Israel, el protagonista de la nueva novela de Fernando San Basilio, tiene la cabeza llena de pájaros y de romanticismo; también de frases memorables: «La mejor manera de no perder la calma es mantener la calma», «Nadie es verdaderamente persona hasta que deja de ser la persona que ha sido antes de ser persona». Si los libros de caballería volvieron loco a Alonso Quijano, ¿qué no podrían hacer con él los libros de autoayuda? La respuesta hay que buscarla en las páginas de El joven vendedor y el estilo de vida fluido (Impedimenta).
Empecemos por el principio. ¿Qué es el estilo de vida fluido?
En apariencia es un conjunto de técnicas que ayudan a alcanzar un cierto estado de paz interior y a desarrollar una vida plena, satisfactoria. En realidad es una tomadura de pelo, un abuso de la buena fe de la gente.
¿Qué le han hecho los libros de autoayuda para que se meta con ellos?
Irritarme, y a ratos entristecerme. Aunque haría una distinción entre los que son más o menos inocuos –perogrulladas sin cuento a precio de consejos de Catón– y los definitivamente nocivos, que fomentan la superstición y la ansiedad, o una especie de anulación de la voluntad.
¿Los libros de autoayuda nos están vendiendo humo?
Supongo que compramos humo porque es fácil de asimilar. No voy a pagar una fortuna por un enunciado que no entiendo. Y si nos lo presentan con el adorno y el lazo de una fábula edificante, miel sobre hojuelas. «Así que dos y dos son cuatro y en algunas cosas malas hay algo de bueno: ah, este monje tibetano, o este catedrático de Barcelona, dicen unas cosas maravillosas.»
Israel se siente transformado tras leer «El estilo de vida fluido de Archibald Bloomfield». ¿De dónde se ha sacado a un autor así?
De la mesa de novedades de cualquier gran librería. Cualquiera que pase una tarde espigando libros de esta naturaleza –sabiduría apretada e instantánea, bellas enseñanzas, para llegar a la felicidad siga esta flecha– podrá comprobar que la realidad supera la ficción. Estos autores tienen que estar agradecidos a la vida, han encontrado un trabajo que consiste en decirle a la gente «tú eres tú» y no les va mal. ¿Por qué iban a renunciar a ello?
«Algunos buscan la felicidad igual que buscan sus gafas, sin darse cuenta de que las tienen sobre el puente de la nariz», leemos.
Esa cita tiene una intención paródica en el libro. Es un lugar común en el género insistir en que la felicidad reside en uno mismo o que la felicidad es justo aquello que tenemos entre las manos y no sabemos apreciar. Pero no quisiera parecer un cínico, la felicidad es una aspiración legítima y creo que ahí reside el problema: no hay solución.
No es la primera vez que convierte el centro comercial La Vaguada en territorio literario: ya lo hizo en «Mi gran novela sobre La Vaguada».
Es un asunto de geografía. Conozco La Vaguada por la cercanía: fui un muchacho de la zona Norte de Madrid. La idea de un novelista documentándose sobre una época o un lugar para situar su obra me resulta cómica y, lo que es más grave, creo que la novela se resiente y se le acaban viendo las costuras.
¿Es La Vaguada un modelo a pequeña escala del mundo?
La vocación de los centros comerciales es la de compendiar la ciudad en un solo espacio. La Vaguada, al principio de los tiempos, se llamaba Madrid-2. Quiero decir que los propios centros comerciales se conciben como pequeños mundos, con sus torpezas y aberraciones.
La Vaguada es el lugar al que acudimos para descubrir que no queremos permanecer allí, asegura Mercedes Cebrián en el prólogo de la novela. ¿Está de acuerdo?
Sí, pero hay que ir allí primero para comprobarlo. La insatisfacción mueve a los personajes de El joven vendedor y el estilo de vida fluido y mueve el mundo. Alimentar una ilusión, cumplir una aspiración y luego decirse: «Oh, era esto, vámonos a otra parte».
En «La caverna», Saramago denunciaba un presente de grandes centros comerciales en el que hoy transcurre la vida. ¿No estaremos viviendo, más que la vida, un simulacro de la vida?
Si dijera algo así podría parecer que tengo alguna idea de qué es la vida, me refiero a LA VIDA VERDADERA, y créame que no lo sé. Hay la tendencia natural de pensar que la vida es todo lo que no nos ocurre, lo que le pasa a los demás; entonces llegan ciertos libros y te dicen: «De ninguna manera, chico, la vida eres tú, tú eres quien la escribe». ¿A quién creer? Por otra parte, todo lo que pasa en un centro comercial, un parque temático o una ciudad-de-vacaciones ocurre realmente: relaciones laborales y amorosas, tedio de vivir, compraventa de productos y artículos. Port Aventura, Marina d’Or, la pista de nieve artificial del centro comercial Xanadú existen, son reales, y aunque nacieron como respectivos simulacros lo importante es lo que son ahora, lugares tan «de verdad» como el Madrid de los Austrias, un instituto de secundaria o un mercado de abastos.
«¿Os acordáis de hace tres horas? Ah, aquella sí que fue una buena época, aquellos sí que eran buenos tiempos», asegura uno de los personajes. ¿Vivimos demasiado deprisa?
Vivimos deprisa pero resulta que la vida también va muy deprisa y nunca la alcanzamos, y no me refiero solo a la vida moderna. Al nacer mueren las flores.