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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Las tres vías de la mística de Santislaw Lem

En la época que conocí a mi amadísima Elisa Calatrava también descubrí a Andréi Tarkovski. Pero ambos contactos se dieron por separado. En el caso del cineasta, vi Solaris apoltronado en un sofá y cubierto con las enaguas de una mesa camilla. Pasé miedo viendo la película, por un momento me arrepentí de estar solo en casa y de haber apagado la luz.

Aunque me gustó pasar miedo, porque no había tenido la sensación de asustarme con el cine desde que era pequeño. Esto es lo único que contaré acerca de esta versión cinematográfica de la novela de Stanislaw Lem. La que realizó Soderbergh ni siquiera la he visto. Antes de empezar a leer Solaris había planeado revisar ambas películas para tener una visión más amplia de no sé muy bien qué. Pero la única visión que quiero tener en mente es el texto de Lem.

Si hay una verdadera versión cinematográfica de Solaris ha de estar escondida entre la filmografía de Ingmar Bergman. Lem y Bergman se preocupan de los mismos asuntos, solo que Bergman prefiere los escenarios terráqueos. Es fácil centrar la atención que uno pone en Solaris en la relación entre Kelvin y Harey, pero esto no tiene nada que ver con una historia de amor, sino con los conflictos de identidad que abren una brecha entre ellos. Harey es una víctima de un terrorismo simbólico del que nadie reclama su autoría y Kelvin es un espectador en estado de shock abocado a un reinicio espiritual.

Dicho esto, me siento en la necesidad de hablar de San Juan de la Cruz para referirme a Solaris, porque no puedo dejar de ver en esta novela una variación intergaláctica de Noche oscura del alma:

NOCHE OSCURA DEL ALMA

En una noche escura,

con ansias en amores inflamada,

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada.

A escuras y segura

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a escuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba

más cierto que la luz del mediodía,

adonde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche, que guiaste;

oh noche amable más que el alborada;

oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada, con el Amado transformada!

En mi pecho florido,

que entero para él solo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba

y el ventalle de cedros aire daba.

El aire del almena,

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería

y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el Amado;

cesó todo y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

Este poema tiene una lectura erótica y una lectura mística. La lectura erótica me parece evidente. Resumiendo mucho: una chica se escapa de su casa por la noche para encontrarse con su amado en secreto y nos cuenta, finalmente, lo a gusto que estuvo con él.

Resumamos la otra lectura posible: Nos describe el proceso de unión entre el alma del poeta y Dios. En la analogía de símbolos del poema, la amada es el alma y el amado es Dios. El alma del místico, habiendo dejado su casa sosegada (las pasiones han sido purgadas) busca dentro de su fuero interno (la noche oscura) esa luz (fe) que lo guíe hacia el Amado (Dios), hasta que se produce la unión, el éxtasis místico, la experiencia inefable que requiere todo este proceso metafórico para poder referirse a ella.

Y ahora pensemos en Solaris. La solarística es una disciplina científica que persigue lo mismo que la mística, el Contacto con un ser no humano. Durante su estancia en la Estación Espacial, Kris Kelvin pasa por las tres vías de la mística. Su vía purgativa consiste en haber dejado la Tierra atrás, con todas las preocupaciones y culpas de su vida anterior. Su vía iluminativa es su trabajo científico, es la prueba de cordura a la que se ve sometido cuando encuentra a Harey. Su vía unitiva es, precisamente, ella. Harey es el Contacto, Harey es el éxtasis místico. Kelvin no tiene que mirar a través de las cristaleras de la Estación Espacial para intentar comunicarse con el planeta Solaris, sino que tiene que buscar en su noche oscura, de allí procede Harey, hasta allí ha llegado el planeta Solaris.

Si entendemos que el Contacto es una experiencia tan inefable como el éxtasis de San Juan de la Cruz, podemos ver en esta novela la misma doble lectura de Noche oscura del alma. Se hace necesaria una metáfora erótico-antropomórfica para poder aprehender el Contacto; de lo contrario, cualquier experiencia que se aleje de los parámetros humanos se hace inasumible.

Hasta la fecha, solo he conocido casos en donde se puede empatizar con la figura del extraterrestre porque este funciona como doppelgänger de la especie humana. E.T. sería un caso paradigmático. Pero si el extraterrestre, como es el caso del planeta Solaris, no aparece como trasunto nuestro nos enfrentamos ante una de las mayores tragedias humanas: aceptar nuestra finitud ante la presencia del otro. Esta idea de lo sublime aporta al planeta Solaris un componente de divinidad que lo hace inalcanzable y aun más maravilloso y que, por tanto, requiere de una visión mística del mundo.

Ojalá yo hubiera escrito Solaris. Supongo que eso mismo pensaron Tarkovski y Soderbergh cuando se atrevieron a llevar esta novela al cine. Pero Solaris ya está escrita, y se trata de una lectura absolutamente imprescindible. A mí, al menos, me ha dejado marcado.

Por Daniel Espinar