro inexistente es aún más brillante. Bajo el título de La Erúntica, se nos transmiten los trabajos de un investigador llamado Reginald Gulliver, quién habría conseguido ¡enseñar inglés a una colonia de bacterias! Gulliver se dedicó a acercar ciertos fatídicos productos químicos a las bacterias objeto de estudio. La reacción de las bacterias fue la siguiente: «A lo largo de cuatro millones de experimentos, el autor maceró, resecó, tostó, cortó y paralizó por catálisis billones de bacterias, hasta que logró producir una raza de E. coli que reaccionaba ante la alarma de un peligro mortal disponiendo sus colonias en series de tres puntos: … … … Esa letra `s´ (tres puntos significan `s´ en el alfabeto Morse) simbolizaba `stress´, es decir, tensión. Es evidente que las bacterias seguían sin entender nada, pero conseguían salvarse […] Así pues, las bacterias hablan, pero a ellas no se les puede hablar».
La habilidad de Lem por crear historias inventadas y presentadas como prólogos (y no solamente como meras reseñas de obras inexistentes) resulta brillante y estimulante. Inmediatamente, nos asaltan personajes, situaciones o hechos que nos hubiera gustado que sucediesen según una determinada mecánica. Venganzas parciales, al menos en el terreno de la literatura, que conectan con la aspiración de realizar lo irrealizable, rompiendo el encierro de un relato esclavo.
La mentira que China convirtió en realidad
En 2002, el escritor inglés Gavin Menzies publicó un libro titulado 1421: el año en que China descubrió el mundo. En su obra, Menzies pretende avalar su teoría gracias a un extraño y desconocido mapa de un cartógrafo italiano llamado Pizzigano. El mapa revelaría el hecho de que los chinos habían descubierto América varias décadas antes de que lo hiciera Cristóbal Colón. El gobierno chino, a día de hoy, defiende la autenticidad del mapa de Pizzigano. Inventado o no, parece mostrar Puerto Rico y otros territorios. La ausencia de otros datos que avalasen el hallazgo chino se justifica señalando que en torno a 1424 se destruyeron la mayoría de los registros chinos, por lo que resultaría razonable considerar que no quedase ni rastro de semejante conquista.
Observo el viejo mapa surrealista con admiración. Invertir la historia es sencillo: basta tener los recursos para hacerlo, pero sospecho que esa operación ya se ha hecho y que cada cierto tiempo se repite. Basta con dar la vuelta al globo terráqueo para que el hemisferio sur se sitúe en el lugar del norte. De pronto, las noticias, los centros de gravedad, nuestros referentes cotidianos tanto en la vida privada como en la cultura popular cambian y se trastocan. Los mapas del mundo, al igual que las narraciones, construyen nuestra realidad. La mutación resulta traumática. Nos sentimos inmersos en una narración radicalmente distinta, al mismo tiempo que nos advierte de que nada es eterno: en el mapa surrealista, los gigantescos países de China y Rusia parecen amenazar con devorar a una raquítica Europa. Los relatos del gran Lem parecen más que posibles. Tan sólo es una cuestión de perspectivas. Nuestro hijos leerán que Pizzigano tenía razón.
Por Servando Rocha