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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Si por algo se caracteriza el humor británico es por su muy desarrollada habilidad para la sátira social. El pausado destrozo de estereotipos perfectamente reconocibles, retratados con precisión y exhaustividad en cada uno de sus ridículos detalles, funciona de motor para la sonrisa, la risa o la carcajada –esto ya a gusto de cada cual. En su literatura sobresale en estas tareas, claro, el inimitable maestro P.G. Wodehouse (1881-1975), cuya excelencia le garantiza legiones de fieles seguidores incluso décadas después de su muerte. Pero existen también otra serie de finas plumas rendidas a la desternillante misión de desenmascarar sin vergüenza las miserias de su tiempo, repleta a su vez de grupos sociales a los que descuartizar a través de la parodia.

Uno de estos grupos, a su vez retratado hasta la saciedad, resulta ser la burguesía rural. Desde la fina amabilidad y condescendencia de Jane Austen (1775-1817), hasta la cruenta ironía de otra de las joyas del catálogo de Impedimenta, Stella Gibbons (1902-1989), podríamos hacer un repaso por todas las novelas que han dibujado este cuadro anteriormente y reconoceríamos, casi al instante, sus principales características comunes: su infatigable intento de apego a la nobleza a través de su imitación formal, la artificial ritualidad en sus relaciones sociales, su acceso al matrimonio en cuanto mecanismo de ascenso social, el papel la mujer como motor de conexión de la familia con el entorno…

La serie de Mapp & Lucía alcanza la perfección en este cometido. E.F. Benson (1867-1940) se apartó de sus relatos cortos de fantasmas, por los que es más conocido y se le puede leer en antologías de calidad como ‘El santuario y otras historias de fantasmas’ (Valdemar, 1999) o ‘La habitación de la torre’ (Valdemar, 2008), para regalarnos una productiva colección de seis títulos escritos entre 1920 y 1939, continuada posteriormente por otros autores, y llevada a la televisión en forma de serie en la década de los ’80. Una serie de relevancia sociocultural en su entorno, y todavía hoy recordada entre lo más salientable de toda la producción de su autor.

Y no es para menos. Porque en esta primera entrega publicada por Impedimenta, ‘Reina Lucía’ (2011, aunque originalmente publicada en 1920, disponible en FantasyTienda), disfrutamos en toda su extensión de las mejores esencias del conjunto: personajes extravagantes, diálogos surrealistas, situaciones comprometidas, reflexiones cínicas… Peligrosas armas de destrucción con las que E.F. Benson va, directo y al corazón, contra la más pretenciosa, jactanciosa y relamida burguesía rural británica a través de la descripción de su contexto, el análisis de sus espacios, o la narración de sus hábitos.

Un ataque masivo cuyo eje central lo ocupa con autoridad Emmeline Lucas, más conocida como Lucía, vampiresa social de Riseholme y señora de The Hurst. Su liderazgo habitual en las intensas épocas estivales de la zona la obliga a liderar todas las iniciativas, moverse en todos los círculos, y saber todo lo interesante que pudiera suceder… ¡incluso antes que suceda! Sin embargo, en aquel extraño verano de los años veinte, sus habituales próximos, Daisy Quantock y especialmente Georgie Pillson, deciden empezar a hacerle la puñeta y, quizás, obstaculizar o retar ese liderazgo. La una, trayendo a un gurú hindú capaz de convertir el yoga en una moda entre la alta sociedad de Riseholme; el otro, puenteando a Lucía en su acceso a la afamada artista lírica Olga Bracely –que en aquellos días visita el lugar.

El tejido social de Riseholme ejerce de trama cuyos hilos relacionan unos personajes con otros, permitiéndonos acceder así tanto a sus miserias íntimas como a sus públicas deshonras, y convirtiendo a los aparentes secundarios en protagonistas de sus propias subtramas.

E.F. BensonDe esta forma, Daisy Quantock refleja la inconsistencia moral de una sociedad que adopta las religiones como medicinas para su ignorancia y su apatía, acogiéndose con la misma alegría al Cristianismo Científico o a las religiones hinduistas del lejano oriente. Georgie Pillson satiriza la ociosidad y el infantilismo de quién, disponiendo de recursos y tiempo para ejercer sin obstáculos su libre albedrío, participa en las más surrealistas intrigas palaciegas con el único mundano objetivo de combatir su tedio. O lady Ambermere, en una finísima conexión con la burguesía colonial que regresaba a Inglaterra provista de una vertiginosa sensación de superioridad, cuando desenmascara el racismo y la estupidez tras su pose en un imperdible diálogo donde declara que:

“Sí, algunos de esos brahmines proceden de familias bastante decentes -admitió lady Ambermere-. Yo siempre estuve en contra de considerar a toda esa gente de piel oscura un mismo grupo y llamarlos negros. Cuando estábamos en Madrás, yo era famosa por lo bien que discriminaba” (pág. 79)

La silueta de los personajes se asocia permanentemente con sus espacios y sus roles. A la señora Lucas no pocas veces se la retrata como habitante de un palacio en la cual reina con mano firme, el señorito Pillson se ve limitado por su convivencia casi constante con sus hermanas o su criada –mundanizando su presunta conexión con la nobleza, mientras Olga Bracely llega desde la ciudad como heraldo de un nuevo tiempo en que estos villorrios comenzarían a derivar hacia los mucho más mundanos espacios periurbanos de clase media actualmente existentes.

‘Reina Lucía’ (Impedimenta, 2011) aúna, entonces, elementos propios de la sátira social, con un análisis moderno de las tendencias sobre las que, de forma más notable tras la IIª Guerra Mundial, se conformaría la contemporaneidad inglesa. Un fondo laborioso a cuya ambición el tiempo ha respondido con la proyección y la relevancia que la serie de Mapp & Lucía se merece.

El lector disfrutará como pocas veces de un humor inteligente capaz de reunir una trama interesante, con personajes divertidos y un profundo análisis social. Elementos que han elevado a esta serie, por méritos propios, a las referencias literarias británicas del s. XX que uno debiera leer por lo menos una vez en la vida.