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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Gabrielle de Bergerac», de Henry James

Creo que ya he comentado alguna vez por aquí lo mucho que me gusta Henry James. No ha sido algo planeado, lo prometo, pero en muy poco tiempo he leído unos cuantos libros del autor, y entre ellos está Gabrielle de Bergerac. Una historia corta, de esas que tanto me gustan a mí, y profundamente romántica, con el buen saber hacer que caracteriza al autor de Nueva York.

‘Gabrielle de Bergerac’ comienza como tantas otras historias, con un narrador que le cuenta a otro personaje la verdadera trama del libro. En este caso, el señor de Bergerac nos cuenta la historia de su tía Gabrielle, rememorando los hechos que ocurrieron durante su infancia. Viajamos con él a la Francia previa a la Revolución, a un idílico paisaje campestre.

Allí vivía el anterior señor de Bergerac, padre del que nos cuenta la historia, junto a su hermana Gabrielle, su esposa y su hijo pequeño, nuestro narrador, al que todos llaman chevalier. Allí viven en plena naturaleza, sin apenas ocupaciones y encontrando diversión en pequeños placeres sencillos. Sin embargo, todo cambiará cuando aparezca Coquelin, un joven pobre pero instruido, que se convertirá en el preceptor del pequeño.

De esta manera, la joven Gabrielle se verá atrapada entre la proposición de matrimonio que le hace el Vizconde de Treuil, amigo de su hermano, y el afecto que comienza a profesar a Coquelin. Su posición monetaria no es envidiable, y Gabrielle tendrá como optativas realizar un buen matrimonio o entregarse a un convento. Sin embargo, el devenir de los acontecimientos pondrán las cosas muy claras para su inocente corazón…

Estamos ante una historia atípica en el universo de Henry James. Acostumbrados a la típica contraposición entre el espíritu estadounidense y el europeo, ‘Gabrielle de Bergerac’ se sitúa por completo en la Francia anterior a la Revolución (exceptuando el comienzo de la narración). Sin embargo, nos encontramos aquí con la contraposición entre nobles y personajes más desfavorecidos, también recurrente en sus historias, y más si tenemos en cuenta que fue uno de los primeros relatos que escribió. Así, Coquelin interpreta el papel de joven pobre pero inteligente, ansioso no tanto de prosperar en la vida como de ser feliz; contraponiéndose a la familia de Bergerac, nobles sin un céntimo, pero tremendamente orgullosos, convencidos de que nobleza obliga. Y en medio, nos encontramos a Gabrielle, aunque no me corresponde a mí desvelar mucho más de sus inclinaciones…

Henry James nació en Nueva York en 1843, pero pasó la mayor parte de su vida en Europa. Hijo de una familia pudiente, su padre quiso que sus hijos se criaran a caballo entre Europa y América. Conocedor de las clases altas de la época, frecuentaba su compañía, lo que le otorgó una mirada crítica sobre esta sociedad. Profundamente introspectivo, supo captar como nadie los pensamientos tan diferentes de la sociedad norteamericana y de la rancia aristocracia europea. Algunas de sus novelas más famosas son Otra vuelta de tuerca o La copa dorada. Moriría en Londres en 1916, ya con la nacionalidad inglesa.

Se trata de una de las novelas más románticas de Henry James, y eso siempre lo agradece mi corazoncito. Hay pocas cosas que me gusten más que un romance clásico, por lo que podréis suponer lo mucho que me ha gustado este relato. Como siempre, la edición de Impedimenta te enamora desde que la ves, y es fácil dejarse seducir por esta ‘Gabrielle de Bergerac’

Han sido tres relatos de Henry James los que he leído en poco tiempo, y aunque ahora estoy embarcada en otros libros, hace poco he encontrado un libro de relatos de este autor que compré el año pasado en la feria del libro de ocasión, asi que no os sorprendáis si en breve vuelvo a estar leyendo algo de James…

Era el joven chevalier, el futuro amo y señor de Bergerac, y los domingos, cuando concurría a la iglesia, llevaba una docena de metros de encaje en mi chaqueta y una pequeña espada en la cintura. Mi infortunada madre hacía todo lo posible para que yo fuese un inútil. Tenía una criada que me rizaba el pelo con unas tenacillas y mi madre, con sus manos, solía aplicarme unos diminutos lunares en el rostro. Aun así, me desatendían bastante y podía pasar días enteros con manchas negras de otras clases. Temo que mi educación habría sido muy escasa si la amable mano del destino no hubiese puesto a mi alcance al pobre señor Coquelin.