Son tiempos de Guerra, de cambios que irán llegando, pero es en este Londres, con sabor a yeso desprendido y olor a pólvora, donde descubro a Margaret Sttrggles y a su amiga Hilda.
En esta ocasión, amigos míos, no será el buen vino, ni tan siquiera en Jerez o el Sherry, el que me acompañe en esta lectura, será el té, un té negro con cerezas y una pizca de vainilla y canela, porque ya veo que la autora quiere llegar hasta mí a través de todos los sentidos, mediante un estilo literario tan refinado que casi me hará olvidar el sabor de esa taza humeante que aguarda paciente junto a mí sillón.
Decía The Times que Stella Gibbons es la Jane Austen del siglo XX, pero si es de aquellos a quienes “La Austen” no les ha terminado de convencer, salvo en la gran pantalla, o sencillamente no ha estado nunca entre sus prioridades lectoras, que no sea eso lo que les haga no adentrarse en este mundo tan particular de Gibbons.
Hay otra cosa que no quiero dejar de comentar a los posibles lectores de “Westwood”. Esta autora es la misma que escribió “La hija de Robert Poste”, un libro del que nuestro querido Javier BR nos contaba que es “todo un derroche de inteligencia, humor e ingenio que hacen de la lectura de ese libro una auténtica delicia”.
Pues sí amigos, esa es la forma de trabajar la literatura de Stella Gibbons, hace que el lector tome cariño y recuerde a todos y cada uno de los personajes, pero sobre todo, en “Westwood”, ha sabido dar el toque justo de ironía ya que en esta ocasión, y teniendo en cuenta que de fondo tendremos la imagen de un Londres en guerra, no le será posible hacer alarde de sus gran sentido del humor.
En este libro tenemos otra de las mejores versiones de Gibbons, así que, aun no habiéndose acercado ustedes a su tan laureada y mítica obra, no sólo pueden, sino que deben acercarse a esta, sobre todo aquellos amantes de la LITERATURA, ya saben… esa con la que se disfruta dejándose llevar por esas palabras que forman frases perfectas, frases con contenido para degustar con todos los sentidos.
Llama la atención su capacidad de recrear y describir para el lector, como la más experta de las botánicas, toda la flora y el arbolado londinense, he de entender que su capacidad de documentación es infinita, y sin embargo, ni cansa ni se hace repetitiva jamás.
Me gusta como ha construido a Margaret, me gusta recorrer Londres junto a esta maestra; viendo por sus ojos, sintiendo, soñando, recordando y descubriendo junto a ella a cada uno de los personajes reales de los que se rodea, pero también de aquellos otros personajes literarios que se introducen en el libro para gozo de todos aquellos a los que les gusta recordar a través de sus lecturas, obras que quedaron almacenadas en el recuerdo y que hoy forman parte de nuestra propia existencia.
Esta obra es de 1946, que nadie olvide que estamos hablando de una escritora nacida en Londres un 5 de enero de 1902, y que fue, como todos los grandes de la literatura universal, polifacética literariamente hablando. Escribió novela, fue periodista, escritora de cuentos y naturalmente poeta, porque cualquiera que pretenda ser un grande de las letras debe ser, al menos, aprendiz de poeta.
Yo sé que a muchos les gustará conocer que era la hija mayor de Telford Gibbons y Maude Phoebe Standish Williams, que tenía otros tres hermanos, su padre era “un mal hombre pero un buen médico”, es triste pero curioso, tenía su consulta en Kent y atendía a todos aquellos que necesitaban de él aun cuando no pudieran pagarle, al mismo tiempo parece que era violento con su mujer, y consumía alcohol y pastillas para acallar y silenciar sus demonios. He de suponer que la infancia de nuestra autora no sería una infancia idílica, sino más bien parecida a la de tantos otros autores ingleses que han sobresalido en el panorama literario mundial.
Tras la muerte de sus padres, cuando ella contaba con 22 años, se hizo cargo de sus hermanos y juntos salieron adelante en la vida. Se casó con el actor y cantante Allan Webb en 1933 y juntos tuvieron una hija, nacida en octubre de 1935, a la que llamaron Laura, a quien le dedicó un libro un año después de su nacimiento titulado The Untidy Gnome.
Pero la primera literatura de manos de esta mujer que vio la luz, fue un poemario dedicado a su madre, “The Mountain Beast”, del que recibió estupendas críticas incluso de la ya conocidísima Virginia Wolf, con la que parece que después tendría sus más y sus menos. Sus poemas más conocidos de esta colección son: Las Jirafas, y las Cubiertas (no he encontrado traducción de ellos).
Entiendo que ha sido una suerte que Impedimenta acertase de forma exitosa con la publicación de. “La hija de Robert Poste” ya que gracias a eso yo he podido disfrutar de la bellísima prosa de Gibbons a través de estas páginas de Westwood. Por cierto, exquisitamente traducidas por las malagueñas Laura Naranjo y Carmen Torres, y creo que puedo asegurarles que este libro, sin una cuidadísima traducción y notas marginales de contenido histórico, como la que nos han ofrecido, podría haberme privado de llegar a la conclusión de que he leído un estupendo libro de la literatura inglesa.
Por Susana Hernández