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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La juguetería errante», de Edmund Crispin

En el ancho y proceloso mar de los libros, los catálogos de las editoriales independientes desempeñan, cada vez más, una labor de curatoría, aunque sin pretensiones canónicas; es decir, se trata de una propuesta, de una invitación a leer, que se ciñe a criterios de calidad al menos bien definidos y reconocibles.

De tal manera que, si un catálogo cualquiera tiene un buen porcentaje de aciertos en la recuperación de autores perdidos en el tiempo o en la propuesta de autores poco conocidos, conviene seguirlo. Y así, por ejemplo, quien siga los bien diseñados libros de editorial Impedimenta podrá descubrir a Edmund Crispin, un escritor de novelas de misterio y compositor que dejó las aulas de Oxford en 1943 solo para volver a visitarlas a partir de 1946 de la mano de Gervase Fen, el profesor y detective aficionado que protagonizó 9 novelas y dos recopilaciones de cuentos. La juguetería errante, de 1946, es el primer libro que muestra el excéntrico comportamiento de Fen y del poeta Cadogan, su frecuente compañero de aventuras, en el empeño por desentrañar la historia de crímenes raros y curiosos. Este último, de vuelta en Oxford y en plan de vacaciones, descubre un cadáver en una pequeña juguetería y luego es golpeado en la cabeza; pero, cuando despierta, adolorido, ya no hay cadáver y tampoco hay juguetería. Ahí comienza a enmarañarse una historia que tiene, con frecuencia, más de comedia de equivocaciones que de novela policial y que, aunque más o menos cae del lado de la escuela inglesa, al estilo de Agatha Christie o P.D. James, su aire farsesco, las abundantes referencias literarias y la explotación de clichés muy ingleses le dan un carácter bastante más complejo y mordiente. Crispin debe haber sido uno de los primeros escritores en interpelar al lector o en ofrecer personajes que se refieren directamente al autor (en algún momento, Fen, aburrido, piensa en posibles títulos para novelas de Crispin) o al editor. Luego, encerrados en un armario, Fen y Cadogan juegan a “las novelas infumables” y nombran, en rápida sucesión, al Ulises, todo Rabelais, Tristam Shandy y La copa dorada, en un atentado al canon cuya irreverencia corre pareja con el raro ingenio de Gervase Fen, que mezcla una singular capacidad deductiva con una irreductible torpeza en el manejo de artefactos. Una novela policial inglesa liviana, chispeante y aguda: nada mejor para una tarde de invierno.